En medio de un bloqueo institucional, con fecha de caducidad, los vaivenes de Pedro Sánchez crean incertidumbre. Al presidente en funciones se lo ha dado demasiadas veces por muerto, y siempre ha tenido un as en la manga para sobrevivir, por lo que los pronósticos de muchos tienen altas probabilidades de errar.

Para algunos, el líder socialista juega la hipótesis de que el espacio a la izquierda del PSOE ha tocado techo y solo le queda el declive, algo que le beneficiaría claramente. Un análisis que no incluye el riesgo de un gran aumento de la abstención.

No es la posición ideológica de Unidas Podemos la que le restaría votos sino sus numerosos errores. Algunos se empeñan en llamar extrema izquierda al partido de Pablo Iglesias para equilibrar la balanza con la ultraderecha de Vox, y así lavar sus conciencias porque en el programa de Santiago Abascal hay muchos puntos que ratifican su posición extrema. Una formación entre cuyos referentes está José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange Española, al que recordó no hace mucho el secretario general de VOX, José Ortega Smith. Un político al que le molesta el derecho a la huelga, como explicó en Twitter Iván Espinosa de los Monteros; por cierto, el único diputado que sigue sin declarar sus bienes.

En el programa de Santiago Abascal hay muchos puntos que ratifican su posición extrema.

Sánchez e Iglesias estarían condenados a entenderse, porque los tiempos del bipartidismo han acabado, pero cada día parecen más alejados. El equilibrio que se lograba con la alternancia en el poder de PP y PSOE ya es historia. Tampoco estamos a finales del siglo XIX, cuando se turnaban en la Presidencia Antonio Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta. Este último daba luz al progresismo, en tiempos en que nacía el PSOE del otro Pablo Iglesias.

Y aunque se dé por amortizado a Vox, ya que las encuestas marcan una caída incluso mayor que la del partido morado, la ultraderecha es siempre una amenaza. Basta con mirar a Italia, donde después de entrar en el gobierno han fagocitado al partido más votado. Las concesiones de PP y Ciudadanos a sus nuevos socios van también en esa dirección, y aunque difícilmente los hagan caer, el discurso ultra se instala allí donde gobiernan.

Aquí la ultraderecha ya no siente la amenaza que llegaba desde detrás del telón de acero, y tiene las manos libres para imponer su programa. Ya no hay miedo a que desde Europa oriental llegue una ideología peligrosa. Ya no se necesita que haya un papa como Juan Pablo II, que se reunía con el entonces presidente de Estados Unidos, el ultra liberal Ronald Reagan, para utilizar como ariete contra el régimen soviético a su compatriota Lech Walesa. Ya no se necesita el trabajo de alguien como el periodista español Joaquín Navarro-Valls como portavoz del Papa, para modernizar el sistema de información de la Santa Sede.

Sería imprescindible alcanzar un gran acuerdo progresista, sobre el que asentar el nuevo Gobierno, en el que se comprometan muchos de los que se abstuvieron en la investidura de Pedro Sánchez. La ultraderecha ya no tiene más freno que el de nuestras propias conciencias.