Francisco Marhuenda y Arcadi Espada



Tremenda bronca en Onda Cero esta mañana entre Francisco Marhuenda y Arcadi Espada. El por qué era lo de menos y parecía que ambos se tenían ganas. Estaban hablando sobre Cataluña, la investidura de Carles Puigdemont y la negativa de la Casa Real a recibir a la nueva presidenta del Parlament cuando Espada amagó con interrumpir la intervención del director de La Razón. Fue entonces cuando le reclamó que le dejara hablar porque "tú no tienes la verdad absoluta", unas palabras enfurecieron al catalán y provocaron un rifirrafe cada vez más tenso:
- Arcadi Espada: "Todos nos sabemos tu cuento"
- Francisco Marhuenda: "Oye, la soberbia te la dejas en casa, si no te importa. ¡Ya basta!"
- A. E.: "Adelante, adelante, Paco"
(En ese momento Carlos Alsina, presentador del espacio intenta calmarlos sin éxito)
- F. M.: "A mí no tiene que de forma arrogante darme paso de ninguna forma soberbia como si fuera yo un don nadie. Oye, soy el director de un periódico, no un piernas, ¿vale?"
- A.E.: "Un director de periódico, ¿pero sabes qué pasa querido Paco? Que yo no estoy a tus órdenes"
- F.M.: "Y yo a las tuyas tampoco. Lo tienes clarito en castellano"

Alsina les recriminó entonces a ambos su discusión con palabras gruesas y que no fueran capaces de discrepar amigablemente. Consiguió calmar la tensión aunque duró poco, porque Marhuenda se enzarzó a continuación con Rubén Amón, que también participaba en la tertulia. Cuando este último criticó la actuación del Gobierno y la Fiscalía para salvar a la infanta del caso Nóos, el de La Razón le espetó: "A ver si hablamos de Podemos y te pones contento". Amón protesta pero Alsina corta el debate: "Oye, ¿conseguiré esta mañana que me hagáis un poco de caso?"

Tras la tertulia, Arcadi Espada ha aprovechado su blog en El Mundo para acusarle de "lloriquear" y pinta de él el siguiente retrato:

Hace unos 30 años Paco Marhuenda subía las cocacolas en la redacción de "El Noticiero Universal", diario de la tarde. Y mucho peor: se las subía al director, Jordi Doménech, que lo había colocado en aquel periódico con funciones ambiguas, que nunca supe exactamente cuáles eran. Llevaba entonces Marhuenda un flequillo rubio, unas gafitas de pasta y casi siempre ternos encorbatados. Para los 20 años que tenía eso era un disfraz tan riguroso como el de Pablo Iglesias Alcampo. Él era un tierno muchachito de derechas y nosotros, la sección de política de aquel periódico, una manada de bestias pardas. Cada vez que se acercaba por allí, atraído como un imán, le caían unos bufidos salvajes. A su visión de la vida se añadía la sospecha de que era un confidente del director; pero el escarnecimiento al que se le sometía me pareció muchas veces excesivo. Yo despreciaba sus opiniones e ironizaba frecuentemente sobre su candidez; pero le tenía simpatía. Como saben bien los militantes de los partidos políticos, obligados a soportarse por su afinidad ideológica, la simpatía tiene poco que ver con la coincidencia o no en las ideas. El joven Marhuenda me inspiraba, además, una cierta compasión: quizá fuera fácil ser Marhuenda en la covacha del director; pero no debía de serlo cuando cruzaba la puerta y entraba en aquella redacción donde se respiraba la humareda de tanto fatuo comunistoide, y yo el primero.

No sé qué tiene Marhuenda en contra de aquel grumete, y qué complejos y heridas le aviva su recuerdo. Yo nada, desde luego. Es más, estoy seguro de que mucho de lo que decía e incluso de lo que no se atrevía a decir era bastante más razonable que todo lo que nosotros voceábamos. Pero es evidente que cada vez que Marhuenda se cruza conmigo le vuelve, como una náusea, aquel pasado. Y llora. Y solloza y patalea gritando que ya no es aquel grumete, sino (¡pas mal!) todo un director de periódico. Está bien. Pero querría convencerle de que cuando me cruzo con él no veo nunca aquel grumete. Mis problemas con el periodista Marhuenda, si se me ocurriera tenerlos, estarían centrados en el periodismo que hoy hace y no en las cocacolas que subía. Aunque le admito la continuidad de su indemne carácter servil.