La fotografía analógica, actualmente, es un vestigio nostálgico de otra época donde las cosas no eran tan fáciles, tan inmediatas, tan compartibles y pertenecían a una esfera íntima trazada por la paciencia y la confianza en uno mismo. Hoy en día, aunque suene a actividad hipster, vale la pena revisitar este arte para ver de otra manera el mundo.

Cualquiera puede ser fotógrafo

Actualmente, cualquiera tiene la suerte de poder considerarse fotógrafo aficionado: todos cargamos en nuestros bolsillos con una cámara; tal vez no precisamente réflex, pero sí lo suficientemente decente como para sacar alguna instantánea interesante. Buscar qué es lo que vale la pena fotografiar, aunque solo sea para compartirlo por una red social, crea una mirada cercada, delimitada por lo que nos puede resultar interesante, condicionada por las capacidades que tiene nuestra cámara de capturar aquello. Es decir, es una perspectiva, al fin y al cabo.

Nuestras perspectivas son el principal encuadre

Las perspectivas son tan importantes que tendemos, inevitablemente, a encerrarnos en la nuestra. Estas nos construyen realidades determinadas que dependen de nuestros matices vitales: cuáles son nuestras rutinas, expectativas, momentos favoritos... Y aquí entra en juego la fotografía, que nos crea un ojo único, pues es capaz de reducir nuestra mirada periférica a un solo detalle, o ser capaz de alcanzarnos objetos lejanos o capturar a las personas que queremos como solo nosotros las vemos.
La fotografía es una evolución de nuestra perspectiva vital, hasta conseguir crear un relato que cuenta quiénes somos.

La fotografía analógica o como autoconocerse

Pero, ¿qué ocurre con la analógica? Simple: no conoces el resultado hasta mucho más tarde y las posibilidades son limitadas (además de caras). Es decir, la analógica coarta nuestra mirada para que ella misma se restrinja. Nos volvemos, por primera vez, selectivos con nuestra propia perspectiva. Seleccionamos con cuidado aquello a lo que le tenemos tanto cariño como para querer inmortalizarlo. Con la tecnología digital, uno puede hacer 100 fotos sin apenas inmutarse. En cambio, en la analógica, hay 24 tomas por carrete, habitualmente: hay que elegir con cuidado. La fotografía analógica nos llevará a cultivar ciertas virtudes inseparables del carrete, como lo son la paciencia, la selección y la capacidad de verlo desde diferentes perspectivas. Es probable, que de repente colocarse tras el visor y buscar ese punto exacto en el que uno encuentra lo que quiere pueda considerarse tarea titánica. Pero es cierto que, tras un visor analógico, el mundo es distinto: las luces son más cálidas, las figuras más definidas y todo cobra un poco más de valor. Así que vale la pena coger la vieja cámara de papá o mamá, esa que hay que enfocar manualmente y mover la manivela a cada foto. Entonces, salir a pasear y descubrir qué nos interesa realmente de nuestro entorno. Cuando los recursos son limitados, ¿qué imágenes queremos conservar?