“Como hombre racional estoy enojado porque vivimos en sociedades en las que no se puede hablar de la verdad sin que un noventa por cien de la población se sienta ofendida”, dice el científico y filósofo Sam Harris, fundador del Proyecto Razón y autor de diversos ensayos de divulgación racionalista, entre los que se encuentra El fin de la fe (The end of faith: Religion, Terror and the Futur of Raison, 2004); en esta obra Harris exponía la incompatibilidad de la fe religiosa y el pensamiento científico y racional, y alertaba de los peligros del fundamentalismo religioso que afectan al mundo. Junto a Christopher Hitchens y Richard Dawkins, Sam Harris se constituye en uno de los grandes nombres de hombres que dedican su vida y su obra a la denuncia de la irracionalidad religiosa y de los perjuicios que provocan en las sociedades y en el ser humano.

Suele pasar que se hiere la sensibilidad de los creyentes con una facilidad pasmosa, y, alegando lo supuestamente divino y sagrado, no se permite cuestionamiento alguno, quizás porque un mínimo atisbo de racionalidad desbarata cualquier creencia religiosa. Sin embargo, los adeptos a idearios religiosos suelen no tener nada en cuenta la sensibilidad de las personas racionales que, prometo, se hiere de una manera intensa, continua y rotunda. De hecho, hasta hace poco más de un siglo, ser no creyente en deidades podía costar un sinfín de sufrimientos, y hasta la vida. Recordemos que se acuñó la palabra “herejía” como una herramienta de persecución contra los que no se avenían a las imposiciones religiosas; aunque, en realidad, como decía William Shakespeare, “un hereje no es el que arde en la hoguera, sino quien la enciende”.

Por todo ello me han sorprendido enormemente las palabras recogidas por la prensa de un sacerdote, el cura del pueblo alicantino Alfar de Pi. Aun siendo un miembro activo de la Iglesia, mantiene una actitud muy crítica, y acaba de hacer públicas unas declaraciones realmente duras y de profundo descontento con la organización a la que pertenece. El párroco ha utilizado las redes sociales para denunciar la pederastia en la Iglesia católica y pedir “la baja”, exponiendo algunas consideraciones que resultan, como poco, insólitas en alguien que dedica su vida entera a la organización religiosa que cuestiona: “Me quiero ir de este negocio de corrupción”, “No es mi empresa ni mi causa, ojalá caiga todo el peso penal sobre ellos”. Me abstengo de parafrasear otros comentarios mucho más duros al respecto sobre la curia y la Iglesia que este cura indignado no duda en manifestar mostrando  su enojo y su hartazgo.

Suele pasar que se hiere la sensibilidad de los creyentes con una facilidad pasmosa, y, alegando lo supuestamente divino y sagrado, no se permite cuestionamiento alguno

Reitera también el sacerdote de Alfaz del Pi en sus comentarios la idea de someter al clero a “revisiones psiquiátricas periódicas”, lo cual me ha recordado un artículo de una prestigiosa psicóloga norteamericana, Francine Ruso, quien, en la revista Time del 18 de marzo de 2013, hacía referencia, en base a sus investigaciones de la materia, a la relación estrecha entre religión y enfermedad mental. De hecho, se van haciendo cada vez más este tipo de estudios porque, de manera evidente, la religión y su distorsión de la realidad tienen mucho que ver con ciertas insanias mentales de la población en general y de los adeptos activos de las Iglesias en particular. Entumecimiento emocional, rigidez ideológica, deterioro intelectual, aislamiento social, discurso irracional y desorganizado, delirios y alucinaciones son síntomas de enfermedades mentales graves y también lo son de comportamientos típicos de fundamentalistas religiosos.

Supongo que este sacerdote atípico, que osa ser crítico dentro de una organización humana que anula el criticismo e impele al sometimiento y a la obediencia ciega, será más que amonestado por sus superiores. Personalmente me alegro de que la libertad de pensamiento no quede del todo anulada en algunos miembros de la Iglesia, y me alegro de que haya sacerdotes que tengan las agallas de denunciar hechos y actitudes intolerables en cualquier organización humana, mucho más si es una organización muy generosamente financiada con el dinero de todos.

Sea como sea, se me hace cada día más evidente la laicidad en nuestro país, en el respeto, por descontado, a las creencias de todos, lo cual pasa ineludiblemente por la asepsia confesional de lo público y del Estado. Por eso, muy bien por este cura reivindicativo y rebelde, porque, como decía Oscar Wilde, la desobediencia es la máxima virtud del hombre, ya que todo progreso proviene de la desobediencia y de la rebeldía. Y, porque, como decía el eminente psicólogo y filósofo Erich Fromm en su ensayo “Sobre la desobediencia”, la desobediencia, como acto de libertad, es el comienzo de la razón.