Era 2009. En un festival marcado por la homofobia de la anfitriona Rusia, una judía y una palestina se subían al escenario de Eurovisión para cantar a la paz entre ambos pueblos. Noa, la mítica cantante de Beautiful that way (uno de los temas principales de La vida es bella), y Mira Awad lograron la 16ª posición en la final, pero enviaron un importante y potente mensaje de entendimiento y concordia con una canción interpretada en inglés, hebreo y árabe que tenía el siguiente título: Debe haber otra manera (There must be another way).
Más de 16 años después de esa candidatura, ese mensaje parece que ha desaparecido. Quizás sea por la polarización que vivimos, pero esos puentes entre culturas para conseguir la paz y la convivencia que Eurovisión ofrecía ya no están, al menos, en ese caso. De hecho, ambas cantantes aseguraron este pasado 1 de octubre en una entrevista para RNE que, si en 2009 ya fue complicado con la situación que había, en la actualidad sería imposible. Es más, aseguran que no les gustaría colaborar con el gobierno israelí de ninguna de las formas.
El certamen musical sigue permitiendo que un país como Israel siga participando a pesar de las fragantes violaciones de los derechos humanos que está cometiendo con el genocidio que está cometiendo en la franja de Gaza. Además de tener un importante patrocinador de origen israelí, la red de corporaciones públicas de radiodifusión siempre se ha defendido asegurando que Eurovisión es “un concurso de televisiones, y no de países”, cuando, por ejemplo, se subió Melody al escenario de Basilea se vio el nombre de España en la parte inferior izquierda, y no el de RTVE.
Pero, aún así, analicemos esa defensa en un plano que solo atañe a Eurovisión como competición. Este argumento de “televisiones y no países” y la permisividad en general en esta situación se desmontan explicando lo que Israel ha hecho en sus últimas participaciones en el festival europeo, yendo en contra de los cimientos y las bases en las que se construyen el festival. Utilización política de sus candidaturas para blanquear sus acciones militares en la franja de Gaza, hostigamiento y acoso de la delegación israelí a otros equipos dentro de la sede del concurso, comentarios ofensivos y despectivos de los comentaristas de Israel hacia algunos de participantes que se habían posicionado en contra del genocidio… Por no hablar de que hay vídeos de reporteras de la televisión pública israelí firmando misiles “para la gente de Gaza”, tal y como se ha recogido en un documento de la Red Solidaria Contra la Ocupación de Palestina, que también contempla más un centenar de ejemplos en los que esta emisora púbica ha hecho apología de la limpieza étnica en Gaza y ha blanqueado y normalizado el genocidio.
Me quiero centrar en los últimos ejemplos que he mencionado. Dentro de la sede de la edición de Malmö 2024, los periodistas que conformaban la delegación de Israel nos hostigaron a los españoles porque uno de ellos expresó un “Free Palestine” en los ensayos. Se enfrentaron a él, le grabaron su rostro y lo difundieron su acreditación y su nombre en las redes sociales. Durante los días siguientes, este periodista no paró de recibir mensajes acosadores de usuarios israelíes. Aparte de ello, dichos acreditados grabaron a la prensa española sin nuestro consentimiento en el Media Centre y se dedicaron a espiar a otros profesionales del periodismo de países como Países Bajos, tal y como desveló el comunicador GJ Kooijman en su cuenta de Twitter (ahora X). Tanto Concepción Cascajosa, presidenta en el aquel entonces de RTVE, y María Eizaguirre, actual directora de comunicación y participación de RTVE, dieron una gran y necesaria importancia a lo que estaba sucediendo, elevando una queja formal a la UER por dicha situación. ¿Qué hizo la red europea al respecto? Situar a la delegación israelí en la otra punta del Media Centre después de que intentarán ponernos al mismo nivel de los responsables de estos hechos. Los periodistas españoles vivimos esos días con mucha tensión e inquietud. De hecho, muchos nos planteamos si continuar nuestras respectivas coberturas especialmente por dicho hostigamiento y acoso.
