Algunos dicen que en televisión hay que explicarlo todo de manera que tu abuela pueda asimilarlo. Tranquilos, hoy no hablaré de mi abuela. Porque en periodismo también se usa el axioma de que hay que narrar los hechos para que los entienda un extraterrestre que acabase de aterrizar en el planeta. El dogma ignora que al alien en cuestión, tras semejante viaje, le interesaría más ir al baño primero, o estirar las piernas -o lo que tenga por extremidades inferiores- para centrarse en el hecho de que nuestro visitante viene sin contexto ni antecedentes. 

Sin acabar de bajar de una nave espacial, buena parte de la población mundial tuvo ayer los ojos puestos en nuestro país sin tener mucha idea de lo que estaba pasando. A decir verdad, tampoco aquí tenemos mucha idea de qué va el conflicto catalán en puridad, al menos a juzgar por las veces que se ha salido a la calle a preguntar a la población al respecto.

Mucha, muchísima gente, se negará a aceptar la anterior afirmación. Buena parte lo hará en base a sus propios prejuicios y acudirán al maltrato que España ha infligido durante años a Cataluña. Otros responderán que los catalanes han decidido saltarse la Constitución y convocar un referéndum, lo que es ilegal. Pocos saben que el Gobierno de la Nación puede convocar una consulta de este tipo si quiere y casi ninguno es capaz de señalar qué parte de la Carta Magna se ha saltado el Govern catalán.

Si nosotros vivimos en semejante ignorancia, ¿qué podemos reclamar al resto de habitantes del mundo, cada uno con sus problemas propios, para que entiendan lo más mínimo lo que sucedió en nuestro pequeño rincón del planeta? Si muchos nos hemos hartado de criticar la visión que nos llega de Venezuela, por ejemplo, ¿cómo podemos esperar que los medios del mundo profundicen en nuestra particular disputa?

Si nos abstraemos por un segundo, si dejamos de lado nuestra idiosincrasia española con todo lo que conlleva, y nos ponemos en el lugar de un mexicano, un belga, un indio o un siberiano, ¿qué es lo que veríamos? Armarios empotrados vestidos de uniforme policial golpeando a ciudadanos sentados para proteger puntos de votación. Hombres encapuchados arrancando urnas y papeletas de personas indefensa. Disfrutes de más o menos libertad en tu país, no queda una esquina del planeta donde se desconozca qué es la democracia y cuál es su importancia.

Ayer, durante toda la mañana, al menos que tuviéramos constancia, hubo cinco medios de cobertura internacional que estuvieron difundiendo en directo y sin parar toda la actuación policial. Cadenas árabes encerradas dentro de escuelas, televisiones sudamericanas registrando la violencia (legal) de nuestro Estado, reporteros británicos leyendo la cartilla a nuestros ministros y corporaciones americanas describiéndonos como “la vergüenza de Europa”.

[[{"fid":"69459","view_mode":"ancho_total","fields":{},"type":"media","attributes":{"alt":"Mapa de la cobertura de las televisiones internacionales que emitieron en directo el 1-O en Cataluña","title":"Mapa de la cobertura de las televisiones internacionales que emitieron en directo el 1-O en Cataluña","class":"img-responsive media-element file-ancho-total"}}]]

Quizás por pudor, hemos querido hacer una pequeña ilustración de cuánta gente vio ayer nuestras vergüenzas. Al Jazeera tiene un alcance de 270 millones de hogares -que no espectadores- y abarca a Arabia y buena parte de África. Telesur llega por satélite a Europa, pero es predominante en Sudamérica, donde viven más de 400 millones de personas. CNN en español llega a 50 millones de personas y su versión estadounidense es capaz de superar los 20 millones de espectadores. Euronews no sólo cubre la Vieja Europa, también llega a Turquía y Ucrania; y Sky News es británica pero su fundador es australiano y en Oceanía prevalece.

Y todo esto teniendo en cuenta que hablamos de emisión televisiva. Porque todos estos canales, y muchos más, podían verse en absoluto directo a través de Youtube. En esta plataforma, Russia Today presume de haber superado en 2016 los 4.000 millones de visitas.

Ayer España hizo el ridículo. Nuestra imagen quedó marcada para años y sólo sigue intacta en Namibia, Corea del Norte y ante un señor de la Antártida. Para llorar.