La pregunta puede –y debe– extrapolarse también al resto de actores políticos, claro está, pero es prioritario hacérsela a quienes, por distintas razones, pueden sentirse más ajenos a la idea misma de un gran pacto nacional del que, además de las dos izquierdas, necesariamente deben formar parte al menos dos de las tres derechas y al menos dos de los tres nacionalismos periféricos que gobiernan en Cataluña y el País Vasco.

Las preguntas

¿Quiere Pablo Iglesias unos nuevos pactos de la Moncloa? ¿Los quiere Unidas Podemos? La respuesta, obviamente, solo puede ser que sí, pero es un sí que, a secas, ilumina muy poco.

También el PP responde que sí. Y aun Vox dice estar favor... si todos los demás hacen lo que él diga. Para encontrar los matices del sí de cada uno, es preciso afinar algo más la pregunta: ¿qué precio está cada uno dispuesto a pagar a cambio de unos nuevos Pactos de la Moncloa? ¿A qué está dispuesto a renunciar?

Pero una vez contestadas preguntas como estas dos últimas, hay que regresar a la primera, a la de si se quiere o no se quiere el pacto, pues, en último término, uno está dispuesto a pagar un cierto precio o a hacer determinadas renuncias si, y solo si, previamente ha decidido pactar. Solo se pacta si se tiene voluntad sincera de pactar, sean cuales sean las razones de esa sinceridad.

Casado y régimen

Las primeras impresiones, sobre Unidas Podemos y sobre el resto de los socios probables de dichos pactos, son más bien decepcionantes. Hasta donde sabemos tras haberlo escuchado, el PP de Pablo Casado no desea acuerdo nacional alguno para afrontar unidos la crisis sanitaria, la debacle económica y la reconstrucción posterior.

Cuando alguien dice, como dice Casado, que quiere un pacto pero no “un cambio de régimen, que es lo que pretenden otros”, está demonizando al adversario con un juicio de intenciones que imposibilita todo acercamiento.

Por su parte, Iglesias y otros líderes Unidas Podemos no son tan descarnados, pero la música que sustenta sus declaraciones no armoniza mucho con la partitura nacional que ahora requiere el país.

Iglesias y la Constitución

Esta semana, en el Telediario 2 del lues 6, Carlos Franganillo entrevistaba al vicepresidente para conocer su opinión sobre esa reedición de los Pactos de la Moncloa que intenta promover el presidente Pedro Sánchez.

La respuesta de Iglesias no fue decepcionante, pero tampoco esperanzadora. Lo que hizo fue poner por delante la condición sin la cual Unidas Podemos nunca se avendría a pacto alguno: “En torno al constitucionalismo social hay que hacer un gran acuerdo, y está bien tomar como referencia lo hecho hace 40 años”.

Ahora bien, añadía Iglesias, solo cabe el consenso si este está inspirado en un “gran pacto por lo público”, en el que no puede faltar la apuesta por una mejora inequívoca por la sanidad universal.

La posición de Iglesias es similar a la expresada por el coordinador de IU Andalucía y portavoz de Adelante, Toni Valero: “De los Pactos de la Moncloa se puede recuperar la voluntad de acuerdo y, como en aquel entonces, poner luces largas. Pero en absoluto es válido el recetario neoliberal ni una gran coalición disfrazada para la ocasión”, ha escrito en un artículo.

Contraindicaciones

Y bien, ¿qué contraindicaciones tendría una respuesta que, al fin y al cabo, se inscribe en el espacio ideológico y estratégico de la socialdemocracia clásica? La contraindicación está no en lo que dijo Iglesias, sino más bien en lo que no dijo.

El problema de la respuesta del vicepresidente es que únicamente pone el énfasis en las exigencias propias, sin preocuparse ni remotamente de incorporar a su discurso reflexiones del tipo:

“Como Gobierno estamos dispuestos a escuchar con mucha atención y mucho respeto lo que tengan que decir el Partido Popular, Ciudadanos, Esquerra o el PNV; estoy seguro de que si todos ponemos nuestra mejor voluntad será posible un pacto de mínimos para afrontar una encrucijada histórica tan comprometida como esta en que nos ha puesto la pandemia del coronavirus y que pone en riesgo todo lo que hemos conseguido en tantos años y con tanto esfuerzo”.

La posición de Pablo Iglesias es importante porque, si su formación no cree necesario o conveniente un pacto nacional, Pedro Sánchez estará poco menos que atado de pies y manos, dado que la supervivencia de su Gobierno depende de Iglesias.

¿Qué piensa el presidente?

Ahora bien: ¿desea Sánchez, por su cuenta y sin considerar el condicionante de UP, alcanzar ese gran acuerdo que solo sería operativo y creíble si el PP estuviera en él? Lo cierto es que no acabamos de saberlo. Al menos hasta hoy.

En una cosa tiene razón el Partido Popular: el presidente del Gobierno no ha hecho en todo este tiempo el más mínimo esfuerzo para lograr la complicidad o al menos la indulgencia de la oposición, aunque es cierto que Sánchez ha rectificado su esquiva posición inicial.

La ministra de Hacienda y portavoz, María Jesús Montero, lo expresaba ayer en términos tardíos pero inequívocos: “Son momentos delicados de la historia de España, como los eran hace cuatro décadas, España necesita un gran acuerdo de país, llámese Pactos de la Moncloa o como se quiera. Y no solo en términos económicos, también en valores colectivos, para que todos podamos acceder a servicios públicos esenciales que son la gran conquista de este y también como refuerzo de los derechos democráticos”.

Lobos y corderos

Pero para hacer creíble esa posición explicitada por Montero, el Gobierno tiene que dar pasos más decicidos. Por ejemplo, poniendo sobre la mesa un borrador de mínimos que sirva de orientación para encauzar el diálogo con el resto de fuerzas políticas. Puede que fracase, pero en tal caso nadie le negará el mérito de haberlo intentado. Ni a Casado el reproche de haber desdeñado la oferta.

Si se supera la crisis sanitaria, lo más duro de la crisis económica estará por llegar. Con Bruselas mirándonos muy atentamente, probablemente haga falta formular unos ‘Presupuestos de guerra’ cuya verosimilitud y viabilidad requerirán de una mayoría parlamentaria mucho más amplia que la que ahora sostiene al Gobierno.

Antes de poner condiciones, urge sentarse sin ellas. ¿Está dispuesto Casado a hacerlo con un Gobierno socialcomunista que sueña con que España sea Venezuela? ¿Lo haría Iglesias con una derecha neoliberal sin entrañas ni corazón? Como diría el profeta Isaías, ¿habitará el lobo con el cordero y comerán juntos el becerro y el león?