Este martes la Fundación “la Caixa” entrega sus becas de posgrado 2019, en un acto solemne presidido por los Reyes Felipe VI y Letizia. Se trata ya de la 37 edición de una iniciativa que permite a los becarios completar sus estudios en las mejores universidades de todo el mundo.

Alma, la red social social de la Fundación “la Caixa” publica un reportaje sobre dos de los becados en ediciones anteriores, ambos milenials y brillantes.

Estudiantes, milenials y brillantes

Más preocupados por el precio de los aguacates que por los de la vivienda. Más pendientes de sumar likes en Instagram que experiencia laboral en el currículum. Se nos culpa de haber acabado con el cinela Unión Europea e incluso los cereales. ¿Tan terribles somos los milenials? Quizá, la realidad sea que, aun estar convirtiéndonos en adultos en medio de una crisis económica, medioambiental y política, tampoco lo estamos haciendo tan mal. Quizá sea que las ganas las tenemos todas, pero son las oportunidades las que escasean. De pasión, oportunidades y juventud va precisamente el programa de becas de posgrado de la Obra Social ”la Caixa”  que, un año más, ha servido de trampolín para que 120 jóvenes de toda España puedan continuar sus estudios en las universidades más prestigiosas del mundo. Lo celebramos charlando con dos de los seleccionados. 

Eva Casado Ariza (Cerdanyola del Vallès, 1995)

Doctorado en Dirección de Orquesta   

“Cuando me concedieron la beca fue una verdadera explosión de alegría. Creo que es la mejor beca en España de estas características, ¡es una pasada! La pedí porque acababa de graduarme en el Máster de Música en Violín y Dirección Orquestal de la Universidad de Florida, y tenía claro que el doctorado en Dirección de Orquesta también quería hacerlo en Estados Unidos. Aún no me han confirmado en qué universidad he sido aceptada, pero espero que sea en mi primera opción: la Universidad de Miami.

Me gustaría ganar experiencia en una gran orquesta e investigar en el tema de la accesibilidad para las personas con diversidad funcional en el ámbito musical. Yo misma tengo una discapacidad física desde los 12 años y conozco de primera mano lo difícil que puede llegar a ser querer avanzar en este ámbito con una minusvalía. Por ejemplo, muchos auditorios están adaptados para el público, pero no para los intérpretes. ¡Como si ni se planteara la posibilidad de que una persona con una discapacidad quiera subirse al escenario a tocar! De hecho, a mí mucha gente me ha dicho que no lo conseguiría, que me buscara otro oficio; así que, en parte, siento cierta responsabilidad. No voy a dejar de intentarlo, por mí y por todos los que vienen detrás.

No vengo de una familia de músicos; mis padres no tocan ningún instrumento, pero siempre se han interesado por la cultura y, de pequeña, me llevaban a todo tipo de museos, teatros y actividades. A los 5 años fuimos a un concierto y me gustó tanto que les pedí que me apuntaran a clases de música. Desde entonces, he seguido dedicándome a ello y mi familia me ha apoyado en todo momento. Mi padre pasó conmigo todo el año que estuve cursando el máster en Florida. La verdad es que me siento muy afortunada de poder dedicarme a lo que me gusta y recibir tanto apoyo. Para mí, la música es un punto de encuentro, una oportunidad para conectar con gente de edades, orígenes y capacidades diferentes. Creo, además, que la música debe ser un reflejo de la sociedad: debe representar la increíble diversidad que hay en el mundo. Solo así podrá ser un verdadero motor de cambio y mejora de nuestra sociedad”.

Oriol Solé Borràs (Tortosa, 1994)

Máster en Salud Pública en la Universidad de Harvard

Empecé los estudios de Medicina pero, al poco tiempo, perdí la motivación. Aunque me encantaba lo que estaba aprendiendo, no me veía ni como médico ni como investigador; así que, paralelamente, me apunté a la carrera de Filosofía y, por suerte, ¡me sirvió un montón! Empecé a implicarme en movimientos asamblearios, como la Associació d’Estudiants de Ciències de la Salut, de la que fui presidente en el 2018. Gracias a estas experiencias descubrí todo un mundo. Un mundo, además, muy poco representado en el currículum de medicina: el de la salud pública.

Acabada la carrera y superadas las dudas que tenía al ser el único de mi promoción que no quería hacer el MIR, tuve muy claro el camino que debía seguir. Como aquí en Europa todo está más centrado en la investigación que en la elaboración de políticas, sabía que tenía que ir a Estados Unidos. Obtener la beca de ”la Caixa” fue un eslabón totalmente necesario en mi camino: sin la dotación económica, no hubiera podido marcharme. Y tuve la suerte de que me aceptaran en todos los programas a los que envié una solicitud.

Finalmente escogí Harvard, porque esta universidad me permitía matricularme en asignaturas externas a la Facultad de Medicina, como las de la Facultad de Políticas. Para mí, esto es fundamental porque entiendo la salud como una acción política: hay todo un conjunto de desigualdades (generadas por el género, la etnia o la clase social) que afectan a la salud, al acceso que tenemos a ella y a lo formados que estamos sobre estos temas. Solo conseguiremos una “justicia social” verdadera cuando todas las consecuencias de la desigualdad en salud que son evitables se reviertan. Una de las cosas más importantes que hay que lograr es que los políticos sean conscientes de lo mucho que pueden influir en la salud de la población más allá de la asistencia sanitaria. Porque la salud es algo que hay que tener en cuenta al elaborar cualquier tipo de política. Solamente con esto ya veríamos grandes cambios.

Texto: Patri di Filippo
Ilustración: David Octane