Nadie duda ya de que el origen del actual cambio climático es el aumento en las concentraciones de CO2 (y resto de gases con efecto invernadero) como consecuencia de la quema de combustibles fósiles.

Al inicio de la revolución industrial los niveles de CO2 presente en la atmosfera rondaban las 280 partes por millón (ppm). En 1958 esa proporción se situaba en las 318 ppm. En 2007 la concentración alcanzó las 384 ppm y se dispararon todas las alarmas. Ese año los científicos del Panel Internacional de Expertos en Cambio Climático de las Naciones Unidas, el famoso IPCC, recibieron el premio Nobel de la Paz junto al vicepresidente de los Estados Unidos Al Gore, autor del documental “Una verdad incómoda”, por su contribución al conocimiento de este grave problema. 

Los datos actuales demuestran que el nivel de CO2 atmosférico ha alcanzado ya las 400 ppm, una proporción que no se daba en La Tierra desde hace casi tres millones de años. Dicho de otro modo: somos la primera generación de humanos que vive en una atmósfera con esa elevada proporción de CO2. 

A nivel global, los datos obtenidos por la Administración para el Océano y la Atmósfera de Estados Unidos (NOAA) son todavía más inquietantes, pues indican que 8 de los 10 años más calurosos desde que se tienen registros pertenecen a la última década.

Esta es la realidad que nos toca vivir. El escenario climático hacia el que nos dirigimos. Pero el nivel de incertidumbre va a depender en buena medida de nuestra capacidad de respuesta. Si avanzamos hacia un modelo de desarrollo mucho más limpio y sostenible, basado en el aprovechamiento de las energías renovables, y reducimos urgente y notablemente las emisiones de CO2, todavía estaremos a tiempo de evitar los modelos climáticos más alarmantes. Por eso para que el clima deje de cambiar debemos hacerlo nosotros, la ciudadanía en su conjunto.

Lo que toca ahora es asumir que el cambio climático nos va a pasar, que nos está pasando, y plantarle cara sin perder ni un solo minuto más, atender al consejo de los científicos y ejercer una ciudadanía ambientalmente más responsable basada en ese cambio de hábitos al que nos invitan la ciencia y la razón.

Estamos hablando de realizar un uso más eficiente de la energía y de recuperar el impulso a las fuentes renovables a las que tantas trabas ha puesto el gobierno español. De manejarnos de un modo más responsable con el agua, aprovechando todas las oportunidades de ahorro, porque la próxima sequía esta al llegar y esta vez será mucho peor que la anterior.

Se trata de reducir el volumen de residuos que generamos cada día y, en todo caso, recogerlos a parte para llevar cada cosa a su contenedor correspondiente propiciando así su reciclaje y el avance hacia la economía circular, donde los residuos pasan a ser recursos. De plantearnos seriamente las alternativas de movilidad al coche en nuestro día a día, no solo en esos estériles días sin coche cuyas convocatorias, como ésta última, se cuentan por fracasos.

Hay que cambiar de hábitos para seguir disfrutando de lo que hoy en día entendemos por sociedad del bienestar, porque si no cambiamos, si seguimos pensando que la cosa no va con nosotros y que este tema lo deben resolver los políticos, el clima seguirá cambiando a toda velocidad hacia los modelos más alarmantes. Y esto no es catastrofismo, esto es hiperrealismo. Todavía estamos a tiempo de evitarlo. De nosotros depende.