A lo largo de los tiempos la humanidad ha sido capaz de proponerse objetivos altamente retadores, en el campo de los derechos, de la ciencia, la tecnología, etc., cuya consecución nos está permitiendo vivir en el mejor momento de la historia, si nos fijamos en lo que afirma Johan Norberg en su ensayo 'Progreso', libro del año para 'The Economist', apoyándose tanto en el “Human Development Report 2013” de Naciones Unidas, como en la “World Health Statistics” de la OMS, entre otros. La disminución drástica de las víctimas de guerras y violencia en general, la reducción del hambre, las conquistas en igualdad, el aumento de la longevidad… dibujan un panorama de avances como nunca antes se había logrado.

Siendo así, es cierto que aún nos quedan viejos problemas coleando – en territorios, lugares y/o sectores de manera dramática – y que nuevas situaciones y descubrimientos, dibujan un escenario lleno de nuevas oportunidades, no exento de incertidumbre y temores, percibidos en ocasiones como amenazas. Y que el éxito de estas últimas décadas no garantiza, sólo por automatismo, un éxito futuro.

En todo nuestro recorrido, de extraordinarias luces y alguna que otra sombra, tanto en el terreno privado como en el público, en el mundo de las ideas, los productos o los servicios, al lado de líderes sociales punteros, de creadores rupturistas, de emprendedores de todo tipo – investigadores, empresarios...-, hemos encontrado personas dedicadas a la política que también han protagonizado fuertes transformaciones y asumido riesgos para cambiar la colectividad a mejor, y que, en algunos casos, han sido clave para que los avances y las soluciones pudieran producirse, o que fuesen mas compartidos.

Sin embargo, en estos últimos tiempos apasionantes y convulsos, y en nuestros espacios más próximos, a menudo, cuando nos referimos a “los políticos” nos fijamos en los perfiles menos brillantes, más vulgares y acomodaticios, incluso sólo en los que han cometido errores y/o fechorías, un pequeñísimo porcentaje de ellos, e incomprensiblemente incluimos ahí, por extensión, a todo el colectivo.  Esa generalización nos ha llevado a que  en la encuesta del CIS del pasado noviembre “Los políticos en general, los partidos políticos y la política” significaban el segundo de los problemas más graves para los ciudadanos, con un 31,3%, detrás del paro y por encima de “La corrupción y el fraude”. Y que, desde esa posición valorativa, en el índice de Calidad de Gobiernos – que mide la  imparcialidad y la calidad y la lucha contra la corrupción de los gobiernos - que realiza el Quality of Government Institute (QGI), de la Universidad de Gotemburgo, nuestro país aparece en el grupo de cola con 42 puntos, por debajo de la media europea -  49 puntos - , cuando los países punteros, como Finlandia alcanzan los 81 puntos.

Pero, no es menos cierto que, entre esas personas que se dedican a la representación política y al gobierno de las instituciones, hay un gran porcentaje que se emplean con gran generosidad, vitalidad y ejemplaridad, e incluso hay otra minoría, pujante y que está pidiendo paso, que comparten las ideas que caracterizan la innovación, como puedan ser, - inspirándonos en Innobasque, la agencia vasca de innovación-,  considerar el conocimiento interno y externo, como un recurso clave; la cooperación, como filosofía sobre la que se asienta el trabajo y las relaciones con y entre los agentes sociales; la apertura al cambio significativo, como la actitud necesaria; y la globalización, como mentalidad y visión para actuar en un entorno global.

Hace unas semanas, en el Foro Nueva Administración Pública compartí que, en manos de esta minoría innovadora, está la posibilidad de impulsar cambios significativos en el modo de desarrollar la acción política y su labor de representación, y en el diseño de las políticas de su responsabilidad, además de en la propia organización pública, en el caso de los que actúan como gobernantes. Y en este último espacio, en las propias organizaciones públicas, poner en funcionamiento las palancas de modernización que utilizan otros países, como la dirección pública profesional, y así desencadenar un ciclo de fuerte mejora.

Los gobernantes innovadores que salgan tras las recientes elecciones de Andalucía y las muy próximas de mayo tendrán la oportunidad de innovar en la designación de altos cargos y altos directivos, pasando de utilizar como esencial el factor de “confianza personal y/o política”, a considerar como prioritario el factor “confianza profesional” basada en las competencias directivas que todos conocemos ya: gestión de equipos, planificación, gobernanza,… Me refiero a las personas innovadoras titulares de la presidencia y las consejerías de Comunidades Autónomas  - en relación con las direcciones y secretarías generales, etc. -, de las alcaldías y concejalías de ayuntamientos de grandes ciudades y de presidencias y grandes ámbitos de diputaciones – en relación con algunas de sus direcciones o coordinaciones generales, etc. -. A todas ellas también en relación con la dirección de algunas de sus empresas y fundaciones públicas. Estamos hablando de un primer nivel de dirección que alcanza a varios miles de espacios de dirección pública en nuestro país.

