Desde este jueves y hasta el próximo 17 de abril, CaixaForum Madrid acoge una transgresora e inédita exposición sobre el mundo del tatuaje. Tattoo. Arte bajo la piel llega a Madrid después de haber pasado por París, Toronto, Chicago, Los Ángeles y Moscú. La muestra, está comisariada por Anne Richard, fundadora de la revista HEY! Modern Art & Pop Culture y es fruto de la colaboración con la Fundación "la Caixa" y el Museo Quai Branly - Jaques Chirac de París. Incluye más de 240 piezas de todo el mundo entre pinturas, dibujos, libros, siliconas con tinta, herramientas para tatuar, máscaras, fotografías, sellos y 9 audiovisuales.

"Para mí es algo muy personal y emocionante", ha dicho la comisaria de la exposición durante la presentación de Tattoo. Arte bajo la piel, en la que han estado también la directora general adjunta de la Fundación ”la Caixa”, Elisa Durán; el presidente del Musée du Quai Branly, Emmanuel Kasarhérou y la directora de CaixaForum Madrid, Isabel Fuentes. También han asistido varios artistas tatuadores, como Henk Schiffmacher, en cuyas manos se han puesto miembros de las bandas Red Hot Chili Peppers, Pearl Jam o al líder de Nirvana, Kurt Cobain; y otros dos residentes en Madrid, Laura Juan y Jee Sayalero, que han presentado dos obras creadas para la exposición. Ella reflexiona en su creación sobre el aislamiento social durante la pandemia en España, la incertidumbre, el silencioso —e invisible— avance del virus y la pérdida de libertad. Por su parte, Jee Sayalero, artista tatuador venezolano, ahonda en el término istmo: en esa pequeña franja de tierra se produce el intercambio entre distintas culturas, con alusiones al folclore japonés y a obras de artistas como Pablo Picasso o Salvador Dalí.

Ambos han tatuado sus creaciones sobre unos moldes de silicona de una pierna, con la complejidad que ello supone, ya que no es lo mismo que trabajar con la piel de una persona. La exposición muestra en total 22 prototipos de diferentes partes del cuerpo humano sobre los que maestros del arte del tatuaje han plasmado sus creaciones. Entre ellos Kari Barba (artista tatuadora estadounidense), Tin-Tin (artista tatuador francés), Horiyoshi III (artista tatuador japonés), Felix Leu (artista tatuador suizo), Mark Kopua (artista tatuador de Nueva Zelanda), Jack Rudy (artista tatuador estadounidense), Xed LeHead (artista tatuador inglés), Colin Dale (artista tatuador de Dinamarca) y Chimé (artista tatuador polinesio).

Uno de los mayores retos a los que se enfrentaron fue conseguir que la tinta se impregnara correctamente sobre la silicona y se quedara fija. El esfuerzo ha merecido la pena ya que los moldes que conforman la exposición son espectaculares. Cada uno representa un cuerpo humano real y todos son diferentes entre sí. Desde 2014, fecha en la que se estrenó la exposición en París, se han ido sumando nuevas obras encargadas a tatuadores de distintas nacionalidades en cada etapa de su itinerancia por el mundo. 

La exposición llega en pleno boom del tatuaje y ofrece un enfoque antropológico inédito que analiza los distintos usos que ha tenido a lo largo de la historia y su papel social en las diferentes culturas. Los visitantes viajarán a través del tatuaje por todos los continentes descubriendo sus orígenes, la evolución que han experimentado las técnicas y el modo en que conviven en sincretismo distintas corrientes vinculadas al arte del tatuaje, que es ya un fenómeno mundial. En Europa, un 12% de los ciudadanos lleva al menos un tatuaje, en estos momentos, un 7% más que en 2002, cuando apenas un 5% lo llevaba. En el caso de los millennials la estadística se dispara y uno de cada dos luce diferentes motivos artísticos en su cuerpo.

