Han bastado menos de un par de semanas desde su elección como presidente del Parlamento de Cataluña el pasado día 17 de enero, para que Roger Torrent haya pasado a ser objeto de toda clase de críticas e incluso de fuertes ataques públicos por parte de la mayoría de los mismos que entonces le votaron, en concreto por buena parte de los diputados de JxCat y de la CUP. Ambas formaciones han rechazado con rotundidad la decisión de Torrent de aplazar la sesión de investidura de Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat, que el mismo Torrent había convocado para primera hora de la tarde de este martes.

El rechazo de JxCat y la CUP a esta convocatoria oficial de Torrent ha sido tan rotundo que ambas formaciones se han llegado a plantear incluso la posibilidad de reunirse a solas en el hemiciclo del parque de la Ciutadella, aunque a la postre únicamente lo han hecho los cuatro diputados de la CUP y solo por unos minutos, los necesarios para poder ser fotografiados en este enésimo acto de protesta “cupaire”.

Lamento haber acertado en mi último artículo publicado en EL PLURAL, titulado Ajustes de cuentas entre independentistas. Era fácil de prever que se produjeron estos ajustes de cuentas, pero al menos yo no esperaba que se produjeran de una forma tan rápida, tan pública y sobre todo tan contundente como se han producido y siguen produciéndose todavía, incluso con algunos centenares de manifestantes que han irrumpido con violencia en el parque de la Ciutadella saltándose los controles de los Mossos d’Esquadra, mientras otros centenares de personas se concentraban en el exterior. Todos ellos reclaman con insistencia la investidura presidencial inmediata de Carles Puigdemont, algo que a todas luces es imposible si el expresidente no comparece personalmente en sede parlamentaria con la necesaria autorización del Tribunal Supremo. Por si quedaba todavía alguna duda al respecto, el Tribunal Constitucional ha resuelto rechazar, de nuevo por unanimidad y en este caso con inusitada rapidez, las alegaciones presentadas por el propio Puigdemont y por JxCat.

Puigdemont incluso no ha contestado desde Bruselas a ninguna de las insistentes llamadas telefónicas de Torrent, en lo que es un claro menosprecio hacia quien en estos momentos es, según la legalidad estatutaria, la máxima autoridad de la Generalitat. Una autoridad que ha sido criticada y atacada también por muchos de los mismos diputados independentistas que le votaron para tan importante cargo institucional hace solo un par de semanas, una autoridad que no ha tardado en ser insultada y vejada en público por algunos de los numerosos manifestantes secesionistas congregados en las cercanías del Parlamento.

ERC como partido, y Roger Torrent de forma mucho más especial y personal, están recibiendo ahora su propia medicina, aquella que algunos de sus dirigentes más conocidos -Marta Rovira, Gabriel Rufián...- dieron a beber a la fuerza al mismo Carles Puigdemont cuando intentó ser él quien convocara unas elecciones anticipadas, y que en tantas otras ocasiones han aplicado a cuantos no han compartido sus concepciones y opciones políticas, que sin duda alguna son legítimas pero no más legítimas que las opuestas.

Lo que ha comenzado a suceder hoy en el Parlamento de Cataluña, tanto en su interior como en su exterior, es el inicio de unos ajustes de cuentas que mucho me temo que, desgraciadamente, irán a más en los próximos días, en las próximas semanas y tal vez incluso en los próximos meses. Como mínimo, hasta que el conjunto del movimiento independentista, o al menos la gran mayoría del mismo, no asuma de una vez por todas la realidad, sin duda mucho más compleja y complicada de lo que los dirigentes del secesionismo les habían explicado.

El “procés” ha dado un paso más. Hemos entrado en una nueva etapa, en la de unos ajustes de cuentas que pueden derivar en pura y simple lucha libre, aquel raro espectáculo de combates cuerpo a cuerpo, muy a menudo con historias basadas en supuestas rivalidades entre “héroes” y “villanos”. Aquel “procés” que en sus inicios se planteó como un pulso entre el independentismo catalán y el Estado, que lleva ya muchos años fracturando a la sociedad catalana en dos mitades irreconciliables, ha comenzado a enfrentar también, en un remedo de espectáculo de lucha libre, a los propios independentistas.

Muchos diputados se han visto obligados a salir del Parlamento de Cataluña bajo protección policial, mientras que los propios agentes de los Mossos d’Esquadra, antes y después de haber ejercido la violencia legítima en defensa de la ley, han sido insultados y vejados en público. 

¿Qué queda ahora de la tan traída y llevada “revolución de las sonrisas”? Apenas nada, aunque a pocos metros del Parlamento de Cataluña, en el mismo parque de la Ciutadella, tiene sus instalaciones el Zoo de Barcelona, donde por cierto también hay hienas.