El tenis volvió a colocarse en el centro del debate deportivo y social este domingo en Dubái con la celebración de una nueva “Batalla de los Sexos”, un evento pensado más como espectáculo global que como competición estrictamente deportiva. En la pista se enfrentaron dos figuras mediáticas de primer nivel, aunque en realidades muy distintas: Nick Kyrgios, exfinalista de Wimbledon en 2022 y actualmente hundido en el puesto 671 del ranking ATP, y Aryna Sabalenka, número uno del mundo y gran dominadora del circuito femenino en 2025. El resultado fue claro, 6-3 y 6-3 para el australiano, pero el marcador fue casi lo de menos.
El partido, disputado ante 17.000 espectadores y con celebridades como Ronaldo Nazario o Kaká en las gradas, estuvo rodeado de una enorme expectación mediática. No tanto por lo que podía decir el duelo en términos deportivos, sino por todo lo que simboliza enfrentar a un hombre y una mujer en un deporte históricamente marcado por el debate sobre la igualdad, la diferencia física y el espectáculo. Medio siglo después del histórico enfrentamiento entre Billie Jean King y Bobby Riggs, el tenis volvió a jugar con esa narrativa, aunque en un contexto radicalmente distinto.
Un show con reglas hechas a medida
Desde el primer momento quedó claro que el evento estaba diseñado para el entretenimiento. Las reglas se adaptaron para intentar equilibrar fuerzas: ambos jugadores contaban con un solo saque, y la pista de Sabalenka era un 9% más pequeña que la reglamentaria, mientras que Kyrgios disponía de mayor espacio. No hubo cambio de lado y, en caso de tercer set, estaba previsto un super tie-break. Todo estaba pensado para el show.
En la práctica, sin embargo, las modificaciones no evitaron que el australiano dominara el encuentro con relativa comodidad. Kyrgios jugó a medio gas, redujo la velocidad de su saque y aun así controló el partido desde el primer juego. Sabalenka, fiel a su estilo, compitió siempre al límite, golpeando con máxima potencia y asumiendo riesgos constantes. Esa fue su única vía para intentar igualar un duelo marcado por la diferencia física.
El público asistió a una mezcla de tenis y espectáculo puro. Sabalenka apareció en pista como una boxeadora, con música épica y una gabardina de cristales, mientras Kyrgios alternaba golpes brillantes con gestos de relajación casi indolente. Hubo saques de cuchara, puntos celebrados con humor y una atmósfera más cercana a una exhibición navideña que a un partido de alto nivel competitivo.
Un resultado esperado, un debate inevitable
El triunfo de Kyrgios no sorprendió a nadie con una mínima perspectiva histórica. Billie Jean King, protagonista de la mítica Batalla de los Sexos de 1973, ya había advertido antes del partido que “lo único similar es que se enfrentan un hombre y una mujer”. Aquella vez, explicó, se luchaba por la igualdad de derechos y de premios; hoy, el tenis femenino ya está sólidamente asentado y el objetivo es distinto.
La propia Sabalenka lo asumió con naturalidad antes de saltar a la pista. Reconoció que el contexto no era comparable al de los años setenta y que el propósito del evento era dar visibilidad al tenis y llevarlo a otro nivel. Para la número uno del mundo, el desafío no pasaba tanto por ganar como por mostrar fortaleza, carácter y valentía al medirse con un rival masculino ante millones de espectadores.
Durante el partido, la bielorrusa no se escondió. Corrió, luchó cada punto y mostró por qué domina el circuito femenino. Pero la diferencia física, incluso con reglas adaptadas, fue determinante. Kyrgios, con su saque y su altura, pudo controlar los intercambios sin necesidad de forzar, mientras Sabalenka se veía obligada a jugar siempre en el filo.
Kyrgios, Sabalenka y el ruido mediático
Tras el encuentro, Kyrgios definió el evento como “el partido del que todos hablaban” y subrayó el mérito de Sabalenka, a la que calificó como “una competidora increíble y una gran campeona”. El australiano admitió haber estado nervioso y reconoció que la presión mediática había sido enorme durante los meses previos. “Esto era de lo único que hablaban”, confesó, recordando además su complicado regreso tras años marcados por las lesiones.
Más allá del resultado, el evento volvió a poner sobre la mesa una discusión recurrente: hasta qué punto tiene sentido este tipo de enfrentamientos. Para algunos, son una herramienta útil para atraer nuevos públicos y generar conversación; para otros, un espectáculo artificial que poco aporta al debate real sobre igualdad en el deporte.
Un evento que dice más fuera de la pista
Deportivamente, el interés fue limitado. Mediáticamente, el impacto fue enorme. Dubái se convirtió por una noche en el epicentro del tenis mundial, no por un Grand Slam ni por una final histórica, sino por un espectáculo que mezcla nostalgia, marketing y provocación.
Quizá ahí radique la verdadera relevancia del partido. No en el 6-3 y 6-3, sino en la capacidad del tenis para reinventarse, provocar conversación y seguir siendo un escaparate global. La Batalla de los Sexos ya no es una lucha por la igualdad, sino un espejo del deporte moderno: entretenimiento, negocio y debate social concentrados en una misma pista.
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