El mundo vive un profundo cambio en la economía hacia la digitalización que impide ver un horizonte claro para invertir a largo plazo. Un profesor de mis años universitarios decía que nuevas carreras como la informática o las telecomunicaciones eran, paradójicamente, las más antiguas. Los continuos cambios en estos saberes llevaban a que lo que ahora servía se quedaría obsoleto en unos pocos meses o años. Algo que no ocurría con estudios como el Derecho o la Medicina.

Un buen ejemplo de lo que actualmente está ocurriendo para muchos sectores empresariales que explotan como auténticas burbujas de oportunidad indiscutible pero que pueden quedar viejos o desaparecer en unos pocos meses. Fijémonos en la energía solar o el coche eléctrico, por ejemplo. Los proyectos de energía fotovoltaica que fueron pioneros gracias al empuje del gobierno presidido entonces por José Luis Rodríguez Zapatero, se vieron rápidamente superados tras el abaratamiento de los paneles solares y su optimización. Con independencia de la gestión, Abengoa es una de esas compañías que realizó inversiones mucho más grandes de las que luego llevaron a cabo sus competidoras que ahora triunfan. Tal vez éstas exitosas de ahora también podrán quedarse fuera de juego por nuevas tecnologías dentro de la energía solar o por la aparición de otras formas de lograr megavatios que sean aún más rentables y menos costosos e igualmente limpios.

Otro ejemplo que ya estamos viendo en sus primeros coletazos es el del coche eléctrico. Aún están presentes sus problemas de autonomía –en el mejor de los casos alcanza los 500 kilómetros- y en el escaso número de puntos de recarga y el excesivo tiempo para acometer esa operación y volverse a poner manos al volante. Antes de que se consolide este proyecto y se haga masivo, algunas grandes empresas empiezan a invertir alternativamente en el hidrógeno como combustible para la automoción. Extraer el hidrógeno precisa de mucha energía, pero eso ya no es problema con la fotovoltaica, mientras el coche eléctrico puede morir antes de hacerse adulto.

Sin embargo, los mercados están enfrascados en sus burbujas y sus proyectos que pueden atrapar a muchos inversores. Tal vez, el caso más repetido en los últimos meses es el de las acciones de Tesla –especializada en la fabricación de coches eléctricos- cuya capitalización bursátil, o sea, su valor en Bolsa supera a la suma de la práctica totalidad de fabricantes de automóviles en el mundo. Es posible que Tesla cumpla sus expectativas, pero también puede quedar completamente anticuada si se impone una tecnología del coche de hidrógeno en unos años vista que supere los problemas actuales de los eléctricos y se comporte como un vehículo de combustión pero por cuyo tubo de escape salga únicamente vapor de agua.

Estamos viendo cómo las empresas petroleras que hace solo unos pocos años lideraban el valor de los mercados han dejado paso a las tecnológicas… pero ¿cuáles, por cuánto tiempo? Las energéticas están invirtiendo grandes sumas de dinero en hacerse verde e ir arrinconando poco a poco el petróleo en sus cuentas de resultados.

¿Veremos ver caer a Google o a Facebook en unos pocos años? Estas empresas emprenden grandes planes de diversificación para estar en otros sectores. Ahora bien, rápidos cambios de en los hábitos del consumidor o novedosas formas de relacionarse por las redes sociales pueden dar al traste con estos solidísimos proyectos. Todavía más en sectores nuevos que ahora están emergiendo y que pueden ser superados por otros enfoques distintos y más eficientes.

Por tanto, el inversor en los mercados financieros debe ser muy prudente. Ya estamos viendo sectores económicos en declive cuya jibarización o desaparición eran impensables hace unas décadas. Es complicado invertir en algo con un horizonte de cuatro años vista porque puede que ese negocio no exista o haya sido superado. Y aún más cautela si cabe en lo nuevo que puede ser flor de unos pocos meses por muy bien que nos huela ahora.