Una de las ventajas de los tipos como Trump es que con ellos el poder se vuelve transparente, deja de ser un engranaje opaco porque sus titulares detestan practicar ese homenaje que el vicio rinde a la virtud y que conocemos con el nombre de hipocresía.

A los votantes y admiradores de Donald Trump les seduce particularmente esa brutal campechanía de su líder que las responsabilidades institucionales no solo no han amortiguado, sino que han convertido en su más valioso activo electoral.

Trump acabará dejando sin empleo a los politólogos porque con él ya no necesitaremos intelectuales especializados en adivinar las verdaderas intenciones del poder: el propio poder nos dice a todas horas cuáles son.

El presidente norteamericano no se ha molestado en disimular lo que piensa del asesino múltiple de hispanos en El Paso: que es un pobre loco que ha perdido sus facultades mentales, no un terrorista que ha sido envenenado por ideas como las que defiende y difunde él mismo.

Obviamente, si el asesino hubiese sido musulmán, el ‘pobre loco’ se habría trocado automáticamente en un ‘puto moro’, y quien dice moro dice inmigrante, mexicano, hispano o izquierdista. Cuando el criminal es uno de los nuestros se trata de un problema psiquiátrico y estrictamente individual, pero cuando es uno de ellos estamos ante un problema político y de alcance global.

Lo escalofriante de las opiniones del inquilino de la Casa Blanca es que son sinceras, tanto como cuando las oímos de pasada en una conversación de taberna pronunciadas por el más fiero e ignorante de los vecinos de la aldea.

Millones de norteamericanos -y de europeos, y de rusos…- opinan lo mismo con similar franqueza. Entre nosotros, una buena porción de los votantes de Vox opina igual y con igual sinceridad. De Vox y también, ay, del PP y de Ciudadanos. Y puede que no solo de ellos.

En tiempos difíciles, la brocha gorda se hace viral: tanto, que a ella no escapa tampoco la izquierda cuando, por ejemplo, despacha con arrogante displicencia los motivos y las emociones de esos votantes para votar lo que votan, pensar lo que piensan y odiar lo que odian. Aunque Trump quiera dejarlos sin empleo, necesitamos más que nunca buenos politólogos.