Desde que el coronavirus que causa la COVID-19 empezó a expandirse, no han parado de advertirnos con recomendaciones sanitarias, como la distancia social o el uso de mascarillas. Aunque la medida estrella, y desde el primer momento, ha sido el lavado de manos, que, para resultar eficaz, debe hacerse con agua y jabón, y durante al menos veinte segundos (o durante el tiempo que tardemos en cantar dos veces el Cumpleaños feliz, como nos enseñó Woody Allen). De acuerdo con la organización Global Hand Washing, también es un buen respaldo el gel desinfectante, en especial en centros de atención médica u hospitales, pero debería complementarse con ese proceso de frotar las manos bajo el agua.
Lavarse las manos previene enfermedades, el COVID-19 es solo un ejemplo. Florence Nightingale, estadística y enfermera inglesa, fue quien lo empezó a promover a mitad del siglo XIX. Hoy, la Organización Mundial de la Salud (OMS) explica que la práctica, al reducir la probabilidad de enfermar, supone también una disminución del consumo de antibióticos.
Pero, ¿qué hace que el jabón acabe con el virus? Su estructura. El jabón está hecho de moléculas muy pequeñas que interrumpen los enlaces químicos o lípidos (grasos) que permiten a las bacterias y los virus adherirse a las superficies, y los erradican, así, de la piel. "El agua sola puede enjuagar la suciedad, pero los virus y las bacterias son tan pequeños que a menudo necesitan una intervención química y mecánica para sacar sus pegajosas nanopartículas de las grietas que forman nuestras singulares huellas dactilares. Por eso el jabón es tan importante. Está hecho para eso", explica la UNESCO.
Y es que los virus están formados de un núcleo de material genético que le permite multiplicarse, unas proteínas externas que le permiten engancharse a las células del ser vivo que infecta y una grasa que los envuelve para protegerlos. Y necesitan la célula de otro ser vivo para sobrevivir, y tras penetrar en ella, multiplicar y expandir su infección por todo el cuerpo. "Como un clavo que revienta un neumático, el extremo de la molécula de jabón que repele el agua, una cola hidrofóbica que puede unirse con el aceite y las grasas, apuñala a la COVID-19 convirtiéndola en un bolsa rota y desinflada de células de ARN", analiza la mencionada organización internacional.
Al aclararnos las manos, el agua arrastra los microorganismos que han atrapado las moléculas de jabón. "Mientras las cabezas hidrófilas se extienden para unirse al agua, las colas se giran hacia dentro para protegerse del agua. Al hacer este movimiento, recogen todo lo que atrapan en pequeñas jaulas de burbujas de jabón llamadas micelas. Frotar con fuerza todas las partes de las manos y muñecas, enjabonando bien, es la clave para atrapar estas partículas invasoras para siempre, y eliminarlas por el desagüe. Y si el agua está fría o caliente no importa, siempre y cuando uno se enjabone bien previamente".
Los desinfectantes con al menos el 60 por ciento de etanol o alcohol etílico actúan de manera similar, al derrotar a las bacterias y a los virus a partir de la desestabilización de sus membranas lípidas. Pero no pueden retirar tan fácilmente los microorganismos de la piel. La UNESCO añade: "Cualquier bacteria que sobreviva a este tratamiento, puede evolucionar para ser resistente a los productos antibacterianos en el futuro. ¿Por qué arriesgarse a fortalecer las bacterias cuando todo lo que se necesita es un poco de agua y jabón?".
También hay virus que no dependen de membranas lipídicas para infectar las células, así como bacterias que protegen sus membranas con escudos resistentes de proteína y azúcares: los de la meningitis o la polio, por ejemplo.