Las fechas navideñas son la época del año en la que se multiplican por tres las muertes de animales en la industria cárnica. Lo cual las convierten en todo lo contrario de lo que pregonan: mucha más violencia y muerte que “paz y amor”. Es obvio que es una consigna, y, en nuestros tiempos, una especie de eslogan publicitario que, además de incitar al consumo desmedido, bloquea nuestras conciencias respecto de lo que ocurre en el mundo y, en general, del sufrimiento de tantos seres vivos, humanos y no humanos, que nos rodean.

Ya sé que la mayoría de las personas no son nada dadas a cuestionar ni a analizar, sino a seguir al cotarro, como dios manda. Que pensar es cosa sólo de filósofos y gente rara, como me dijo una vez el cura que nos daba charlas en la escuela de primaria. No es mi caso, y no sé si para bien o para mal, pero me siento contenta y orgullosa de haber nacido con la capacidad de análisis y de crítica que me han llevado a desaprender tantas y tantas cosas, y a reaprender la realidad desde la perspectiva de la ciencia, la razón y la evidencia, y desde mi propia conciencia. Una realidad que tiene una parte muy dura, pero también otra parte maravillosa, porque es profunda y es verdad.

El mundo realmente es maravilloso. Quienes le convertimos en miserable somos los seres humanos. En concreto, una parte minoritaria de los seres humanos, muy dados a destruir, y también esa otra parte que cierra los ojos a su conveniencia. No quiero desviarme del tema en el que me quiero centrar; pero creo que es importante entender que existen otras perspectivas, otros paradigmas, otras percepciones de las cosas; otras alternativas a comportarnos como burros atrapados en la visión limitada que les marcan sus orejeras. Orejeras que algunos llaman miedo a la verdad, y otros consideran ignorancia, y otros llaman tradición. Al contrario, pensar es maravilloso, es como vivir dos veces, decía Cicerón; la comprensión es alegría, decía por su parte, el gran Carl Sagan. Por eso creo que es positivo cuestionar una tradición tan enraizada en nuestro cerebro más primitivo y emocional como es el llamado espíritu navideño; en este caso respecto del respeto a la vida de otras especies.

La Navidad cristiana se conformó adaptando a sus dogmas las fiestas de invierno anteriores al cristianismo. Tradiciones, culturas que, como la celta o la greco-romana celebraban, en general, el Sol Invictus, el cambio de ciclo de la naturaleza y el renacimiento del Sol (tras la oscuridad otoñal, el sol comienza a resurgir; de ahí el mito del nacimiento o renacimiento). Como el cristianismo divulga la idea del creacionismo y el antropocentrismo (el hombre es imagen de dios, los animales y la naturaleza están a su servicio), podemos percibir con claridad cómo se obvia absolutamente el holocausto que viven cientos de millones de animales en estas fechas... De hecho, las grandes comilonas navideñas se llenan de millones de animalillos recién nacidos que se arrancan a sus madres y se matan sin compasión para convertirse en nuestras comidas y cenas.

Cada Navidad se matan como alimentos navideños muchos millones de bebés animales, y alrededor de 1.100 millones de animales al año sólo en España. Un negocio siniestro el de la carne, un negocio intensamente cruel que se nutre del trato espantoso que reciben millones, trillones de animales desde que nacen hasta que mueren. Un negocio que ya casi ha desaparecido en explotaciones pequeñas (mucho más naturales y compasivas), y que está en manos de las terroríficas macrogranjas, cuyos propietarios son grandes multinacionales y lobbys poderosos que han multiplicado por mil el trato vejatorio e inhumano que se les da a tanta criatura inocente.

Ya a mediados del siglo XIX Shopenhauer escribía “El hombre ha convertido el mundo en un infierno para los animales”, y entonces el maltrato del hombre contra las especies animales era infinitamente menor que lo es en la actualidad. Y en ninguna arenga dominical se dice una palabra sobre ello, lo cual es elocuente. También decía Shopenhauer que el cristianismo ha despojado a los animales de cualquier consideración moral, lo cual es una gran inmoralidad, y permite convertir a los animales en un inmenso y espantoso negocio. Aunque son seres sintientes. Me remito, por ejemplo, a la Declaración de Cambridge, que fue firmada, en junio de 2012, por numerosos científicos que testimoniaron que los animales no humanos, según la ciencia lleva muchas décadas demostrando, poseen conciencia.

Sé bien que hay diversas organizaciones y muchas personas comprometidas que multiplican su trabajo en estas fechas haciendo campaña a favor de liberar nuestras mesas de crueldad y de agonía de seres vivos. No sólo porque nos comemos y nos envenenamos con el propio sufrimiento que les generamos, sino porque, además, es profundamente inmoral torturar y masacrar tantas vidas inocentes en medio, para más inri, de mensajes de “amor y paz”. Y también porque respetar a las vidas más vulnerables es la más auténtica manifestación de verdadera moral. No se trata de convertirse de un día para otro en vegano o vegetariano; se trata de reinventar un poco nuestros menús, y nuestras conciencias, para conseguir unas fiestas, y una vida mucho más solidarias, compasivas y sostenibles.

Coral Bravo es Doctora en Filología