Para Podemos no fue una buena idea la baja paternal de tres meses que Pablo Iglesias se tomó a la vuelta de la Navidad de 2018, con los tambores electorales sonando y los partidos velando armas. El líder morado se comportó como un buen padre, pero como un mal secretario general.

Pero lo que no fue bueno para Podemos tal vez sí lo fuera para Ciudadanos, que necesita con urgencia descansar de Albert Rivera: es cierto que para ello el joven político catalán tendría que volver a ser padre, pero el sacrificio valdría la pena porque está en juego la supervivencia de ese otro hijo suyo que es el partido fundado en Cataluña en 2006 y ganador solo 12 años después de las elecciones autonómicas en una victoria tan histórica como lo sería su celeridad en dilapidarla.

La sesión de investidura de hoy como presidenta madrileña de Isabel Díaz Ayuso, bajo sospecha de haber incurrido en un delito de alzamiento de bienes documentado por el periodista Manuel Rico, es la guinda con que esta semana Ciudadanos coronará el indigesto pastel puesto en el horno meses atrás al alinearse con las derechas en Andalucía.

Con el pacto andaluz, Ciudadanos le arrebató al PSOE la joya de la corona; con el pacto madrileño, deja en manos de los populares el valioso pedrusco cuyo dilatado usufructo viene dando tanto trabajo a los jueces de la Audiencia Nacional y tantas horas extras a los periodistas de la capital.

No es fácil explicar la súbita conversión de Rivera a la fe conservadora, pero quizá su resentimiento político y personal hacia Pedro Sánchez esté en el origen del giro ciegamente antisocialista del partido naranja, que cabe situar coincidiendo con la moción de censura que expulsó a Mariano Rajoy de la Moncloa. Es como si desde entonces Sánchez se hubiera convertido en la obsesión de Rivera, en el tipo que hay que eliminar a toda costa, vendiendo incluso el alma al diablo de la ultraderecha si era preciso.

No les falta razón a Rivera y a su lugarteniente Villegas cuando afirman que fueron muy minoritarios los miembros de la dirección nacional que se opusieron al nuevo rumbo de la organización, pero ambos deberían saber, y sin duda saben, que en los partidos sólo los más audaces o los que tienen menos que perder se atreven a contrariar al capitán en las decisiones importantes.

Es imposible que no haya mucha más gente en Ciudadanos que piense, o al menos intuya, que el partido está cometiendo un error fatal al renunciar a su vocación inicial de regeneración institucional y transversalidad ideológica; de hecho, no hay ni un solo observador que no lo piense, aunque, naturalmente, quienes se hallan apostados en los selectos miradores de la derecha procuran no decirlo en voz muy alta porque demasiado bien saben que el beneficiario directo del giro copernicano de Ciudadanos es el PP.

Es poco probable, claro está, que papá Albert se tome unas vacaciones pongamos de tres meses, durante los cuales quienes se quedaran al mando del partido pudieran decidir libremente, sin estar sometidos a la tutela del cabeza de familia.

En tal caso, en tal improbable caso, ¿mantendrían el rumbo directo hacia los acantilados ordenado por el enloquecido Rivera, capitán Ahab de pacotilla obsesionado en dar caza al cachalote rojo aliándose para ello con el mismísimo diablo, ese que está conduciendo al navío naranja con toda su tripulación a la ruina, la perdición y los abismos?