Dice un refrán bien conocido que por la boca muere el pez. Obviamente, cuando lo idearon no existían las redes sociales. Porque si así hubiera sido, se lo hubieran pensado antes de soltar semejante sentencia. Porque si eso fuera cierto, esas redes metafóricas por las que navegamos aparecerían cada día llenas de pescaditos muertos. Seguro.

Ejemplos de esto hay muchos, y los vemos cada día, pero algunos llaman tanto la atención que no pueden dejar de comentarse. Uno de ellos lo veíamos la pasada semana con las manifestaciones de la ya ex alcaldesa de una ciudad que manifestaba, sin cortarse un pelo, que antes de hacer determinados pactos, prefería fregar escaleras. Yo, por supuesto, respeto su postura beligerante respecto al pacto en cuestión, de la misma manera que respeto lo contario. Pero como, por encima de una y otra cosa, respeto a las personas -mujeres, en su inmensísima mayoría- que se dedican al trabajo doméstico, creo que estas palabras son inaceptables. Porque, por más que lo que quisiera decir fuera otra cosa, como se ha empeñado en explicar por activa y por pasiva, dijo lo que dijo. Y, como dice otro refrán, al buen entendedor, pocas palabras bastan.

Como decía, no ha sido el último caso en estos días. Por el otro lado del espectro político, saltaba otra noticia relacionada con esta incontinencia verbal que más de una vez nos deberíamos hacer mirar. Ocurría al hilo del nombramiento de una mujer como directora del Instituto de las mujeres. En cuanto salió a la luz, salieron también a la luz una profusión de mensajes en la red anteriormente llamada Twitter, donde no solo criticaba abiertamente la Ley trans, sino que se explayaba con opiniones cuanto menos hirientes para ese colectivo. También en este caso, la aludida se ha extendido en explicaciones acerca de su compromiso y de lo que quiso decir y lo que dijo. Pero, nuevamente, me remito al refranero y a lo que dice del entendedor. Y de la entendedora, aunque no lo diga.

Para acabar, no puedo dejar de acordarme de los mensajes de usuarios de redes no tan conocidos pero que llamaron poderosamente mi atención. Para mal. Porque, a propósito del sorteo de la lotería de Navidad, se metían con las niñas y niños que cantaban los premios, bromeando supuestamente -porque ni es broma ni tiene ninguna gracia- con el color de su piel y su “no españolidad”. Mucho más que lamentable.

Así que, como regalo adelantado de Reyes, dejo un consejito. Cuidado con lo que se dice y se escribe. Porque hoy día, las palabras no se las lleva el viento.