Me llamo Loreto Ochando y soy periodista de tribunales. Este sábado se ha celebrado el Día Internacional contra la Violencia de Género. Aun me pregunto qué tenemos que celebrar. ¿Una lucha? Esta lucha no hay que celebrarla, hay que reivindicarla, partirnos la cara si hace falta, pero no celebrarla. No voy a hablar de datos, hoy os podéis hinchar a leerlos. No voy a hablar de la lucha, es evidente. No voy a hablar de los pasos que quedan por dar, son tantos que no tengo líneas suficientes.

Hoy voy a contar una experiencia personal. He perdido la cuenta de los juicios que he visto. Tras diez años son muchos, demasiados. Pero en esta década solo me he tenido que salir dos veces de una sala, y en ambas ocasiones el tema a tratar era el mismo: una agresión sexual. Estas semanas, y me importa poco no ser objetiva, hemos asistido al espectáculo mediático que ha supuesto la violación de ‘la manada’ a una chica en San Fermín. Sí, lo sé, eso no es violencia de género según la ley….soy periodista de tribunales.

Pero que no se contemple un delito dentro de una ley específica no significa que no sea ‘de género’. Y volviendo a la falta de rigor periodístico he de decir que hay que tener muy poca catadura moral para seguir a una chica que ha sufrido una agresión sexual y hacerle fotos para evidenciar algo así como: “pues no será para tanto si sale con sus colegas”. Los que me conocen saben que de cada tres palabras que digo, dos son tacos, y con respecto a este tema prefiero parar pues en El Plural no merecen querellas.

Una vez dicho esto vuelvo al análisis. Las agresiones sexuales a mujeres son violencia de género aunque no estén dentro de la ley integral aquellas que no se producen dentro de una relación. La cárcel es muy dura, nadie lo niega, pero más duro es que te violen y que debido a la lentitud de la Justicia, cuando ya estás empezando a levantar la cabeza, hablamos de dos o tres años después, tengas que volver a recordar  el peor día de tu vida. Ese día en el que te arrebataron una parte de ti. Ese día en el que alguien te robó un pedazo de tu alma.

Pero no solo hay que recordarlo, es que encima lo tienes que hacer delante del tipo que te lo hizo. Te ponen un biombo para que no lo veas…..uh, que maravilla, como si las víctimas fueran lerdas y no supieran que a dos metros está la persona que las destrozó. Y entonces llega lo chulo: no falles, no se te ocurra olvidar un detalle de ese día o nos encontramos con esa maravilla judicial llamada ‘contradicción’. Vamos, que una tiene que pensar mientras la violan: “oye mira, voy a acordarme de todo no vaya a ser que dentro de dos años por una mala frase absuelvan al que me está destrozando”. Y eso si no tienes ninguna anomalía psíquica, y perdón por el término utilizado, pero es así.

Nunca se me olvidará un juicio de una chiquilla con una minusvalía que declaró porque su hermano ‘presuntamente’ la había violado durante varios años. Señores lectores hagan el esfuerzo de imaginar a una niña con parálisis cerebral bastante severa tratando de relatar los episodios sin el famoso biombo que la protegiera de su hermano. Nunca se me olvidará su cara y mucho menos su relato. Un relató que escuché hasta donde pude aguantar las lágrimas y unas ganas de vomitar que me impidieron terminar de ver aquello.

Salí de la sala y de la ciudad de la Justicia y fumé un cigarro tras otro mientras aguantaba el llanto. Al cabo de media hora salió el presidente del tribunal y nos miramos. Agachó la cabeza. No pude evitarlo y le dije “lo vais a absolver”.  Él me miró y solo dijo “no te puedo decir el fallo” mientras los ojos se le llenaban de lágrimas y se marchaba tras una sola calada por donde había venido. Mes y medio después salió absuelto porque el relato de la víctima no era congruente. Nunca he querido seguir ese tema porque no podría soportar ver que esa niña sigue viviendo con ese animal.

La otra vez que salí de una sala fue escuchando a una mujer como su marido la había violado sistemáticamente durante años. Aguanté una hora. Pero llegó el turno de la defensa y comenzó a preguntar si no era verdad que le gustaba duro. Ella se rompió, más de lo que ya se había roto. Contestaba estoicamente mientras las violaciones sufridas eran relatadas como algo que le encantara a ella. Pero no me salí por eso, no. Me salí porque escuché a gente dentro de la sala expresiones como “pues era un poco puta” o “siendo tan guarra poco le ha pasado”. Había dos opciones, la primera irme, la segunda darme de leches. Opté por la primera. Volví a llorar, pero esta vez de rabia.

Dentro de los pasos que nos quedan por dar hay uno fundamental: aprender a diferenciar a la víctima del delincuente. Aprender a ser empáticos con las mujeres que han sufrido agresiones sexuales. Nadie pide que la violen. Nadie merece ser violada. Y a aquellos o aquellas que se les pasa por la cabeza que piensen en sus madres, hermanas e hijas. NO ES NO.