Saldrá a escena Felipe VI el 24 de diciembre, Nochebuena, para dar a conocer su habitual mensaje navideño. Este 2020, en situación de tristeza por las limitaciones a los encuentros con familiares y con amigos, lo que el rey pueda decir se espera con interés. Ante los continuados mandobles que el rey emérito ha asestado a la institución y las críticas del vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, que incluso ha alentado a debatir esa noche en familia sobre la alternativa Monarquía/República.

No cabe duda de que Felipe VI invitará a la esperanza ante la vacuna y en la recuperación económica codo a codo con Europa, sin ignorar que el camino es largo y doloroso.

Las posiciones de la ultraderecha estarán presentes en un doble aspecto: las cartas de militares con ínfulas golpistas dirigidas a él en calidad de Capitán General, y el cotidiano intento de apropiarse de la defensa de la Corona por la ultraderecha y la derecha. En ambos casos, el rey debería dejar clara la independencia y el carácter neutral en lo político que constitucionalmente exige ocupar la Jefatura del Estado.

No estaría de más que Felipe VI llamara a los partidos -sobre todo algunos- a serenarse y a rebajar el irritante nivel de crispación que convierte el Parlamento en un foro de insultos, muy lejos del espíritu de reflexión y debate sereno sobre asuntos que importan a los ciudadanos.

¿Cómo abordará lo de su progenitor? Eh aquí la gran cuestión. El hecho de que el emérito no regrese de Abu Dabi estas Navidades ya es un síntoma de por dónde pueden ir los tiros. Pero, a la vez, la ausencia del emérito tampoco facilita el trabajo a su hijo para justificar el papelón de su padre en los años últimos de su reinado, que comenzó con el gran gesto histórico de contribuir a consolidar la democracia española y bloquear los intentos dictatoriales de Antonio Tejero.

Felipe VI se desmarcó de cualquier relación en lo económico, renunciando a la herencia de los activos de origen dudoso de Juan Carlos I que le pudieran corresponder en el futuro. Ahora bien, ante las continuas revelaciones sobre problemas con el fisco del emérito y donaciones inexplicables, una referencia a la justicia no estaría de más. Sobre todo, cuando la Fiscalía indaga en el punto más problemático de esta cuestión: el origen del dinero regularizado o el que aún pueda aflorar.

Cuando la confianza se degrada es muy difícil que se recupere.  La mejor credencial para la monarquía son sus propias acciones y en ese terreno, Felipe VI debe demostrar que representa a una institución moderna, ejemplar, transparente y útil para el país, rompiendo de manera tajante con cualquier intento de manipulación y, desde luego, con presuntas corruptelas. No lo tiene fácil. Suerte, Majestad.