La fascinación por el tatuaje no siempre ha sido tan bien vista y ha costado que fuera contemplada como arte. Cuenta con una larga trayectoria que aparece reflejada en la muestra: desde el impulso de la atracción de feria hasta la inmediatez de la cultura callejera, el tatuaje encarna el deseo de expresar a los demás no solo lo que somos, sino también lo que queremos ser, transformando así la piel en un particular lienzo. "El tatuaje nunca morirá, es algo mucho más fuerte que nosotros", explicó Anne Richard.

Un arte que va más allá de la piel

La exposición, con obras procedentes en su mayoría del Musée du Quai Branly - Jacques Chirac, también reúne un excepcional conjunto de piezas de una cincuentena de prestadores de países como Estados Unidos, Japón, Francia, Tailandia o Reino Unido.

Entre las piezas expuestas, destacan elementos como una pluma eléctrica presentada por el inventor Thomas Edison en 1877 (y que fue el antecedente de la máquina de tatuar actual); un baúl para transportar las herramientas de los tatuadores ambulantes; un retrato en pintura acrílica de Artoria, una célebre artista del sideshow de la década de 1920; un álbum original de Rich Mingus, editado por Henk Schiffmacher en 2011, con fotografías, postales y fragmentos de publicaciones periódicas relacionados con el tatuaje desde el siglo xix; una flauta en forma de estatuilla del período tardío de la cultura maya con representaciones de tatuajes faciales; herramientas y utensilios para tatuar del siglo XIX provenientes de Indonesia, Birmania, Túnez, Argentina o Australia; y retratos de grupos con sus tatuajes identificativos, como por ejemplo la pandilla mara centroamericana o la mafia japonesa yakuza.

También reconoce a artistas que preservan este arte milenario, como la tatuadora filipina Whang-od Oggay, de 104 años, considerada como la última maestra que utiliza el batok (tatuaje tradicional hecho a mano), o los maoríes de Nueva Zelanda, que practican el moko, el ‘arte de esculpir la piel’, símbolo de conciencia colectiva indígena.

Un viaje hacia las profundidades del tatuaje

El recorrido, con cinco paradas diferenciadas, arranca desde una perspectiva global para comprender el vínculo del tatuaje con lo marginal, la delincuencia y su espectacularización. En el segundo ámbito, se presenta el tatuaje como un arte en movimiento, haciendo hincapié en su expansión por Japón, América del Norte y Europa desde su origen hasta la actualidad. En la tercera parada, se muestra el renacimiento del tatuaje tradicional en Nueva Zelanda, Samoa, Polinesia, Indonesia, Malasia oriental, Filipinas y Tailandia. A partir de la década de 1970, surgen nuevas escuelas y se expanden a nuevos territorios del mundo como China y Taiwán, así como Latinoamérica, con el tatuaje chicano, aspecto que se aborda en el cuarto ámbito. La muestra termina su recorrido con una reflexión sobre el tatuaje en la actualidad —y su perpetuo afán por la renovación— diferenciando dos corrientes: una, marcada principalmente por la reinterpretación de géneros históricos, y otra, que explora las posibilidades de las artes gráficas más allá de los códigos clásicos.

El tatuaje vinculado a lo marginal y al espectáculo

El tatuaje como medio gráfico del lenguaje mundial ha cambiado de significado a lo largo de su historia. La evolución de esta práctica —que debe su nombre al tatau polinesio (herida abierta)—, que la tripulación europea del capitán Cook descubrió en el siglo XVIII, ha sido el resultado de intercambios entre países, entre corrientes marginales y dominantes, entre centros y periferias. Durante siglos desempeñó una función discriminadora, de marca de sometimiento y de deshorna o de pérdida de identidad. Sobreexpuesto actualmente a causa del desarrollo de Internet y del interés mediático que suscita, el tatuaje escribe su historia contemporánea al ritmo de los avances tecnológicos.