Hemos de llegar a la convicción de que no hay que esperar más para innovar en ese terreno, tal como ya lo han hecho los países de nuestro entorno, no sólo las instituciones europeas y los países centro europeos o nórdicos, como es conocido, sino vecinos como Portugal, por cierto con gran éxito. Podemos empezar a cambiar nuestros gobiernos y nuestras Administraciones por esos espacios de dirección pública que ya están disponibles – ocupados hasta ahora desde la confianza política o personal - sin esperar una solución sistémica, y con estrategias propias de la innovación: investigando, experimentando, compartiendo, evaluando y aprendiendo.

¿Qué se conseguirá para la política así? Lo primero es que los partidos políticos podrán dedicar más energía a seleccionar y formar mejor a estas personas, los auténticos gobernantes – los del primer nivel –, ya que el número de los que tendrían que seleccionar directamente se vería reducido drásticamente. En segundo lugar, que estas personas tendrán más tiempo disponible para dedicar a su vocación, la política, esto es, a escuchar a la ciudadanía, al tejido social y al de su sector, a identificar problemas colectivos y nuevos retos, a estudiar los casos de éxito más avanzados, a tomar decisiones e impulsar soluciones, a analizar las mediciones y evaluaciones y a rendir cuentas. Liberados de compartir la gestión con sus segundos – actividad para la que normalmente no tienen el nivel de formación ni experiencia necesarios, a veces ni los unos ni los otros -, confiada ésta a auténticos directivos y directivas profesionales, seleccionados mediante técnicas dirigidas a determinar sus capacidades de dirección, abordarán las cuestionas fundamentales de su actividad e incluso, tal vez, tengan tiempo para ir al cine, escuchar música, o hacer un poco de ejercicio. Los que hemos trabajado cerca de personas que se sitúan en ese primer nivel, en el auténtico nivel de gobierno – recordemos que el inmediato inferior en los países de nuestro entorno ya es un espacio de gestión y gerencial – están sometidos a un régimen de dedicación que les lleva al borde de la extenuación, no sólo por esa dedicación doble, de gobernar y compartir la gestión con sus segundos, sino por las extensas y complejas sesiones parlamentarias, de plenos, etc. , de coordinación con otros niveles de gobierno…sino que además suele ser frecuente que tengan una o dos dedicaciones más: las de altas responsabilidades de áreas de su partido a niveles regionales o estatales y, frecuentemente, otra representación política, como una concejalía, en el caso de las personas que ocupan consejerías, etc.

¿Cuáles son las ventajas para la sociedad? De entrada, disminuir la corrupción, ya que como señalan expertos, universidades e instituciones de todo tipo, la vigilancia mutua, que se produce cuando las carreras política y directiva no están mezcladas, es un factor decisivo y documentado por ejemplo por el muy citado Víctor Lapuente, miembro del QGI y su “Organizando el Leviatan”. Después, reducir los errores, ya que la estrategia de confiar en una dirección pública profesional y en procesos abiertos y competitivos, sitúa en los puestos de decisión técnica a personas con una preparación y unas competencias muy superiores a la media de los elegidos en función de la confianza personal o política. En fin, disminuir corrupción y errores que, según un informe distribuido recientemente, que cita principalmente datos de la Comisión Europea y de la oficina de estadística comunitaria, Eurostat, cuestan a los españoles 90.000 millones de euros cada año, dato que coloca a España como el sexto país con más pérdidas de la Unión Europea. Se calcula que si esa pérdida fuera recuperada y teniendo en cuenta la presión fiscal, supondría unos 30.000 millones de aumento en los ingresos públicos.  Y después, como se viene señalando, seleccionando el mejor talento, caminar hacia una metagobernaza en la que se referencien los valores públicos.

Por eso, a los y las gobernantes innovadores, les va a compensar convencer a sus compañeros de partido de que de lo que estamos hablando es de fortalecer el liderazgo público – no de politizar o despolitizar puestos o de spoil system - y así reivindicar el derecho - y la obligación - a elegir entre las mejores personas, manteniendo que, en la selección, el peso de la parte profesional sea sustancialmente mayor,  proponiendo un sistema de vinculación diferente al mandato, basado en la acreditación de una serie de competencias básicas, incluida la conducta ética. Los y las gobernantes innovadores serán capaces de establecer en un contrato programa las condiciones del desempeño de sus apoyos directivos profesionales y subordinar el sistema de cese o desvinculación a su evaluación, de relacionarse desde la consecución de resultados. Y entonces, ambos, rendir cuentas.  Y de que esa cadena de confianza siga en los escalones inmediatos: sub direcciones generales, jefaturas de  división, área, departamento, etc. y parar los desproporcionados y costosos procesos de ceses tras los cambios de gobierno.

Hacer posible una mejor convivencia entre lo político y lo profesional no sólo apela a un fuerte ahorro económico, sino a dar prestigio social a nuestras Administraciones públicas, de la mano de los y las gobernantes  innovadores en su nueva agenda política.

Fernando Monar es presidente de la Asociación de Dirección Pública Profesional. Enero de 2019