Sé que voy a reincidir y coincidir con algunos compañeros de periódico con el tema, como mi colega Coral Bravo,  y, sin embargo, hay asuntos en los que hay que abundar porque lo ganado puede perderse en un instante. Cuando conmemoramos cuarenta años de la primera marcha del Orgullo Gay en España, una marcha todavía con el ruido de sables de fondo, hay voces que siguen afilando lengua, prejuicios y odios contra los de siempre. Las declaraciones del obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Pla, son un ejemplo, con su campaña de Sexólicos anónimos. Una campaña tan ridícula como contradictoria, en la que, para empezar, uno se pregunta si, por el hecho de ser católico la gente está muerta de cintura para abajo y de cuello para arriba.  Curioso que un señor al que se le presume célibe, bajo voto de castidad, esté tan preocupado por la sexualidad ajena.

Luego pasa lo que pasa y, como aseguraba san Agustín, “aquellos que reprimen lo físico acaban siendo sus víctimas” o, más bien, haciendo sufrir sus represiones a los muchos menores y constatados casos de abusos.

Igual de grave me resultan las soflamas del partido político VOX, que, aunque no nos sorprende dada su naturaleza, deberían ser juzgadas como incitación al odio, con la misma dureza que otros casos más traídos por los pelos. No quisiera pensar que la aplicación de la ley estuviese sujeta a según quien hace las declaraciones pues, en ese caso, deberíamos asumir que el poder judicial está ideologizado y escorado a la derecha más reaccionaria.

Lo que en muchos sitios empezó como reivindicación colorista y necesaria, las floreadas fiestas del Día del Orgullo, se ha tornado en fiesta turística, o casi una feria más, como en Madrid, ciudad en la que cuenta con más seguidores que la verbena de La Paloma o San Isidro. Conciertos en los que actúan las nuevas divas y las de siempre del mundo homosexual, además de proyecciones de películas, encuentros literarios y debates.

Este año el pregón de Los Javis, acompañados de cantantes como Marina y Agoney, el poeta César Brandon, el waterpolista Víctor Gutiérrez, o los patinadores olímpicos Luis Fenero y Javier Raya, entre otros, han puesto de manifiesto el compromiso de los más jóvenes y, también, la homofobia y las dificultades que, todavía hoy, siguen suscitando la orientación sexual. Algunos sabemos de lo que hablamos. Yo sé  lo que es sufrir, desde ámbitos supuestamente intelectuales, la maledicencia de escritores que atacaban en lo personal, por cuestión identitarias, en vez de hablar de lo literario.

Los "Javis" Javier Calvo (3d) y Javier Ambrossi (3i) ofrecen el pregón que da inicio a las fiestas del Orgullo 2018 - EFE

Habría que recordar que la lucha por la liberación gay y lesbiana se comenzó hace mucho y no han sido pocas sus víctimas a lo largo de la historia, para que no quede todo diluido en la divertida fiesta. Por no remontarnos más que a la historia contemporánea y obviando la quema de homosexuales de la Inquisición con la bendición de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana, una cláusula en el código penal alemán calificaba de “crimen”, a final del XIX, cualquier relación sexual entre hombres.

La lucha se extendió y obtuvo una victoria enorme cuando triunfó la Revolución rusa: la legislación soviética establecía la no interferencia del Estado o de la sociedad en cuestiones sexuales. Lamentablemente esta victoria se vio derrocada por el ascenso de Hitler y de Stalin al poder. Hoy sigue en las mismas el infame Putin mientras todo el mundo mira para otra parte.

Los sesenta vieron un resurgir de las luchas en general en todo el mundo por las libertades que significó el renacimiento del movimiento gay, y la chispa se produjo en Stonewall, en los EEUU. Stonewall era un bar gay del centro de New York,  controlado por la mafia y sobrevivía gracias a los sobornos que pagaban a la policía. Para justificar estos pagos, la policía realizaba redadas ocasionales. La noche del 27 de junio de 1969 ocho policías decidieron llevar a cabo una redada. Esta tropa era suficiente, según ellos, tratándose de un bar de "mariquitas". Pero aquel día una multitud empezó a congregarse alrededor del bar gritándole a la policía, cercando totalmente a los uniformados quienes se refugiaron en el bar. Atrapados pidieron ayuda a la comisaría que envió al escuadrón de fuerzas de choque de New York. La revuelta duró tres noches y la policía se vio obligada a retirarse de la zona. Los incidentes se sucedieron durante todo el verano boreal hasta la creación, en agosto, del Frente de Liberación Gay.

Un acto "normal" de opresión había desencadenado una gran respuesta. El Frente estableció reuniones públicas, publicó un periódico llamado Come Out! (¡Sal afuera!) y organizó una jornada de lucha para retomar las calles y expresar libremente el derecho a ser gay. A partir de esas manifestaciones cada año, desde 1969, se celebra el día del orgullo gay en todo el mundo.

Stonewall - Wikipedia

Mucho se ha avanzado desde entonces, pero no está todo ganado. Hay muchas cuestiones pendientes como la discriminación institucional, todavía hoy, en nuestro país, por los enfermos de VIH. Ojalá el gobierno actual de Pedro Sánchez, que se ha mostrado sensible a otras cuestiones de derechos humanos, tomase el toro por los cuernos de esta hiriente cuestión.

