Se llamaba Emilio Herrera, era granadino, y fue aviador, ingeniero, inventor, aventurero y, sobre todo, visionario. Tanto que treinta años antes de que el hombre pisara la luna, en 1969, él ya fue capaz de imaginar ese viaje. E incluso diseñó un prototipo de traje espacial para ello.

A Herrera, la falta de facultades científicas en España lo obligó a completar su formación en el ejército, en la recién creada Academia de Ingenieros de Guadalajara. Allí trabajó con globos aerostáticos, los pilotó y se habituó a utilizarlos para campañas científicas como la observación de los cambios en las capas altas de la atmósfera durante un eclipse solar, en Burgos (1905).

Esos primeros ascensos le inocularon la inquietud. Herrera no dejó de pensar en un método para atravesar la atmósfera y mantener la movilidad de manera autónoma. El requisito número uno era un traje espacial. Así que entre 1915 y 1930 se dedicó a la investigación aeronáutica y al diseño de una escafandra estratosférica que le permitiera llegar a las capas más altas de la atmósfera. En paralelo, crearía la Escuela Superior Aerotécnica de Cuatro Vientos, ayudó a Juan de la Cierva a probar su autogiro (germen del futuro helicóptero) y diseñó el túnel de viento del Laboratorio Aerodinámico de Cuatro Vientos (el primero de España y el segundo más grande del mundo en la época.

La dictadura de Franco le retiró la medalla de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales por razones políticas. Estuvo exiliado en París tras la Guerra Civil, donde lo contrató la Office National d'Etudes et de Recherches Aérospatiales (ONERA) francesa, y después, en Suiza, donde trabajó para la UNESCO, y gracias a su amigo Albert Einstein, trabajó como consultor para el uso pacífico de la energía nuclear. También sobrevivía gracias a los derechos de sus patentes y a los artículos de divulgación científica que escribió en periódicos y revistas, muchos dedicados al peligro de construir armas termonucleares, como la bomba atómica que en 1945 se lanzó sobre Hiroshima.

Herrera falleció en Ginebra en 1967, solo dos años antes de que el hombre pisara la luna. Hace unos meses, el Gobierno, a iniciativa del ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque, reivindicó la figura de Herrera, y quiso devolverle "el honor y la memoria".