A muchos nos sorprendió la salida de tono de Oriol Junqueras como respuesta a una pregunta de una entrevista que le hicieron Claudi Pérez y Miquel Noguer para El País. “Y una mierda. Y una puta mierda”. Eso dijo el presidente de ERC, que lleva ya más de un par de años preso y que ha sido sentenciado por el Tribunal Supremo a trece años de cárcel y de inhabilitación especial. No sé cómo hubiera reaccionado yo en una situación similar; intento empatizar con Junqueras y los restantes condenados, me esfuerzo en ello y solo lo consigo en algún caso puntual: por ejemplo, cuando la expresidenta del Parlamento catalán Carme Forcadell dijo aquello de “no tuvimos empatía con la gente que no es independentista y que quizá no se sintió tratada de manera justa”. Porque el problema real es este: se trata de una cuestión de empatía, de saber cómo ha vivido y vive cada ciudadano de Cataluña este conflicto, en principio fundamentalmente político e institucional pero convertido desde hace tiempo en un gravísimo problema social, emocional y sentimental.

Que alguien por lo general tan comedido y mesurado como Oriol Junqueras soltase un exabrupto de tanto calibre, ratificado días después ante Jordi Évole en laSexta, habla muy a las claras acerca del nivel de cerrazón mental del exvicepresidente del gobierno de la Generalitat. Que se salga de sus casillas ante la más mínima mención de que mintieron a la ciudadanía con su proceso unilateral de independencia de Cataluña demuestra hasta qué punto al menos él, y me temo que como él muchos y tal vez todos los otros dirigentes políticos y sociales de aquel proceso, siguen empecinados en el mismo, sin admitir ni la más mínima crítica, sin reconocer ni el más pequeño error por su parte.

Que el procés ha fracasado, al menos como fue inicialmente concebido y desarrollado como vía unilateral a la independencia, es algo que solo puede ser negado por un fanático. Me consta que Oriol Junqueras no lo es. En esto, y en cultura y sobre todo en lecturas, es muy distinto que Carles Puigdemont. Pero solo un fanático, alguien cegado por la pasión y que se niega a reconocer tal cual es la realidad, puede seguir manteniendo que todo este procés estuvo basado en todo momento en mentiras sin fundamento. Basta repasar todo lo sucedido durante estos últimos años en Cataluña, repasar también todas las promesas anunciadas y comprobar cómo todo fue una simple ensoñación, una concatenación ininterrumpida de fracasos estrepitosos, en especial a partir del infausto y nefasto otoño de 2017, con una sucesión interminable de desafíos a la legalidad democrática que finalizaron, como por otra parte era de esperar, con la detención y posterior condena de tantos dirigentes políticos y sociales del procés, así como con la huida de otros al extranjero.

Comprendo que a Oriol Junqueras le cueste asumir su parte del gravísimo error político cometido por el conjunto del movimiento secesionista catalán. Lo que no es de recibo, por muy lamentable que sea su situación personal y la de tantos de sus compañeros, es que intente desviar este error y cargue contra sus adversarios políticos. Entre otras razones, porque entre estos adversarios figuran algunos de los que, en aquellos por desgracia inolvidables y penosos plenos del Parlamento de Cataluña de principios del mes de septiembre de 2017, les advirtieron de la gravedad extrema del error político que estaban perpetrando.