Francesc de Carreras, catedrático de derecho constitucional y uno de los fundadores de Ciudadanos, se preguntaba este viernes en su columna de El País por la deriva derechista de Albert Rivera. Esa misma pregunta se la están formulando estas últimas semanas muchos otros personajes, entre ellos el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, que ha advertido al español de que sus carantoñas con la extrema derecha no son admisibles dentro del grupo parlamentario europeo al que pertenecen sus partidos.

Lo que a mí me llama la atención no es el camino que ha emprendido Rivera, y con él el partido que dirige, preside, gobierna y controla, si no la sorpresa de los sorprendidos. ¿En qué momento Albert Rivera ha podido despistar a personas tan ilustradas, cuando sus intenciones y tendencias estaban claras desde el primer minuto en el que decidió ser político?

Dedicarse a la política si no se tiene ambición es como pretender ser alpinista si se padece de vértigo. Pero en todo hay una medida que diferencia la salud de la enfermedad. Cuando la ambición se impone sobre cualquier otra consideración, los políticos son peligrosos. Y no me refiero a peligrosos para los ciudadanos, que también, sino sobre todo para ellos mismos y, por contagio, para su partido. Rivera da claros signos de trastorno, perceptibles incluso para un profano en psicología como yo.

Albert Rivera padece el síndrome de Cristiano Ronaldo, con el agravante de que, a diferencia del portugués, le falta talento para marcar goles decisivos. Su afán por anotar él solito es tan patológico que el resto del equipo más que una ayuda resulta un obstáculo. Hay otra cosa que le asemeja al astro luso: no soporta que haya alguien más guapo, más alto pero, sobre todo, que tenga más éxito que él. De ahí que la animadversión que siente por Pedro Sánchez tenga más que ver con la testosterona que con la política.

Aunque la cabra siempre tira al monte, y Rivera desde bien jovencito ha sido más de monte del Valle de los Caídos que de Sierra Madre, lo cierto es que de la misma manera que ahora no le hace ascos a la extrema derecha, tampoco se los haría a la izquierda si pensara que tiene alguna posibilidad de convertirse en líder de ese espacio político. Casado y Abascal se le antojan rivales manipulables. Pero cegado por su narcisismo, no se ha dado cuenta de que quien está siendo manejado hasta el ridículo es él. ¿Habrá alguien en Ciudadanos con la suficiente valentía como para aconsejarle terapia?