Jordi Pujol y su familia están pendientes de que el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz fije fecha para la celebración del juicio contra ellos por una larga lista de delitos que se resumen en la supuesta creación de una organización criminal para enriquecerse, aprovechando el poder político detentado durante más de dos décadas por el pujolismo. El expresidente y los suyos afrontan su proceso penal en la soledad propia de los expulsados del mainstream de la política y la sociedad catalanas. Jordi Pujol no tiene cabida en la “república del victimismo” imperante en Cataluña de la que el mismo puso los cimientos durante su largo mandato.

Los integrantes de la familia Pujol se declaran inocentes de los muchos delitos (cohecho, prevaricación, malversación, tráfico de influencias…) atribuidos por la Fiscalía Anticorrupción, que solicita nueve años de prisión para el ex presidente y hasta 29 años para su hijo mayor. Los Pujol siguen aferrados a la versión del legado del abuelo Florenci, depositado en Andorra, como origen de una fortuna que se habría multiplicado por la habilidad financiera de Jordi Pujol Ferrusola. En 2014, Jordi Pujol padre reconoció la existencia del dinero, guardado por el abuelo para asegurar el futuro de los nietos antes las posibles eventualidades de la política. Aquellos 140 millones de las viejas pesetas se habrían convertido según la UDEF en 290 millones de Euros.   

A diferencia del año 1984, cuando Jordi Pujol y 24 dirigentes más de Banca Catalana fueron querellados por la Fiscalía por las irregularidades en la gestión del banco adquirido por la familia Pujol unas décadas antes, no hay ninguna manifestación convocada en apoyo de los Pujol. En mayo de 1984, Pujol acababa de ser reelegido presidente de la Generalitat y podía denunciar la “jugada indigna” ante más de cien mil seguidores enardecidos por la promesa del presidente de dar en adelante “lecciones de moral y ética” a quienes osaban perseguirle ante los tribunales. Ninguno de los actuales dirigentes de la Generalitat, ni sus inmediatos predecesores, quieren saber nada de Pujol; incluso TV3 ha emitido hace unos meses un documental sobre los secretos de Andorra, después de siete años de ostentoso silencio sobre el tema.

Medio país siempre sospechó del pujolismo como encubridor de la corrupción política (3%, Palau de la Música) y el otro medio ahora dominante se muestra totalmente indiferente a los avatares judiciales del ex líder nacionalista. Los dirigentes independentistas viven inmersos en una apoteosis de la hipérbole represiva. Hace unos días, llegaron a comparar la controvertida acción del Tribunal de Cuentas de embargar a los investigados por los gastos irregulares del Gobierno catalán con la detención y fusilamiento del presidente Lluís Companys por la dictadura; también mantienen que la causa seguida contra la presidenta del Parlament por unos contratos supuestamente irregulares no es otra cosa que la manifestación de la “persecución permanente” contra el independentismo. Sin embargo, este manto protector formulado a partir de la denuncia de la represión y la continuidad franquista del estado constitucional no cubre a la familia Pujol, no solo porque es un caso de corrupción sino porque Jordi Pujol y Soley nunca fue independentista.

Los independentistas más veteranos siempre consideraron a Pujol un anti-independentista, además de un producto singular del denominado régimen del 78. De joven, Pujol prestó cierta atención al federalismo, pero su obra es la Generalitat autonomista desarrollada a partir del primer estatuto en cuya redacción tuvo un papel discreto. Durante los años álgidos del Procés, calló y últimamente ha criticado abiertamente la intentona unilateral defendiendo la vía del “apaño” con el gobierno central para salir del pozo.

La soledad actual le debe doler a Jordi Pujol, sin embargo a sus 90 años, la mayor de sus obsesiones es la de siempre: fijar su imagen para la historia. Hace unos meses, se publicó una larga entrevista en formato de libro (Entre el dolor y la esperanza), firmado por Vicenç Villatoro, en la que el ex presidente intenta minimizar el caso judicial que tiene abierto y que él califica como “un borrón” a su trayectoria política. No se trata todavía de su obra definitiva de descargo. Probablemente, este libro deberá esperar unos cuantos años a ver la luz. El desapego por su figura exhibido por el independentismo dominante en el gobierno y en los medios públicos habrá aconsejado a su entorno a posponer la publicación de un texto de su puño y letra, seguramente ya redactado y guardado por almas fieles y caritativas hasta el momento oportuno.