Se podría definir como un tratamiento para mejorar la memoria, nuestra capacidad sexual, controlar el hambre, evitar resfriados y gripe, ser menos propensos al Alzheimer, al cáncer, la diabetes o a accidentes cerebrovasculares, o morir en accidentes de coches. Nos hace, en definitiva, más inteligentes, más atractivos y más felices. Y no es otra cosa que dormir. La editorial Capitán Swing publica Por qué dormimos, del neurocientífico Matthew Walker, repleto de información sorprendente sobre los efectos de mantener niveles subóptimos de sueño, que serían menos de siete horas por noche.

De acuerdo con Walker, dormir mal es tan grave como fumar, provoca el deterioro del cuerpo y mente. Y en general, como sociedad lo ignoramos u obviamos, porque nos hemos montado la vida de tal manera que nos somos capaces de reservar el tiempo imprescindible para dormir. Y es que hasta hace poco, explica Walker en su texto, la ciencia no tenía respuesta a la pregunta de por qué dormimos, para qué sirve el sueño o por qué sufrimos consecuencias devastadoras para la salud cuando no pegamos ojo.

Bien es cierto, reconoce el científico, que no todos tenemos los mismos hábitos de sueño. Las personas se pueden dividir en dos grandes grupos, alondras matutinas y noctámbulos, por así llamarlos. Cada grupo opera a lo largo de diferentes líneas circadianas, y no hay casi nada que los búhos puedan hacer para convertirse en alondras, lo cual es muy mala suerte porque el trabajo y, en general, los horarios sociales favorecen abrumadoramente a los madrugadores.

 Soñar crea un espacio de realidad virtual en el que el cerebro combina el conocimiento pasado y presente. Walker, basándose en distintos estudios científicos, ofrece claves para mejorar nuestro aprendizaje y creatividad en el sueño.