Desde octubre de 2023, más de 20.000 menores han muerto en Gaza, según Save the Children, que también habla de más de 42.000 niños heridos y al menos 21.000 con discapacidades permanentes. Otras fuentes, como el Ministerio de Salud de Gaza, cifran en 18.500 los menores asesinados directamente por los bombardeos israelíes hasta julio de 2025. Según UNICEF, la magnitud de las víctimas infantiles es tan desproporcionada que la organización habla de una “cifra sin precedentes en ninguna guerra reciente”. Señor Feijóo, señor Almeida, señora Ayuso, si esto no es un genocidio para ustedes, ¿cómo lo llamarían?
Hablamos de un total de 63.000 muertos, 159.000 heridos, dos millones de desplazados —la mitad de ellos, niños— y un cuarto de millón de personas en riesgo de desnutrición. Barrios arrasados, hospitales convertidos en escombros, familias huyendo sin agua ni comida. Ante esta devastación, la pregunta persiste: si esto no es genocidio, ¿qué palabra le ponen?
Frente a esta tragedia, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha anunciado un paquete de medidas sin precedentes contra el Gobierno de Netanyahu. No se trata solo de una acción gubernamental; como señaló el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, se trata de una respuesta alineada con el clamor de la ciudadanía.
En su reciente comparecencia institucional, Sánchez no solo condenó con contundencia los ataques indiscriminados de Israel sobre la población civil palestina: sino que reiteró el compromiso de España con el derecho internacional y los derechos humanos. “La historia será implacable con los indiferentes”, dijo el presidente del Gobierno, marcando una línea nítida entre la justicia y la complicidad. Frente a la pasividad de otros líderes europeos, Sánchez ha situado a España en el lado correcto de la historia.
¿Y el Partido Popular? Lo de siempre: bloquear, relativizar, mirar hacia otro lado. José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, se atrevió a declarar: “Para mí, no hay genocidio en Gaza”. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, acusó de “antisemitas” a los manifestantes propalestinos. Y Alberto Núñez Feijóo ha elegido la equidistancia como refugio político. El mismo partido que en 2014 votó a favor del reconocimiento del Estado palestino hoy se instala en la ambigüedad, en el cálculo electoral, aunque eso implique ignorar el asesinato de miles de niños.
Lo más grave es que esta ambigüedad se ha convertido en norma dentro del PP. Mientras Naciones Unidas habla de una catástrofe humanitaria, Human Rights Watch denuncia un sistema de apartheid y la Corte Internacional de Justicia exige medidas cautelares, el principal partido de la oposición en España se parapeta en tecnicismos. Negar el genocidio o esquivarlo con matices es, en este contexto, una forma de complicidad.
Almeida incluso justificó su negacionismo con un argumento insostenible: que genocidio fue solo el del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial. Como si reconocer la Shoah implicara cerrar los ojos ante otras masacres. Esa visión no solo es ofensiva para las víctimas palestinas, sino también para la memoria de quienes murieron en los campos nazis. Convertir el término “genocidio” en un patrimonio exclusivo es trivializar el sufrimiento y banalizar el horror.
Mientras el PP se enreda en excusas, el Gobierno de España ha respondido con hechos. Pedro Sánchez ha impulsado nueve medidas contundentes: Embargo de armas a Israel. Prohibición del tránsito de material bélico por puertos y aeropuertos españoles. Veto de entrada a los responsables políticos y militares del genocidio. Embargo de productos procedentes de asentamientos ilegales en territorio palestino. Refuerzo inmediato de la ayuda humanitaria a la Franja de Gaza. Apoyo activo a las investigaciones de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra. Petición formal a la UE para suspender el acuerdo de asociación con Israel. Impulso diplomático al reconocimiento del Estado palestino en el ámbito internacional. Promoción de un alto el fuego permanente bajo supervisión internacional.
Estas decisiones no pondrán fin de inmediato al horror, pero envían un mensaje claro: España no será cómplice. Frente al oportunismo del PP, el Gobierno ha apostado por la dignidad, el derecho internacional y los derechos humanos.
No hace falta remontarse mucho para detectar la incoherencia del Partido Popular. En 2014, bajo el Gobierno de Mariano Rajoy, el Congreso votó a favor del reconocimiento del Estado palestino. El PP apoyó esa moción. Hoy, con Sánchez en la Moncloa, ni siquiera se atreven a pronunciar la palabra “genocidio”. Gaza no ha cambiado; lo que ha cambiado es Génova. Allí, la nueva consigna es oponerse a todo lo que haga el Gobierno, aunque eso implique traicionar principios que antes decían defender.
Ese giro convierte al PP en un partido sin brújula moral. Si el PSOE actúa, ellos se posicionan en contra, aunque sea para justificar o minimizar una masacre. Si la comunidad internacional denuncia un crimen, ellos buscan matices para no incomodar a Netanyahu. Lo que antes era diplomacia ahora es pura estrategia electoral.
El PP de Madrid se ha convertido en el epicentro de esta deriva. Ayuso ha defendido a Israel con entusiasmo ciego. Nunca una palabra para las víctimas palestinas. Nunca una mención a los niños muertos. Al contrario: insulta a quienes se manifiestan en solidaridad con Gaza y lanza acusaciones sin fundamento. Su actitud no es firmeza, es fanatismo.
Almeida sigue la misma línea. Durante el Debate sobre el Estado de la Ciudad, negó el genocidio y respondió con frialdad cuando se le pidió un mínimo de empatía. Más Madrid le recordó que ahora es padre. Su respuesta fue seca, distante, como si la muerte de miles de niños no mereciera ni una condena. ¿Esa es la talla humana del alcalde de la capital?
Pedro Sánchez, en cambio, ha hablado con la claridad que exige el momento. En su declaración institucional afirmó que “la historia juzgará la indiferencia como complicidad”. Y tenía razón. Porque ante un genocidio no hay neutralidad posible. O se está con las víctimas o se está con los verdugos. O se condena con firmeza o se alimenta el horror con silencio.
El PP ha elegido la ambigüedad. Y en un contexto como este, esa ambigüedad es inmoral. Porque no hablamos de un conflicto lejano, hablamos de una población civil masacrada, de hospitales destruidos, de niños muriendo de hambre mientras se impide la entrada de ayuda humanitaria.
Las medidas del Gobierno no bastarán por sí solas, pero son un primer paso esencial. Marcan una posición ética, un compromiso con el derecho y una voluntad de actuar. Y eso, en un mundo donde demasiados gobiernos optan por la pasividad, es ya un gesto de liderazgo.
La política exterior de un país no puede construirse en función del rédito electoral. No se puede callar ante un genocidio solo porque el adversario político ha decidido actuar. Hay momentos en que solo caben la claridad, el coraje y la decencia.
En Gaza, miles de personas siguen esperando que el mundo no les dé la espalda. España ha hablado y ha actuado. El PP, mientras tanto, ha preferido callar. La diferencia es abismal. Y cuando la historia juzgue este momento, no recordará los matices ni las excusas. Recordará quién condenó el genocidio y quién lo negó. Quién actuó y quién se escondió. Y en esa página, el nombre del Partido Popular quedará escrito junto a la cobardía y la complicidad.