Cuando en el mundo social, artístico, periodístico español, la mayoría se refiera a una persona con el artículo por delante y el apellido como una forma identificativa, es que se ha triunfado. Quiere decir que la sociedad española ha convertido a esa persona en algo suyo, en alguien que se identifica, automáticamente y por antonomasia, con su apellido. Esto ha pasado con “La Jurado”, con “la Dúrcal”, con “la Pradera”, con “La Jiménez·”-que acaba de dejarnos también-, y con “La Campos”. Suele ser habitual en el mundo de la canción, pero sé que, en el caso de María Teresa Campos Luque. Que era su nombre completo, le habría encantado estar entre las otras, las grandes cantantes y artistas, amigas suyas la mayoría, y con las que tanta vida profesional y personal compartió.

Mujer brava “cojonudita de Málaga” la apodaron cuando desembarcó de la radio malagueña a la televisión española, fue una pionera en lo profesional y en lo personal, en una sociedad, la nuestra, que pasaba a regañadientes del blanco y negro al color. Era la transición española, las mujeres aún vivían no bajo un techo de cristal, sino en una jaula de vidrio en la que eran examinadas y juzgadas por todo, y María Teresa, fue de las primeras en separarse, con dos hijas, en poner sus aspiraciones profesionales en primer lugar junto con su maternidad y sin renunciar a ninguna. Ni siquiera en esto le fue fácil pues, a pesar de su experiencia en radio, las profesionales que comenzaban a aparecer en los noticieros y programas oficiales solían ser, además de periodistas, más jóvenes, con una imagen más estereotipada de mujer, y encorsetadas en la apariencia de la ultracorrección. La Campos, sin embargo, llegó con toda su experiencia, pero con 39 años. Una mujer madura, que no se avergonzaba de no responder a los clichés femeninos imperantes, y que tampoco escondía su acento andaluz, que era menospreciado también en lo social y en lo profesional por las élites conservadoras de la sociedad y los medios. Con todo eso, y con la complicidad y también algún desencuentro con el maestro Jesús Hermida, La Campos se convirtió en referencia de una sociedad abierta, desacomplejada, que no excluía ni a los intelectuales, ni a los ciudadanos de a pie, ni a esas mujeres relegadas a la vida doméstica, a las que llamaban despectivamente “Las Marujas”. María Teresa supo conectar, desde el rigor, pues fue de las primeras en hacer mesa política, con esas mujeres no tenidas nunca en cuenta, que se convirtieron en sus más files y entregadas seguidoras. “La Campos” les hablaba con respeto, de tú a tú, y llevándoles actualidad, entrevistas con escritores, intelectuales o cantantes de primer nivel, pero también hablaba de sus problemas, de los abusos de los maridos, de los malos tratos, y las consolaba, las ayudaba, la entretenía, llevando teatro, con sus pequeños sainetes con el actor Paco Valladares, o cantando copla, o boleros, o rancheras, si hacía falta, solventemente, y sin complejos. Esta fue la razón por la que los snobs de turno, los de siempre, decían que “hacía una televisión para marujas”, para minusvalorarla, para quitarle valor a un tipo de televisión que tenía mucho que ver con la radio que siempre funciona, la de cercanía, la de compañía, cuya fórmula en España inventó ella.

Creo que la inactividad, impuesta empresarialmente, desencadenó un proceso que finalmente la ha desdibujado, y que sus hijas, las también periodistas Terelu Campos y Carmen Borrego, han sabido llevar con discreción y respeto para preservar la dignidad y la imagen pública y profesional de lo que ha sido, es y será su madre. Yo me lo imaginé cuando, hace un año, María Teresa, que siempre fue generosa conmigo, como con todos los jóvenes escritores, cantantes o actores a los que conocía, dejó de responder mis mensajes de felicitación por su cumpleaños, santo o navidades, que siempre contestaba afectuosa. La conocí gracias al escritor Antonio Gala, a quien tantas veces entrevistó, y años más tarde presentó, magnífica y apasionadamente, junto a Ana Rosa Quintana, Susana Griso y Rosa Villacastín, mi novela “La Princesa Paca”. Se ha destacado su carácter fuerte, no he conocido a nadie que no merezca la pena que no tenga carácter y, sin embargo, poco se ha dicho de su enorme sensibilidad, su fragilidad, que le hizo pasar mucho sufrimiento y sinsabores. Tal vez la fortaleza sea eso, comprender nuestras debilidades y hacernos fuertes en ellas, con ellas, o a pesar de ellas. Ya descansa, por fin, se lo ha ganado, en la Málaga que llevó por bandera y que amó siempre. Ha conseguido reunir a todos, incluso a los que la traicionaron o no la quisieron del todo, y por supuesto a su familia, amigos, y todos los que tuvimos la suerte de conocerla, aunque fuese un ratito. Por eso, cuanto decimos María Teresa, o “La Campos”, en este país, todos sabemos de quien hablamos. Va por ti, maestra.