Cuando yo era la inspiración de algún poeta (te encontraré en un jardín de asfalto/amamantando mariposas), los de Vox se llamaban Fuerza Nueva. Su líder, un notario viejo y colérico, daba ruedas de prensa rodeado de jóvenes paramilitarizados de pose desafiante, en un irrespirable ambiente de banderas y coacción. Su única ideología era la pervivencia de la dictadura, la represión legitimada por la iglesia católica para que los ganadores de la guerra lo siguieran haciendo todos los días sobre todos los demás, a la fuerza de la fuerza policial y militar.

Lo peor de aquella gentuza es que además te perdonaban la vida. Alguna noche de copas en alguna esquina de la barra se acercaba un tipo con un abrigo loden, el pelo engominado hasta el cogote y pocas visitas al dentista. Podríamos estar hablando de los últimos setenta del siglo pasado. Yo creía en Aute y en el progreso de la razón, la libertad te hacía cosquillas en el estómago y nadie la regalaba (porciertopabloiglesias). Las periodistas éramos muy niñas y muy pocas y se nos trataba como una excentricidad de los tiempos, esto es, chicas que fumaban y decían tacos.

El pringoso tipo de la gomina solía presumir de información de catacumbas, de ruidos de cuarteles y de inminentes pronunciamientos militares en los que los paredones de los cementerios volverían a funcionar. Y sobre todo de listas, de minuciosas listas de políticos, sindicalistas y periodistas que deberían ser pasados por las armas para que se volvieran a alzar los brazos de los hijos del pueblo español.

Invariablemente, aquel sujeto, niño de papá, diez años estudiante de derecho por todo mérito, se manejaba con la misma simplicidad intelectual que ahora arrasa en las redes, racismo, machismo y patria. Invariablemente, aquel deleznable sujeto solía terminar su perorata señalándome con el dedo y enseñando su dentadura amarilla: a ti no, Cristinita, a ti te salvaremos, no somos tan canallas.

Siguieron las noches, siguieron los rumores de asonadas militares, avanzaba tambaleándose  (tambaleándosepabloiglesias) la democracia y no había mes en el que la amenaza de la involución no se hiciera presente en el aire que respirábamos. Así que, como habíamos aprendido de Sartre, la existencia no nos permitía que se la pensara de lejos. Así que estábamos ahí sin más, esperando que nos esperaran o que nos olvidaran.

Escribo esto un 23 de febrero. No nos olvidaron. Lo intentaron con todo su afán. Y en cada minuto de aquella horrible noche se me venía al pensamiento la imagen aborrecible de aquel asqueroso tipejo que nos amenazaba y me perdonaba (a ti no, Cristinita) con las listas de conocidos que acabarían en las tapias de los cementerios. Todo ello impasible el ademán, con un vaso largo de ron cola en la mano.

Escribo esto el 23 de febrero. El mismo día que los de Fuerza Nueva de ahora que se llaman Vox alardean o amenazan o exigen la elaboración de listas. Ya dije que el tiempo se había dado la vuelta. Así que si de eso se trata, aquí me tenéis: tomad y comed.