La sorda pugna entre Ciudadanos y Vox tiene algo de película de suspense cuyo desenlace general el espectador puede prever, aunque no así los detalles del mismo. El final no es difícil de imaginar: habrá gobiernos de derechas en las comunidades de Madrid y Murcia; PP y Ciudadanos lo saben y Vox también lo sabe.

Los dos primeros cuentan con que el tercero no permitirá gobiernos de izquierdas porque sus votantes jamás lo absolverían de tan grave pecado de lesa españolidad. Furioso e impotente, Vox está atrapado en una jaula de hierro de la que puede quejarse, pero no escapar.

Este lunes, PP y Ciudadanos han vuelto a someter a los ultras a una nueva humillación: a 48 horas de la sesión de investidura, han firmado un acuerdo para gobernar Madrid –la Presidencia y siete consejerías para el PP y la Vicepresidencia y seis consejerías para Cs– como si no necesitaran los votos de Vox para hacer efectivo su Gobierno. La líder popular, Isabel Díaz Ayuso, justificaba el acuerdo con Cs resaltando, generosa, que se incluyen en él “las propuestas que Vox trasladó a los medios”.

Por su parte, la dirigente de Vox Rocío Monasterio estallaba en Twitter, aunque solo un poquito: “Estaba esta mañana, según habíamos acordado, terminando de revisar un documento para Díaz Ayuso, no han esperado ni a que lo mandara. Vergonzoso”.

Vox exige un acuerdo público a tres y Cs se niega en redondo a ello. ¿Quién le doblará el pulso a quién? Aunque sin hacer alarde de ello, en Andalucía fue Vox quien se lo dobló a Cs al obligarlo a sentarse con ellos y firmar un acuerdo presupuestario de 34 puntos. En Madrid y Murcia, los naranjas no quieren repetir la jugada.

Salvo que uno de los dos ceda, y puede que acabe ocurriendo, Vox solo tiene una manera de salvar los barcos conservadores sin menoscabo irreparable de la honra propia: investir presidenta a Isabel Díaz Ayuso (¡guau!) con la condición de que la exgestora de la cuenta de Twitter del perro de Esperanza Aguirre forme un Gobierno monocolor SIN la presencia de Ciudadanos. Sería la venganza perfecta de los ultras: habría Gobierno de derechas, pero no entrarían en él quienes tan jactanciosamente los vienen menospreciando.

¿Está ese plan B en la cabeza de los Abascal y los Espinosa de los Montero? Quién sabe. Los tipos puede que sean algo fachas, pero no son tontos y además están profundamente resentidos con Rivera y los suyos.

La audaz jugada tendría, obviamente, sus riesgos. El PP estaría encantado con esa tercera vía, pero Ciudadanos podría no aceptarla e incluso hacer presidente al populista-independentista-amigo-de-los-etarras Ángel Gabilondo.

Rivera tendría, no obstante, difícil justificar un rechazo que antepondría el disfrute de unos míseros sillones a ese bien mayor que es su compromiso irrenunciable con la regeneración de política madrileña facilitando un Gobierno del partido que tal vez haya tenido a media nomenclatura en la cárcel por corrupción, pero cuyo propósito de enmienda es absolutamente sincero. El público arde en deseos de conocer el desenlace de esta película apasionante.