Hace 32 años, el mundo del baloncesto europeo se horrorizó al ver la gravísima lesión del alero serbio, Boban Jankovic. En esa época la velocidad con la que viajaban las noticias no era la misma que hay ahora, por lo que poco a poco todas las personas aficionadas a la naranja, fueron conociendo la que puede ser la peor lesión en la historia de este deporte.

"No siento las manos, no noto las piernas, me voy a morir"

El miércoles 28 de abril de 1993, el Panathinaikos vencía por seis puntos al Panionios, en partido referido a las semifinales de la copa griega. A falta de cinco minutos para el final del partido, Jankovic se encontraba posteando al jugador rival, cuando intentó marcar la canasta que acercaba a su equipo en el marcador, sin embargo en el momento del posteo, el árbitro consideró que el alero había cometido falta. Esta suponía su quinta falta y por consiguiente su expulsión del partido.

Ante la situación en la que se encontraba el partido, el jugador serbio explotó contra aquella decisión. Una de las marcas de su juego era su carácter temperamental, conocido por todo el mundo. Tal fue su enfado que se le ocurrió darle un cabezazo al soporte de la canasta, el cual no estaba protegido. Al momento el jugador cayó al suelo inmóvil, con la cabeza sangrando y confundido al no entender del todo qué estaba pasando. Rápidamente fue asistido por los médicos, pero el ambiente en el pabellón daba a entender que algo estaba mal.

El jugador miró con desesperación a su técnico, afirmando que no podía sentir las piernas y enunciando las palabras que demostraban que su carrera había terminado: "No siento las manos, no noto las piernas, me voy a morir". A sus 30 años, el alero vio cómo todo su proyecto de vida se vino abajo. Fue enviado de urgencia al Hospital General de Atenas, donde se dio la peor de las respuestas: lesión en la médula espinal que lo dejó paralítico para el resto de su vida.
Se sometió a numerosas cirugías para tratar de paliar su situación, pero no dieron resultados. Ya nunca más podría hacer aquello que lo apasionaba, que era jugar básquetbol.

Su situación personal cambió a la misma velocidad que su vida deportiva. Su mujer le abandonó, su estabilidad económica se había vuelto frágil, y cada día parecía carecer de sentido. Solo una persona lograba mantenerlo en pie: su hijo Vladimir. “Es el único motivo por el que vale la pena seguir adelante”, repetía una y otra vez.

A pesar de todo, la vida sigue

Jankovic tuvo la peor lesión que ha podido tener un deportistas, pero gracias al apoyo de su hijo y sus amigos, logró salir del pozo en el que se encontraba y seguir con una vida ligada al baloncesto. Se formó como entrenador y tomó las riendas del Olympiada Petropouli de Atenas, donde residía. Aquello volvió a despertar en el guerrero la chispa de la adrenalina. Formó un equipo que competía en silla de ruedas y entendió que podía seguir ligado al básquet, primero, y que podía ser valioso, después.

El mundo de baloncesto se rindió a él. El club donde ocurrió todo, el Panionios, decidió retirar su camiseta N°8 y en mayo de 2002, en un partido entre griegos y el club turco Telecom Ancara al que había asistido, la voz del estadio lo nombró y los miles de presentes lo aplaudieron durante varios minutos.

Logró adaptarse luego a su nueva historia y mantenía en alto su nombre, su estrella, hasta que el 28 de junio de 2006, cuando viajaba en barco rumbo a la isla griega de Rodas, sufrió un paro cardio respiratorio al que no pudo vencer. Quiso el capitán de la embarcación regresar para que Boban fuese debidamente asistido pero el ex basquetbolista no resistió y murió.

Tras su gravísima lesión, las principales ligas de baloncesto internacional decidieron reforzar los soportes de las canastas, por lo que su historia sirvió para proteger a las siguientes generaciones.

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