Se ha conmemorado el día del trabajo, y yo quiero recordar y celebrar a un grandísimo actor español, que se nos fue hace unos días, sin hacer ruido, sin aperturas de telediarios, alejado de todo salvo de sus recuerdos y de los muchos que le quisieron y admiraron. Se llamaba Ángel Pérez-Aranda, aunque el cine y el teatro lo conoció como Ángel Aranda, y cosechó una de las carreras nacionales e internacionales más interesantes de nuestro panorama actoral, hasta que, a principio de los ochenta, decidió retirarse de todo, y vivir una vida sencilla en Málaga, siguiendo el ejemplo de su querida y admirada Pepa Flores. Jienense de nacimiento, culto, educado, políglota en una España en la que casi nadie hablaba idiomas, y de una belleza arrolladora que algunos compararon con los grandes galanes del cine dorado de Hollywood como Marlon Brando, reinó en el teatro y, sobre todo, en el cine, en las décadas de los años cincuenta, sesenta y setenta. Su primera película fue El guardián del paraíso, de 1955, pero rodó, la mayoría de las veces como protagonista, más de cincuenta películas. En 1959 realiza uno de sus personajes más importantes, de Eduardo, en el filme 15 bajo la lona coprotagonizado con Carlos Larrañaga, que le dio enorme popularidad en el país y muy buenas críticas. Fue de los pocos, en esos años, en rodar en producciones internacionales, como en la mítica Los últimos días de Pompeya, de 1959, El coloso de Rodas o Goliat contra los Gigantes, ambas de 1961, lo que hizo que directores internacionales, especialmente los italianos como Luchino Visconti o Franco Zeffirelli, se fijaran en él y le ofrecieran trabajo. Pocos saben que Visconti le ofreció el protagonista de Rocco y sus hermanos-Ángel Aranda hablaba perfectamente italiano, además de inglés y francés-, pero rechazó el papel por elegir vivir una relación incipiente en España, prueba de que le importó más la vida, los sentimientos, que el éxito personal. Ese papel, que finalmente protagonizó Alain Delon, fue la consagración internacional de Visconti y de Delon, pero a Ángel nunca le pesó elegir el amor a la vanagloria.

Fotografía de Ángel Aranda

Junto con su participación como protagonista o coprotagonista en las grandes superproducciones citadas, su gran éxito patrio sería la película El día de los enamorados, de 1959, junto a grandes figuras como Concha Velasco, Mona Bell, Tony Leblanc, y con la maravillosa banda sonora de Augusto Algueró. Durante los setenta, comenzó su desencanto con el mundo del que había hecho su profesión, que se prodigaba con las películas del destape que no le interesaron nunca, y se refugió en algunos westerns internacionales, y sobre todo, en el teatro, donde cosechó grandes éxitos y demostró su calidad como actor, puesta en duda por su impactante belleza. Fue uno de los actores habituales entre el reparto de los programas de televisión Estudio1 o Novela, encarnando clásicos en verso y prosa, y en la escena madrileña protagonizó piezas de Francisco Nieva o Antonio Gala. También fue uno de los que más veces representó el Don Juan Tenorio, en tándem con Vicente Parra, en una de las más memorables parejas teatrales de Don Juan y Don Luis Mejías, que se recuerda en la escena española. En esos años de producciones mediocres, protagonizó dos grandes trabajos, que han pasado muy desapercibidos, metiéndose en la piel de personajes históricos. Uno fue El Greco de 1966, y otro Cervantes de 1968. Volvió a protagonizar una comedia de éxito, La casa de los Martínez, en 1971, pero su cabeza ya estaba puesta en la retirada discreta y respetuosa, que consumó, retirándose de la escena y de los focos en 1980.

Imagen de Ángel Aranda

En la España canalla de entonces, que se sigue pareciendo demasiado a la de hoy, muchos no le perdonaron su libertad, su clase, su elegancia, y su independencia. No sólo no le regalaron nada, sino que además le quitaron y negaron todo lo que pudieron. A él estuvieron dedicadas crónicas maravillosas, poemas espléndidos, y alguna que otra canción como aquella que dice: “vivir así es morir de amor./ Soy mendigo de sus besos./ Soy su amigo/ Yo quiero ser algo más que eso/Melancolía”. La envidia y la mediocridad sigue manchando a la gente que brilla, y a Ángel Aranda, incluso llegaron a matarlo en todas las páginas supuestamente especialidades de cine y teatro, por no hablar de las enciclopedias virtuales tenidas como referencias contemporáneas. Lo dieron por muerto hace veinticuatro años, asunto que él se tomaba con enorme ironía diciendo: ”todos me dan por muerto menos Hacienda”. Personalmente lo recordaré con su enorme dignidad, con su respeto por los demás, siempre, su empatía y su inteligencia. Se lleva muchos secretos de unas décadas difíciles en nuestro país en la sociedad, la política y la cultura, que compartió con muy pocos. No se acordaron de citarlo, tampoco, en la entrega de los premios Talía de la Academia de Artes Escénicas, ni ha sido noticia de páginas de cultura, ni en las radios, ni en los digitales-hasta ahora-. Algunos, que no podían soportar ni su belleza ni su talento, ya se habían encargado de matarlo y enterrarlo hace décadas, como he dicho, a pesar de su talento, su bondad, y su filmografía. Descansen ya en paz, por fin, los malvados. Yo quiero recordar al Ángel más fieramente humano, hermoso e internacional de nuestro cine: Ángel Aranda.

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