Es un verso célebre de Luis Cernuda con el que Joaquín Leguina tituló una de sus novelas que luego Pilar Miró transformó en película. “Tu nombre envenena mis sueños”. En vísperas del Día Internacional de la Mujer, el nombre de Vox envenena los sueños del feminismo español, que había logrado tejer un anchísimo consenso social y político que la ultraderecha, fuertemente patriarcalista, se ha propuesto destruir y en alguna medida lo está consiguiendo.

Hace veinte años, la concejal del Partido Popular de Ponferrada Nevenka Fernández estuvo sola. Vergonzosa e ignominiosamente sola. Aunque acabaría ganando el juicio por acoso sexual contra el alcalde de la ciudad Ismael Álvarez Rodríguez, aquella soledad le arruinó la vida.

Ya no somos los mismos

Hoy, pocos se atreverían a no estar con ella, porque hoy nadie –salvo quizá Vox– tiene la más mínima duda de que ella era la víctima y de que libró con determinación y coraje una guerra justa que sabía que no podía ganar. Venció al alcalde, pero no a la soledad. La ultraderecha quiere que todas las Nevenkas vuelvan a estar solas.

El caso Nevenka muestra lo que fuimos hace veinte años y lo que somos ahora. Hace dos décadas el 8M no era exactamente cosa de cuatro, pero no tenía ni lejos el brío, la energía, la influencia, la expansión y la autoridad moral que tiene hoy. Hoy no son posibles los Ismael Álvarez gracias precisamente a los 8M y a la guerra que vienen librando las mujeres.

Decisión inimaginable hace apenas unos años, ayer el PP destituía de manera fulminante a su vicesecretario de Comunicación en Cataluña, Alberto Fernández, tras la denuncia por violencia de género contra su expareja y presidenta de Nuevas Generaciones, Irene Pardo.

El regreso del crimen pasional

Vox ha logrado activar el machismo durmiente que nunca dejó de estar latente en la derecha, pero que esta mantenía prudentemente a raya porque la sociedad ya no perdonaba las ofensas y los agravios a las mujeres. De la mano de la ultraderecha, una parte de esa misma sociedad pretende ahora reinterpretar la violencia de género como ‘violencia doméstica’, que viene a ser la denominación ultra de lo que en el pasado se conocía como crimen pasional.

El antifeminismo visceral de Vox ha contaminado a toda la derecha. Al PP pero también a Ciudadanos, cuyo discurso demasiadas veces se pretende equidistante pero, en realidad y aun sin ser los naranjas del todo conscientes de ello, acaba encuadrándose en el bando no del negacionismo, ciertamente, pero sí en el del machismo de baja intensidad.

Un error con carácter retroactivo

La demonización, sostenida durante meses, de las manifestaciones del 8 de Marzo de 2020 ha proyectado su larga y espesa sombra sobre las que, con muchas limitaciones, vayan a celebrarse este 8 de Marzo de 2021. Hoy sabemos que las concentraciones de hace un año pudieron ser una imprudencia, pero no un crimen ni una maquinación.

La pandemia se disparó en el país semanas después del 8M de 2020, pero eso nadie podía saberlo entonces: por eso no se prohibieron aquellas manifestaciones, del mismo modo que no se restringió la movilidad ni se congeló la actividad económica. Sabiendo lo que sabemos hoy, y sabiendo incluso que según los expertos el impacto epidemiológico del 8M fue irrelevante, el Gobierno habría sido más severo, pero entonces no lo sabía.

Lo relevante o lo significativo del caso es que sin la ruidosa beligerancia antifeminista de Vox, puede que el PP y Cs no se hubieran sentido tentados a adornar sus discursos con la repugnante mercancía de la criminalización del 8M. A Vox no les molestan las manifestaciones del 8M porque sean manifestaciones sino porque son del 8M, y las otras dos derechas han asumido en mayor o menor medida ese vetusto postulado.

Nuestro caso Weinstein

Las mujeres están ganando la guerra. Lo venían haciendo desde hace decenios, pero el genio estratégico que demostraron en la batalla del Me too, desencadena a raíz del caso Weinstein, les hizo conquistar en pocos meses valiosas posiciones que el enemigo había conseguido retener.

Sobre el telón de fondo del Me too que había nacido meses antes, el 8M de 2018 las mujeres de España inundaban masivamente y como nunca hasta entonces las calles, espoleadas por la sentencia de ‘la Manada’.

Si en Estados Unidos el caso Weinstein fue la mecha hizo estallar los depósitos de ira que las mujeres del cine habían ido acumulando durante largos años, en España nuestro caso Weinstein fue la sentencia de ‘la Manada’.

Haciendo caja

Ni Vox ni el resto de ultraderechistas europeos y americanos conseguirán cambiar el rumbo de una guerra en la que se han sumado al bando de las mujeres las marcas comerciales, las agencias de publicidad, el cine, la literatura, el periodismo…

Hasta grandes compañías como Disney, en otro tiempo enroladas en los ejércitos del machismo sociológico pero también ideológico, hoy se muestran firmemente decididas a hacer caja asumiendo axiomas feministas que mañana sentirán como propios y además estarán convencidos de haber estado defendiéndolos toda la vida.

Hace veinte años habría sido impensable que una plataforma con el poderío planetario de Netflix hubiera producido un documental como el que acaba de estrenar sobre el caso Nevenka.

Esa película es un triunfo de las mujeres, es el signo inequívoco de quién va ganando esta guerra iniciada hace más de un siglo por unas remotas sufragistas contra una sociedad en la que en buena medida todos eran Vox. Hoy, solo Vox es Vox, pero no deja de intentar que el PP y Cs lo sean también.