La envidia de los nacionalistas catalanes por los éxitos (y la estabilidad) del PNV tras el fracaso (y olvido) del plan Ibarretxe es de sobra conocida. Finalmente, los jóvenes desencantados del PDeCat, asociados a ilustres veteranos de CDC con muchas legislaturas a sus espaldas, han creado el Partido Nacionalista de Catalunya, eligiendo como secretaria general a Marta Pascal, ex coordinadora general del PDeCat. Una noticia largamente esperada, que coincide con la enésima crisis interna de los sucesores oficiales de Convergència. Un pequeño grupo, parapetado en la ejecutiva, se resiste a rendirse a los planes de Carles Puigdemont. Quim Torra ya tiene otro motivo para no convocar elecciones, habrá que esperar que Puigdemont reduzca a sus opositores para poder pensar seriamente en sacar las urnas.

Los nietos de Jordi Pujol, aquellos jóvenes que comenzaron a militar a CDC pensando que el movimiento pujolista sería una eterna máquina de poder, han decidido convertir el realismo político en un programa nacionalista y moderadamente soberanista. Han convertido en argumento electoral aquello que no se atrevieron a defender en público en 2017, por miedo a ser señalados públicamente como desertores, a pesar de ser conscientes del fracaso que se avecinaba, según han ido confesando con el paso del tiempo, la última moda en Cataluña. “No seremos muleta de nadie”, proclamó Marta Pascal al ser elegida con el 91% de los votos, seguramente pensando en los muchos años que contemporizaron con lo que ahora se disponen a combatir.

El PNC tiene como modelos a seguir las experiencias frustradas de Québec y Escocia, referéndums acordados con los gobiernos centrales; y como objetivo político prioritario tienen el de huir de la larga sombra unilateralista de Carles Puigdemont y Quim Torra. Y como objetivo complementario, perder de vista a los recién llegados, los independientes de JxCat, el club de fans de Puigdemont, los legitimistas, detractores de CDC y su legado.

En este deseo de romper con los recién llegados, la mayoría tras el desastre de 2017, coinciden los promotores del PNC con la dirección actual del PDeCat. La ejecutiva de este partido, con David Bonvehí a la cabeza, se ha plantado ente el plan de sus dirigentes encarcelados (Jordi Turull, Josep Rull y Quim Forn) para que el partido confluya con JxCat y La Crida, o lo que es lo mismo, dejarlo todo en manos de Puigdemont, Jordi Sánchez y los nuevos. De todas maneras, las apuestas políticas dan pocas probabilidades de éxito a la resistencia.

El legitimismo, mediante tuit del presidente de la Generalitat, ha dado la bienvenida al soberanismo moderado con una descalificación integral. Para Quim Torra, “con presos políticos, la autodeterminación negada, la Generalitat vejada con el estado de alarma, proclamar la lealtad a España es toda una declaración de principios”; entendiéndose por lealtad la negociación del referéndum y el respeto a la legalidad. Los dirigentes del PNC debían dar por descontada la animadversión de Puigdemont-Torra, sus dificultades iniciales son otras, la primera, diseñar un estatus quo con el resto de formaciones que se discuten este espacio del catalanismo moderado.

Además del PNC, compiten en esta bolsa electoral de 200.000-300.000 votos, según los expertos, otras cuatro partidos. LLiures, LLiga, Convergents y Units per Avançar, el único que mantiene una mínima representación institucional al haberse acomodado por un tiempo al amparo del PSC, situación que han dado por terminada. Esta pléyade de partidos presentan diversas modulaciones del catalanismo y tienen como déficit indiscutible la falta de un liderazgo.

Justo antes del nacimiento de PNC, Units per Avançar (los herederos de Unió Democràtica) lanzó a Albert Batlle como eventual líder de esta minifundismo catalanista. Batlle es un antiguo militante del PSC, ahora teniente de alcalde de seguridad en Barcelona por la lista de PSC-Units per Avançar, que goza de buena imagen en el universo de los no independentistas, aunque su pasado socialista le podría perjudicar para liderar un espacio en el que domina el centro derecha. Batlle dimitió en el verano de 2017 de su cargo de director de los Mossos d’Esquadra, justo cuando Quim Forn fue nombrado consejero de Interior y este es un acto que nunca le perdonarán quienes se aprestan a ganar las elecciones con el mensaje central de la fidelidad al 1-O.