Un ocho de mayo, Los Aliados, las naciones que se enfrentaron en conflicto bélico con las Potencias del Eje (la Alemania nazi, Japón e Italia), aceptaban la rendición incondicional de los nazis, después del suicido de su líder, Adolf Hitler, tras la derrota aplastante de la batalla de Berlín. Esta fecha, que ponía fin a la Segunda Guerra Mundial, también reconfiguraba el mapa geopolítico del mundo y sus áreas de influencia, que dejaría a la Europa del este y la mitad de Alemania, luego reunificada, en manos del poder soviético. Hoy, año veintidós del siglo XXI, sabemos que todo aquello, que debería estar sólo en los libros de historia y en los calendarios de efemérides, no quedó resuelto, al menos no para el nuevo Zar, Vladímir Putin, ebrio en la locura nostálgica del imperio soviético. 

En sordina, con la vergüenza de no haber evitado una invasión anacrónica, países como Francia o Inglaterra han conmemorado el día, mientras la integridad territorial y democrática de Ucrania, es decir, de Europa, es vulnerada bajo la destrucción de las bombas. El presidente del país invadido, Zelenski, ha emitido un video desde la ciudad destruida por los rusos de Borodyanka. En el video, el mandatario ucraniano asegura que décadas después del final de la Segunda Guerra, “el mal ha vuelto” y “la oscuridad ha llegado a Ucrania”, y tiene razón, entre las impropias celebraciones de una victoria que hoy nos parece amarga, mientras se vuelven a pisotear los derechos humanos y la dignidad de las personas a manos de un dictador sanguinario, con ínfulas de ungido como es Putin.

“Decís nunca más. Decídselo a Ucrania. El 24 de febrero se borró la palabra “nunca”. Balas y bombas. Cientos de cohetes a las 4 de la madrugada que despertaron a toda Ucrania. Escuchamos las terribles explosiones. Escuchamos otra vez” ha afirmado Zelenski ante las torres de Borodyanka, en la región al norte de Kiev, unos edificios civiles de nueve plantas bombardeados por las fuerzas rusas. “Nuestras ciudades sobrevivieron a la terrible ocupación y tardamos casi 80 años en olvidarlo, pero hemos vuelto a ver una ocupación otra vez. Es la segunda ocupación de nuestra historia y en casos como el de Mariupol, la tercera. Los nazis mataron a 10.000 civiles en los dos años de ocupación. Rusia ha matado a 20.000 en dos meses de ocupación” agregó el mandatario. Las cifras no sólo nos arrojan el número del horror, que aumentará, sino, además, el punto de quiebra del equilibrio mundial y de nuestros sistemas democráticos. Con todo, ante un hecho histórico tan dramático y trascendental, hay quienes siguen más preocupados por el menudeo propio, por las cifras macroeconómicas, que siguen siento el martillo con el que se achata la humanidad contemporánea, en un yunque de realidad virtual frívola, superficial y vacía.

Para Zelenski, “el mal ha vuelto otra vez; con distinta forma, con distintos lemas, pero con el mismo objetivo. Repiten sus crímenes e incluso intentan superar al maestro y desplazarlo del pedestal del mayor mal de la historia humana, establecer un récord mundial de xenofobia, odio, racismo y número de víctimas”, advirtió. Y tiene razón. El totalitarismo, la inhumanidad, la barbarie a golpe de lemas supuestamente heroicos sigue sonando, incluso cuando el inefable Putin no ha podido terminar de doblegar ni de tener victorias claras que celebrar sobre una población violada, torturada, expatriada, desposeída y asesinada, como es la ucraniana. Esta realidad es una vergüenza universal. La constatación de que muchas cosas, como la llamada Guerra fría, nunca acabó, sólo quedó maquillada, en un rincón de nuestros mapas, metamorfoseándose en espionaje informático, juegos de poder económico, y desvergüenzas humanitarias varias. Doblar la rodilla en los pasados años ante la persecución de los medios de comunicación en Rusia, el asesinato o exilio de los disidentes, la proscripción de identidades sexuales como las LGTBI, con detenciones e internamientos en campos de concentración y asunciones vergonzosas como las del gobierno español de permitir que las parejas homosexuales no pudieran adoptar en Rusia, la injerencia en otras fronteras sin consecuencia alguna, han llevado a la toma de conciencia de Putin de que nadie le va a parar los pies, y así está siendo. El dragón soviético nunca estuvo dormido, Sólo esperaba un demente que hiciera sonar las trompetas épicas de las viejas soflamas. No estoy seguro de que las múltiples sanciones contra Rusia vayan a detener nada. La tibieza, no sólo de China, sino de muchos países europeos que no están dispuestos a sacrificar su bienestar energético, dependiente del gigante del este, hacen muy dudosas esas medidas. Entre tanto, en las naciones que se creen a salvo, suenan fanfarrias, se despliegan banderas, y se hacen desfiles. Tiene razón Óscar Wilde: “Toda pompa es fúnebre”