Se despachó ayer a gusto en la tribuna del Parlamento andaluz el diputado de Vox Macario Valpuesta, que en septiembre pasado ocupó el escaño que dejó libre Francisco Serrano, a quien la justicia investiga por estafa.

Profesor, ya jubilado, de Latín, Griego y Lengua Española en distintos centros de enseñanza media, Macario Valpuesta arremetió contra lo que un tuit de su grupo parlamentario identificaba como “el alarmismo climático que generan las élites internacionales y el Gobierno socialcomunista”.

Aseguró que Vox siempre ha sido un partido “conservacionista de la naturaleza”, si bien el suyo es un conservacionismo “humanista” que “respeta el patrimonio natural” y propugna “la preservación de los hábitos de vida rurales y las formas sostenibles de explotación de los recursos”, al contrario que “el ecologismo radical e histérico, que es profundamente antihumanista y condena a los que ponen un pero a sus dogmas”.

Para quien a su modo encarnaría la facción ilustrada de la ultraderecha andaluza, el ecologismo “constituye hoy una seudorreligión milenarista, con Greta Thunberg como suprema sacerdotisa. Con todos mis respetos, esta niña donde debería estar es en el colegio”.

Sin advertir que él mismo estaba incurriendo en aquello que reprochaba a los ‘herejes’, durante su intervención Valpuesta parecía estar ejeciendo de sacerdote de no de una seudorreligión como la de Thunberg y sus secuaces, sino de la verdadera fe.

Una fe que se llama negacionismo y cuyo rasgo principal es el rechazo a aceptar realidades empíricamente verificables, ya sea el cambio climático, la eficacia de las vacunas, la esfericidad de la Tierra, el origen del Covid-19, la evolución de las especies o el Holocausto. Y hasta incluso que Vox es un partido de extrema derecha.