Está bien enterarse a estas alturas de que España pertenecía a la Commonwealth. Somos un país novelero, enganchado a las desgracias, adicto al morbo, siempre listo para un entierro. Nunca habrá una nación con tantas plañideras por metro cuadrado como la nuestra. En España hacemos tres cosas como nadie: reímos, despellejamos y lloramos como verdaderos profesionales. Nos unimos a los decesos y siempre tenemos ese arte de tener un vínculo, aunque sea escaso e irrisorio con el muerto. Alfredo Pérez Rubalcaba lo dejó dicho: «En España se entierra muy bien».

No sé bien si es por nuestra tradición católica, por nuestra idiosincrasia o por la gran suerte de que aún siga existiendo esa cultura y esa costumbre de los pueblos, pero en nuestro país, después de la vida terrenal de cualquier personaje importante, somos capaces de otorgarle una vida mística, en la que cada uno construye desde sus vivencias un relato, la mayoría de las veces heroico, de la persona fallecida. Creo que el ex secretario general del PSOE se quedó corto, creo que después de las últimas horas podríamos afirmar que como en España no se entierra como en ningún sitio.

Ayer, tras conocer que el estado de salud de la Reina de Inglaterra era preocupante, y que el final parecía inevitable, los españoles nos congregamos en torno a la televisión y nos dispusimos a hacer un maratón de monarquía británica. Seguro que, en algún grupo familiar o de amigos, leyeron con atención a alguno de sus integrantes, al que nunca le habían escuchado  hablar ni una sola palabra sobre la realeza británica, comentar con verdadera pasión que «la operación London Bridge ya estaba en marcha». Quizá hasta escucharon anécdotas, recuerdos e, incluso oraciones, dedicadas a la monarca inglesa. Por no hablar de la descomunal cobertura por parte de todos los medios de comunicación. Hubo, como siempre, quien se las quiso dar de políglota y experto en política internacional, y contó a los cuatro vientos que estaba siguiendo las últimas horas de Isabel por la BBC. También quien hizo zapping por los canales nacionales buscando a sus periodistas de cabecera. O quien, por el contrario, como mi amigo Nacho Corredor, optó por seguirlo a través del Sálvame.

Otras de las virtudes de nuestra nación es que somos capaces de estar viviendo algo en directo y a la vez estar generando contenido humorístico a destajo en redes sociales. Twitter en este tipo de días se divide en tres sectores. Los diplomáticos; cuelgan una esquela de 240 caracteres con emocionantes condolencias. Los activistas/politólogos; debaten y discuten todo lo que rodea el suceso. Los de los memes; son capaces de hacer chistes desternillantes de cualquier situación. Ayer, en redes sociales vivimos una jornada frenética, con escenas como las de Marta López posando sexy en Instagram mientras daba sus condolencias o la policía local de Granada, que se vio en la obligación de pronunciarse.

Sin embargo, como ya sabemos, la política se ha ido embriagando de esta forma de hacer y comunicar de las redes sociales. Y nuestros representantes también decidieron unirse a la fiesta. La flamante nueva presidenta de Tabarnia en Madrid, además de presidenta de la Comunidad de Madrid, decidió decretar en directo tres días de luto, en los que se iluminará la Casa de Correos de noche con la bandera británica. Tampoco quiso faltar a su cita el alcalde de Valladolid, Oscar Puente, que en un concierto fotografió una pantalla y soltó un «God Save the Queen».

Ayer, España perteneció a la Commonwealth durante unas horas y fue capaz de olvidar sus históricas rencillas con Gran Bretaña, peñón mediante. Cierto es que se murió un personaje histórico y longevo, una figura carismática con infinidad de episodios reseñables a sus espaldas, pero a mí, en estas horas, mientras veo como nuestra sociedad y nuestros medios de comunicación reaccionan ante la muerte de la Reina de Inglaterra, me ha dado por pensar si podría suceder algo parecido con Juan Carlos, si el pueblo español sería capaz de durante unas horas aparcar sus rencillas ideológicas y respetar la muerte de un personaje vital e importante de su historia moderna. Tengo claro que la respuesta es: «No». Que, como siempre, cada uno tratará de arrimar el ascua a su sardina. Y digo más: Llegado ese momento, España dejará de enterrar bien. Y sin ser conscientes si quiera, entraremos en un nuevo tiempo de rencillas póstumas e imaginativos descalabros.