Desde mediados del siglo XIX, el tatuaje se convierte en portador de mensajes íntimos o sociales. Tal como ocurre en grupos étnicos como los maoríes, por ejemplo, que desarrollan esta práctica de forma identitaria y social, en el cuerpo de los tatuados se imprime un lenguaje secreto que perpetúa tanto una leyenda social como unos estilos gráficos condicionados por las técnicas rudimentarias de la época. Es en este punto cuando los no tatuados empiezan a prestar atención y a identificar con fuertes prejuicios a los tatuados.

El tatuado, considerado como marginal, se convierte en un personaje de espectáculo a partir de 1840, con motivo de la Chicago World’s Fair (exposición universal), catalizadora de los primeros circos itinerantes, que incorporan a los tatuados a sus espectáculos al mismo nivel que las mujeres barbudas o los tragasables, o bien los instalan en las casetas exteriores situadas a la entrada de las carpas como sideshows, atracciones secundarias.

Un arte en movimiento

Desde Marco Polo en el siglo xiii, el tatuaje ha viajado por medio de las expediciones, la captura de prisioneros y las rutas de los aventureros. En 1891, la invención de la máquina de tatuar eléctrica por el estadounidense Samuel O’Reilly favoreció la difusión del tatuaje. Gran parte de la efervescencia del tatuaje norteamericano derivó de la observación del irezumi japonés. Así, tatuadores estadounidenses y japoneses cruzaron el Pacífico para intercambiar sus secretos. A lo largo del siglo xx, el diálogo internacional entre activistas se intensificó y tatuadores de todo el mundo empezaron a crear clubes, el primero de los cuales se fundó en 1953 en Bristol, en el Reino Unido. Este tipo de encuentros abrió un nuevo capítulo en la evolución y en la historia artística del tatuaje.

En este ámbito, la exposición rinde tributo al trabajo de grandes maestros que han revolucionado el medio del tatuaje contemporáneo, entre ellos, el artista Don Ed Hardy (nacido en 1945), que ha favorecido los intercambios artísticos internacionales y ha transformado la fascinación por el arte ancestral japonés del tatuaje en energía creativa.

En Europa Occidental, la momia Ötzi, con más de 4.500 años, constituye la prueba veraz más antigua de la práctica del tatuaje. 2.000 años más tarde, algunos de los 200 pueblos celtas instalados por entonces en gran parte de la Europa occidental (Francia, Bélgica, Italia, oeste de Alemania) también mostraban marcas en el cuerpo. En el siglo xix, el tatuaje se renovó y se extendió por todo el continente: la gente mostraba sus tatuajes en los tugurios, pero también en la comodidad de los salones y en la corte; incluso los lucían algunos miembros de las familias reales europeas y los diseños eran ampliamente difundidos por la prensa popular. En el siglo xx, el tatuaje se incorpora a la historia del arte: en los años ochenta, el tatuador suizo Felix Leu (1945-2002), alias Don Feliz, rechaza cualquier distinción entre arte académico y arte popular. Pero mucho antes que él, en Londres, Sutherland MacDonald (1850-1937), conocido como «el Miguel Ángel del tatuaje», ya había hecho imprimir en su tarjeta de visita, en 1891, las palabras «artista tatuador».

La renovación y la resistencia del tatuaje tradicional

El tatuaje tradicional en Oceanía y en el Sudeste Asiático también experimenta una revolución en su concepción etnográfica, tribal o mágica desde finales de los años setenta: la práctica del tatuaje antiguo, sometida a los constantes intercambios provocados por el desarrollo de los transportes y del turismo, se globaliza y ve sumida en una red de influencia entre todas las sociedades a nivel mundial.

