Javier Cercas está recluido en Verges, el pequeño país de Lluís Llach, tierra de promisión de la infundada República Catalana, preparando la segunda entrega de su novela Terra Alta, y el pasado domingo fue entrevistado en El Periódico de Catalunya. Una frase que nada tiene que ver con su obra, sino con sus miedos comparados, ha desatado la polémica. “Esta crisis”, dijo refiriéndose a la pandemia del coronavirus, “es terrible, pero me afecta menos de lo que me afectó aquello”; siendo “aquello” el Procés, más concretamente, lo sucedido en Cataluña en octubre de 2017.

La comparación de dos hechos de naturaleza tan diferente en un sola frase suele ser una invitación a la polémica y así ha ocurrido. Para unos, las palabras de Cercas son un ejemplo de insensibilidad por interpretar que el autor está más preocupado por la unidad de España que por los miles de muertes por coronavirus, actitud descalificadora que definiría a todo el unionismo. Para otros, su reflexión es un recordatorio muy adecuado de la gravedad de lo vivido en Cataluña con el intento frustrado de desobediencia por parte de la mayoría independentista en el Parlament, incluso referenciándolo a la actual emergencia social.

Cercas forma parte (activa) de aquellos que en octubre de 2017 vieron peligrar realmente la unidad de España o, como mínimo, dieron por rota la convivencia interior en Cataluña, considerándola irrecuperable. Así lo recuerda en la entrevista: “cuando la Historia con mayúsculas llega, se mete dentro de casa y te cambia a ti y a la relación con la gente”.

El celebrado autor de Anatomía de un instante comparte con muchos catalanes esta percepción de la ocurrido entonces, hasta el punto de precipitarse en la exageración al compararlo con una crisis humanitaria que, como el mismo señala, en algunos momentos ha presentado unos partes de mortalidad superiores a la Guerra Civil.  Todo con tal de que no se olvide aquella intentona independentista, cuyo resultado más conocido fue el apaleamiento policial de algunos participantes en el falso referéndum del 1-O, seguido por el encarcelamiento y la condena por sedición de sus dirigentes y la expansión de una estado de frustración monumental entre sus seguidores, cuya intensidad no se desvaneció sino que animó a muchos a instalarse en la ficción de una república inexistente.

El Procés es un movimiento político, de gran éxito popular, que nunca ha podido desprenderse de un halo de ilusionismo tan palpable que compromete seriamente su credibilidad, al menos a corto y medio plazo. La patosa reacción del gobierno del PP y la posterior sobreactuación judicial le concedió al independentismo la épica suficiente para sobrevivir al fracaso de 2017 y seguir ganando elecciones. La pandemia del coronavirus es un sobresalto imprevisto a nuestro modelo del estado de bienestar que parece empujarnos, a golpe de muertes e incertidumbres sociales y económicas, a un cambio de nuestra manera de vivir; un hecho de consecuencias radicales y tal vez sin vuelta a atrás. La diferencia pues entre uno y otro episodio cae por si sola.

De todas maneras, la polémica desatada por Javier Cercas tiene su interés porque confirma la vigencia en Cataluña de una nueva ley del seguidismo social de quienes hablan, escriben o toman decisiones.  El principio básico de dicha ley es que lo relevante para evaluar la credibilidad de una iniciativa o declaración no es tanto el contenido de la misma como la identidad del protagonista. Prima el quién lo dice y no tanto lo qué dice. Y esa norma se practica a rajatabla por los prescriptores televisivos, analógicos o digitales alineados en uno u otro bloque.

La discutible opinión de Cercas (destacado crítico del separatismo) ha coincidido con la presentación por parte del presidente de la Cámara de Comercio, Joan Canadell (último descubrimiento mediático del independentismo) de un modelo de mascarilla denominada MasKCat, útil, según su promotor, en ambientes de poca concentración de virus. Como ocurrió con la frase de Cercas, los bloques han funcionado perfectamente apoyando o criticando a los protagonistas, casi sin fisuras.

Para unos, aquellos para quien Cercas tiene más razón que un santo, la mascarilla, lanzada en prime time por TV3, es tan solo una ocurrencia más del presidente de la cámara. Para los seguidores de Canadell, aquellos que demonizan al escritor, su iniciativa es un ejemplo más de la extraordinaria creatividad catalana y de su capacidad de sacar adelante el país sin más ayuda que la de los propios.

Los efectos del seguidismo, insensible a la más mínima critica interna desde cada uno de los bloques, es también una herencia de aquel octubre de 2017. El vigor de esta nueva ley de la credibilidad ha llegado a extremos inimaginables (incluso en 2017) con ocasión de la explosión del coronavirus, las diferencias institucionales en la gestión de la crisis, el cruce de acusaciones precipitadas en la atribución de responsabilidades, las discusiones entre expertos, y la utilización partidista de los calamitosos efectos del virus.