El “descrédito” y la “deshonra” social a la que son expuestos muchos enfermos, no sólo por parte de sus familiares, sino por sus ámbitos profesionales, están todavía por evaluar cuando, se supone, la difusión de secretos médicos es delictiva, razones que no son respetadas en muchos casos produciéndose toda clase de chantajes, extorsiones o “mouving”, que llevan al descrédito o al descalabro profesional de muchos. 

En nuestro país, ningún seropositivo, aunque su carga viral sea indetectable, y por tanto perfectamente apto y no contagioso, puede desempeñar ninguna función pública: ni administrativa, ni laboral. Lo que supone una exclusión civil y laboral absurda, denigrante y estigmatizadora, sin que además tengan ninguna prestación por invalidez si es que esta, que no lo es, lo fuera. Quiere decirse que los seropositivos, están excluidos civil y laboralmente por ley de la sociedad, no pueden ser funcionarios, profesores, administrativos, celadores, operarios, jardineros, etc, por padecer una dolencia crónica, sin que nadie ponga el grito en el cielo, ningún colectivo, ningún partido político, nadie…

No entremos en aquellos que, serán los primeros en ponerse el lazo rojo, y en soltar soflamas lacrimógenas en sus perfiles y redes sociales, con cargos y responsabilidades públicas, y luego, en su propia vida, han sido capaces de no acompañar, solidarizarse o incluso dejar en la calle a personas con esta enfermedad.

Caso aparte merecen las aseguradoras sanitarias privadas que se promocionan con spots publicitarios edulcorados en los que se supone que “lo que importa es tu salud” y, en realidad, lo que importa es el negocio, sometiendo a muchas personas a tratos vejatorios y cuestionarios insultantes.  Tanto de lo mismo sucede con las entidades bancarias que, a pesar de los contratos y cláusulas leoninas a las que someten a sus clientes, rechazan a muchos con estas dolencias, lo que supone, globalmente, una segunda enfermedad emocional y anímica, que lleva a muchas de estas personas a estados extremos de desesperación y estigmatización perpetua. Comprendo que los racionalistas argumentarán que tanto las entidades bancarias como las sanitarias, han de velar por sus intereses económicos pero, lo cierto, es que ya lo hacen de sobra con toda clase de seguros, garantes y avales, y podrían tratar de buscar otras maneras menos hirientes como garantías estatales para estos casos, con la ley de dependencia podría haberse incluido alguna enmienda a este respecto en la que no ha caído ningún grupo parlamentario, que haga de la difícil vida de estas personas algo más cálido y menos fiero de lo que ya es enfrentarse a la enfermedad diariamente.

He recordado cómo el hoy ministro de Interior, uno de los jueces más duros con el tema del terrorismo, declaró abiertamente su opción sexual, en una entrevista a la escritora Rosa Montero, hace años, ante el escándalo de algunos. Fernando Grande Marlaska reconocía: "Hay gente en situaciones verdaderamente duras", afirmaba el magistrado, que no solía conceder entrevistas. "No me siento modelo de nadie, pero hay muchos chavales que viven en pequeños pueblos y lo tienen muy difícil. Y con esto puede que se digan, mira, ese tío del que hablan tanto los periódicos también son así, entonces lo mío no será tan raro, no será tan malo". Ahora algunos, desde ambos flancos ideológicos han querido desacreditarlo y tacharlo de hombre de derechas en lo que, no nos engañemos, también existe un malintencionado y calumnioso sustrato homófobo. Es curioso cómo, en la esquizofrenia de la sociedad líquida en la que vivimos, algunos sostienen una cosa y la contraria.

 El avance civil de los matrimonios no debe ser un premio de consolación. Mientras no se revise, como sucedió con el asunto de la violencia de género, el tema penal de la homofobia, estaremos en manos de interpretaciones  legales que seguirán dejando el tema, en algunos casos, en manos de homófobos que dictan sentencias. No nos durmamos en los laureles mientras estemos de fiesta; no dejemos que una opción sexual se convierta en marca registrada, objetivo de multinacionales y consumismo previa campañas publicitarias. Hay mucha sangre rosa derramada: Wilde, Lorca, Passolini, Rock Hudson, por citar algunos conocidos, y a día de hoy, en países tan civilizados como EEUU, las prácticas homosexuales son un delito en muchos estados, por no hablar de muertes en Rusia, Latinoamérica o el mundo islámico, pasando por sentencias vergonzosas en nuestro propio país, que deberían costarle el puesto a ciertos jueces.

El Outing es una forma de fascismo inventada en la guerra fría norteamericana para presionar a la delación a actores y directores de cine. Es algo odioso y denigrante que las personas de bien no debemos permitirnos pero, que tengan cuidado quienes alardean con bromas baratas, insultos, vejaciones, contando con la buena voluntad de los que tienen en frente, no sea que empiecen a abrirse los armarios de las Sacristías, no sólo con el caso de Marcial Maciel, y los cargos políticos casados para estar donde deben parecer decentes, heterosexuales y piadosos, no sea que a alguno le dé por no ser tan respetuoso con los que no respetan a nadie, aunque luego lleven triples vidas y hagan recursos a ciertas leyes. El rosa también puede ser un color fuerte y ácido y, desde luego reivindicativo y con memoria.