La Real Academia Española (RAE) define demagogia como la práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular que, en su segunda acepción, degenera la democracia por consistir en las concesiones y alusiones a sentimientos de la ciudadanía con la única pretensión de conseguir o mantener el poder. A nivel español alcanza sus máximas cotas en la Comunidad de Madrid y encuentra en su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, la mejor representante, siempre del brazo armado de Miguel Ángel Rodríguez.
Una táctica política que da a su portador la posibilidad de criticar la corrupción, mientras reside en un ático con vistas a la corrupción; hablar de mafias, a la par que su matón amenaza a periodistas; o plañir por los autónomos y pequeños empresarios tan solo unas horas antes de acudir a dorar la píldora a una multinacional que ha ocupado el sitio que antaño pertenecía a los comercios locales. Todo ello sin sonrojarse y, eso sí, con mucha gracia.
La Comunidad de Madrid es una máquina de destruir pequeños negocios que sustentan familias, se integran en el barrio y crean un lazo entre vendedor y comprador. Hace tan solo cinco años, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), había más de 50.000 en toda la autonomía (50.853) y atendiendo a la última estadística, relativa al cierre de 2024, mantienen sus puertas abiertas un total de 43.769. Algo más de 7.000 han echado el cierre en cuatro años, a una media de 1.500 carteles de se vende o se traspasa al año.
La culpa podría ser de Pedro Sánchez o de la Agenda 2030, pero lo cierto es que el Partido Popular (PP) gobierna la Comunidad desde 1995 y en su pretensión de añadir cemento ha convertido Madriz en Madring, un paraíso fiscal para grandes hoteles, Airbnb, macrosuperficies empresariales y multinacionales. “La pequeña y la mediana empresa española es la paria de la película. Todos se sirven de ella cuando es la que más empleo, prosperidad y oportunidades lleva a cualquier rincón de España. No hay derecho a que le esté pasando esto”.
Estas palabras podrían ser el lamento de la dueña de la zapatería que en Tribulete 7 (Lavapiés) tuvo que cerrar porque el fondo buitre del primo de Esperanza Aguirre, ex presidenta de la Comunidad, ha comprado el edificio; o del dueño de bar de Carabanchel que servía una oreja a la plancha insuperable, pero que no pudo sostener el aumento de la renta generado por la gentrificación. Pero son de Isabel Díaz Ayuso. Escritas este lunes 16 a las 11:02 horas, con gran pesar. “No hay derecho”, grita la máxima mandataria de la Comunidad Autónoma, renunciando a su responsabilidad o, lo que es peor, reconociéndose inoperante.
Martes 17 de junio, 24 horas después, Ayuso acude al acto conmemorativo del 50 aniversario del Burger King en Madrid. Todavía compungida por las pymes, la presidenta intenta sacar fuerzas de flaquezas para alabar a una de las mayores empresas de todo el mundo. “El primer Burger King en Europa se abrió en la Plaza de los Cubos, en Madrid, hace 50 años”, presume orgullosa. “Por el Burrikín hemos pasado todos alguna vez”, bromea con el nombre de la gran superficie, tirando de madrileñismo, pero no del castizo que acude al bar de barra metálica con dobles de cerveza exquisitos. El del Whopper.
“Tiene 200 restaurantes en la región”, el pequeño Burrikín, “que dan empleo a 6.000 personas”, de las condiciones hablamos otro día. “¡Feliz cumpleaños!”, firmado, la presidenta de la Comunidad de Madrid. Y es que el neoliberalismo recalcitrante choca con el nacionalproteccionismo castizo y la demagogia es la única herramienta posible para estar en misa y repicando. O disfrutando de unos entresijos y unas bravas y de un combo de hamburguesa, patatas y bebida a cuatro euros. 7.000 comercios de barrio menos en tan solo cuatro años.