Carles Puigdemont sorprendió a la opinión pública con el anuncio de su retirada como candidato a la presidencia de la Generalitat por JxCat, el partido recién creado para estar a su servicio. Entonces, ¿porque Puigdemont renuncia a ser el cabeza de lista? Por miedo a perder ante ERC. El puesto era suyo por definición, ni tan solo tenía que presentarse a las primarias porque todos los aspirantes habían afirmado que de presentarse el ex presidente ellos se retirarían; sin embargo, ha preferido un repliegue táctico ante las muchas dificultades previsibles para ganar las elecciones autonómicas del 14 de febrero de 2021.

El temor a quedar por detrás del candidato republicano, muy probablemente Pere Aragonés, no se intuye, sin embargo, como la única razón de su recién estrenada prudencia. Ningún sondeo sitúa a JxCat por delante de ERC, por el momento, aunque faltan tres meses para los comicios; seguramente en otras circunstancias Puigdemont lo habría intentado. Pero en esta ocasión ha dado un paso atrás, limitándose a solicitar un lugar simbólico en la lista.

La decisión podría indicar que, finalmente, ha aceptado el principio de realidad: una victoria electoral, o una suma de JxCat y ERC, no le permitirá en ningún caso ser investido presidente; también le habrán llegado los suspiros de cansancio de muchos independentistas por la repetición de jugadas maestras sin recorrido práctico, haciéndole ver que prometer de nuevo a sus electores que de ganar regresará resulta una pirueta increíble, incluso para los más crédulos de sus seguidores.

La repetición de la jugada, exitosa en el sentido que le dio la vuelta a los sondeos en 2017 superando a ERC por unos pocos diputados, presentaba en esta ocasión un gran inconveniente, además de la toma de consciencia general de ser un truco. Para poder representar la escena del Estado opresor impidiendo de nuevo la elección de un candidato democráticamente elegido, Puigdemont debería tomar posesión de su acta de diputado autonómico, obligándose a renunciar a su escaño en el Parlamento Europeo.

Hoy por hoy, su condición de eurodiputado es la mejor baza de Puigdemont, por el sueldo, por la movilidad que le ofrece por toda Europa excepto España y por la proyección internacional que se le supone. Sería una irresponsabilidad por su parte poner todo esto en peligro por representar una obra de ficción de final frustrante, aunque tenga pendiente de resolución el suplicatorio solicitado por la justicia española.

A este evaluación de sus circunstancias personales, habrá sumado el análisis de la coyuntura social y económica que no permite a ningún candidato ser mínimamente optimista. El gobierno de la Generalitat está sufriendo un desgaste político muy alto por su gestión errática de la pandemia y por las muchas diferencias internas entre los consejeros de JxCat y los de ERC. El ambiente no es propicio para maniobras orquestales ajenas a las exigencias sanitarias y económicas para abordar la crisis. Y en todo esto, Puigdemont tiene poco que decir.

Y luego está el despecho para con sus nuevos colegas de partido, del partido que él había imaginado como un simple aparato de defensa de su liderazgo. A pesar de proclamar que respetarían la decisión de Puigdemont, los dos candidatos a encabezar la lista de JxCat formalizaron sus aspiraciones horas antes de que venciera el plazo que se había otorgado el ex presidente para comunicar sus deseos. Laura Borràs no goza de la confianza de Puigdemont por ser persona cercana a Quim Torra, y Damià Calvet es la viva imagen de la vieja Convergència. Ninguno de los dos son los candidatos preferidos para aspirar a la presidencia gracias al empuje electoral del Puigdemont, quien preferiría a Jordi Puigneró, el consejero impulsor de la Nasa catalana.

La dirección de JxCat desde Waterloo no es fácil; pero si a la distancia geográfica del número uno se le asocia los obstáculos carcelarios para ejercer el cargo del número dos, Jordi Sánchez; y se tiene en cuenta la desconfianza respecto de éste (activista de izquierdas) de muchos de los dirigentes del partido, al fin y al cabo gentes de centro derecha al estilo CDC, se puede entender el desorden político existente en el partido presidencialista que Puigdemont quiso crear.

Ante tantas adversidades, Puigdemont ha optado por este repliegue táctico para preservar de una derrota su aureola de líder indomable del movimiento independentista que vive su rebeldía en el centro político de Europa, fuera del alcance del estado español. Los planes de Puigdemont son a tan largo plazo que pueden esperar y, por otra parte, una victoria de ERC muy ajustada puede plantear una nueva situación para él, desde una negociación compleja en la que no está escrito que JxCat le vaya a poner fácil a los republicanos la presidencia, a gobierno de izquierdas que ofrecería a Waterloo perspectivas muy golosas para el renacimiento del legitimismo invicto, aunque podría ir acompañado de cierta penuria financiera.