Precisamente, en ese mencionado festival, los comentaristas de la KAN israelí hicieron comentarios políticos y ajenos al ámbito político del festival sobre los participantes como el que hicieron después de la actuación de Olly Alexander (Reino Unido): "Hay simpatizantes de Hamás que saben cantar. ¿Qué hacer?". Las comparaciones son más que necesarias en este punto. Solo un año más tarde, en plena permisividad de la UER a Israel, España fue advertida por la red de televisiones europeas por hacer un llamamiento por la paz y hablar de las cifras del genocidio durante la emisión de la postal de su actuación en la segunda semifinal.
El colmo llega por parte de la propia UER. Una investigación de Spotlight, la alianza de verificación de información de la unión de corporaciones públicas europeas, desveló hace unos meses que una agencia oficial del gobierno israelí llevó a cabo una campaña de publicidad digital para impulsar el voto a favor de su representante, Yuval Rapahel, en la final de Eurovisión 2025. La cantante acabó en segundo lugar tras recibir 297 puntos del televoto, siendo el primer país en dicha clasificación. Reitero el origen de la investigación: la alianza Spotlight. De la UER. La misma que organiza el festival de Eurovisión.
De momento, y tras la amenaza de más de cinco televisiones participantes de no participar si Israel está en el escenario, la única solución que la UER ha pensado es realizar una votación extraordinaria para decidir su participación en la próxima edición, algo que contrasta con lo que ocurrió con Rusia, cuyos tres medios públicos fueron expulsados de la UER pocos días después del inicio de la invasión de Ucrania. Sin votación. Con una mayor preocupación de los países bálticos y nórdicos. En definitiva, dos casos con muchas similitudes y pocas semejanzas en cuanto al modo de actuar de la UER, cuyos algunos de sus miembros activos siguen sosteniendo que la televisión pública israelí cumple las normas, y más con estos hechos y datos sobre la mesa.
En estas líneas, podía seguir echando la mirada para atrás y recordar cómo Sudáfrica estuvo aislada internacionalmente en la última mitad del siglo XX por el Apartheid. Además de no competir en muchas competiciones internacionales, también se les retiró la organización de campeonatos deportivos de carácter mundial o no se reconocieron algunos récords de sus deportistas. Por ejemplo, en aquella época, Suecia, con Olof Palme como primer ministro, fue un firme opositor del aquel Apartheid. Siendo la referencia del actual Eurovisión y viviendo en sus propias carnes lo que sucedió en Malmö 2024, especialmente por los quebraderos de cabeza que le supuso, ¿por qué la SVT y el gobierno sueco no se pronuncia públicamente ahora? Ellos son la clave y su silencio es cómplice de una situación que pudo acabar hace unos meses si se hubieran seguido los pasos que se tomaron con Rusia.
No me gustaría que este artículo de opinión se considere una defensa de lo que servidor y muchos opinamos, sino un espacio de reflexión. Mis argumentos son lo de menos, pero no se puede mirar para otro lado con los hechos y los datos que he narrado a la hora de analizar qué se está haciendo mal para no actuar con dignidad, humildad y con la intención de curar y salvar el prestigio de un festival histórico que aman millones de personas en todo el mundo.
Entonces, ante estos hecho y esta clamorosa inacción, ¿qué más tiene que pasar para que la UER expulse a Israel de Eurovisión? ¿Que aumente el número de asesinatos de civiles inocentes en este Genocidio en Gaza, especialmente de niños y mujeres? ¿Que más países expresen que no quieren ser cómplices con el blanqueamiento de Israel con canciones que rompen el carácter “apolítico” del festival? ¿Que se manche aún más la credibilidad del concurso musical más visto del mundo con una hipotética victoria y una edición celebrada en suelo israelí con otro importante número de bajas?
¿Qué más tiene que pasar? Debe haber otra manera (de actuar).
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