Por ejemplo, en Nueva Zelanda, el moko, tatuaje de curvas y espirales inspirado en los brotes de helecho que era el ornamento específico de los jefes y guerreros, y hoy en día está considerado como tesoro nacional (taonga); o en las islas de Samoa, el pe’a (tatuaje masculino), que era necesario para conseguir una esposa e indicaba la pertenencia al poblado y al grupo de jóvenes encargados de servir y proteger a los jefes; o el legado del tatuaje kalinga, encarnado hoy por la artista Whang-od Oggay, que con 104 años es considerada la tatuadora más anciana del mundo y la última practicante de este gesto milenario que llevan a cabo las tribus guerreras.

Nuevos territorios tatuados

En esta misma época surgen nuevas escuelas, indicativas del dinamismo artístico que ha caracterizado la evolución del tatuaje contemporáneo. En 1977, los tatuadores Charlie Cartwright, Jack Rudy y Freddy Negrete ampliaban las fronteras del detalle y el sombreado. Esta nueva técnica del tatuaje chicano es difundida dentro de las prisiones donde están encarcelados, sobre todo, los miembros de las pandillas procedentes de Centroamérica, así como en las poblaciones de origen latino asentadas en el territorio fronterizo norteamericano. Sus tatuadores vuelven a la imaginería de su historia y efectúan giros gráficos mediante una audaz relectura del pasado: deciden provocar un resurgimiento de los símbolos del heroísmo cultural en nuevas composiciones y paletas de colores. En este punto, el grafiti y sus tipografías específicas, el arte del barrio, la estética lowrider (coches personalizados), la pintura mural o la iconografía religiosa católica ganan terreno sobre la piel.

Por otro lado, en China, el tatuaje siempre ha sido una práctica ancestral entre las minorías asentadas en territorios no administrados por el poder del momento debido a la gran lejanía geográfica. Es prohibido en la década de los sesenta, durante la Revolución Cultural de Mao Tse Tung, que lo considera una manifestación de la impureza y la deshonestidad. Sin embargo, la práctica del tatuaje resurge a partir del 2000 y los artífices de ese renacimiento se inspiran tanto en la cultura pop de la industria del entretenimiento, con su profusión de imágenes lúdicas (mangas, videojuegos, cine), como en el vasto patrimonio de la iconografía histórica china.

El tatuaje como manifestación de identidad y marca personal

Aunque el tatuaje no siempre es descifrable, constituye la marca de la relación de uno consigo mismo, del individuo con el grupo y del tatuador con el tatuado. Después de los estilos iniciados por los tatuadores Leo Zulueta y, más tarde, Alex Binnie, Xed LeHead y Yann Black, una nueva generación ha encauzado el tatuaje hacia el tercer milenio.

Hoy en día se distinguen dos corrientes: por un lado, una corriente que basa su labor en la reinterpretación de géneros históricos y que añade al irezumi japonés, al tatuaje de la vieja escuela americana o al fine line chicano la vena salvaje del tatuaje ruso del gulag o la descarnada línea francesa; y por otro lado, una corriente que formula estéticas liberadas de los códigos clásicos para explorar las posibilidades de las artes gráficas, en las que las tipografías, los píxeles, las tramas y los esquemas dan lugar a otros tipos de motivos y composiciones que rayan en la abstracción.

Actividades paralelas

Como es habitual en las exposiciones de CaixaForum, se han programado una serie de actividades paralelas, con conferencias y mesas redondas sobre la historia del tatuaje, con sus luces y sombras, y las tendencias en este arte. Como novedad, tras el parón obligado por la pandemia del coronavirus, vuelven las Noches Temáticas. La primera de la temporada será el próximo 26 de febrero, con una muestra de grafitis en directo del artista Albert Bonet, un concierto y una performance, además de una demostración en vivo de tatuajes a cargo del BAUM Fest, donde tres artistas tatuadores con estilos diferentes mostrarán su trabajo. 

Durante las próximas fiestas navideñas habrá una visita intergeneracional para entablar un diálogo sobre la práctica del tatuaje entre niños a partir de 10 años y mayores.  Se celebrará el 27 y 30 de diciembre, y 4 y 8 de enero, a las 16.30 h.

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