En estos días en los que los cazadores reclaman su papel como protectores de la naturaleza y los mejores encargados de conservar su biodiversidad, es oportuno recordar el caso de uno de los mamíferos más abundantes del planeta que estuvo a punto de desaparecer por culpa de la caza indiscriminada. Estamos hablando del bisonte americano.

A principios del siglo XVIII, los rebaños de este espectacular bóvido atravesaban las inmensas llanuras norteamericanas en rebaños que superaban los dos millones de cabezas. Los censos estimados para toda Norteamérica daban por aquel entonces una población de varios cientos de millones. Las fértiles praderas, cubiertas de jugoso pasto, satisfacían las necesidades de estos grandes artiodáctilos que yacían confiados y se multiplicaban por miles cada primavera.

La caza del bisonte fue durante muchos siglos llevada a cabo de manera sostenible por las tribus indias, que se organizaban en pequeños grupos y cazaban con sus arcos y flechas tan solo lo que necesitaban para su sustento, eligiendo siempre a los machos más viejos o enfermos y evitando a las hembras y las crías, en un ejemplo de lo que hoy en día llamaríamos aprovechamiento sostenible de la caza.

Pero en el siglo XVIII el equilibrio de las praderas norteamericanas se hizo añicos con la llegada de los primeros colonos y sus rifles. La caza que llevaron a cabo estos cazadores, absolutamente insostenible desde sus inicios, propició lo que ha sido considerado como el mayor desastre cinegético de la historia natural del planeta.

La matanza de bisontes empezó a adquirir carácter de tragedia en el siglo XIX, cuando los cazadores se vieron recompensados con la llegada de un inesperado aliado: el ferrocarril.  Elegir el trazado viario no resulto complicado, bastaba con aprovechar el conocimiento del terreno que tenían los bisontes, por lo que se decidió seguir sus sendas para plantar las vías y atravesar así las llanuras.

En el siglo XVIII el equilibrio de las praderas norteamericanas se hizo añicos con la llegada de los primeros colonos y sus rifles

Los cazadores disparaban desde las ventanillas a las atónitas manadas sin aprovechamiento alguno, tan solo por placer, dejando los cadáveres esparcidos sobre la pradera. En los primeros años, el reclamo de la empresa del ferrocarril para atraer clientes entre los amantes del rifle era “viaje cómodamente y dispare sin límite a los bisontes desde su asiento”.

Entre 1870 y 1875 se sacrificaron de esta incivilizada forma cinco millones de bisontes. En 1877 el famoso cazador de bisontes William F. Cody (alias “Buffalo Bill”) se convirtió en el personaje más popular del oeste americano. Solo en aquel año se abatieron casi la misma cantidad de animales.

Como consecuencia de tal abuso cinegético, una década después los cientos de millones de bisontes que recorrían las praderas americanas se redujeron a menos de un millar, refugiados en el interior del Parque Nacional de Yellowstone y en otros bosques dispersos de las Rocosas.

Hoy en día y tras costosísimos planes de recuperación que incluyeron programas de cría en cautividad a mediados de los ochenta y la lenta reintroducción en sus antiguas áreas de distribución a partir de los noventa, la supervivencia de la especie parece garantizada. Pero, salvando las distancias, dejar la gestión de la biodiversidad en manos de los cazadores puede dar lugar a situaciones similares. Pongan lobo en lugar de bisonte y podemos asistir al mismo desastre