Susana Díaz se centra, Teresa Rodríguez y Juan Marín se escoran, una hacia la izquierda y el otro hacia la derecha, y Juanma Moreno… bueno, Juanma Moreno no se sabe, como si se hubiera quedado paralizado mirando a los ojos del mastín Vox que relucen fieramente en la oscuridad.

El desconcertado PP no sabe muy bien a qué flanco atender no ya para no perder votos, sino para perder los menos posibles. Vox mordisquea sus tobillos y Ciudadanos le devora la moral. Moreno debe de ser con toda probabilidad el candidato que más deseos tiene de que esta campaña acabe de una maldita vez.

La razón emocional

Esta de 2018 es una campaña más de las emociones que de las razones. Viene ocurriendo, en realidad, en todas las campañas de los últimos años, pero se diría que en esta ocasión lo sentimental se está imponiendo con claridad a lo argumental. El sentido de los mítines es ese más que cualquier otro: mantener encendida la llama de la emoción.

Es lo que hicieron ayer, por ejemplo, los líderes de Adelante Andalucía en el eufórico mitin que protagonizaron en Sevilla: si para el Partido Socialista el chivo expiatorio y la cifra de todos los males es la derecha de toda la vida encarnada por el Partido Popular, para Adelante Andalucía el chivo y la cifra de los males andaluces tienen nombre de mujer y ese nombre es Susana Díaz.

La confluencia que dirigen Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo –‘Tereíllo’ los ha bautizado un simpatizante con tierna ironía– es la formación que con más acierto está tocando las teclas de la emoción. No en vano el nacimiento de Podemos está muy vinculado a esa sentimentalización de la vida pública que, por lo demás, no es ni mucho menos exclusiva de España o de Andalucía.

La razón ilustrada

Al Partido Socialista, en cambio, le está costando mucho dar con una argumentación emocional capaz de conmover a los suyos, y no digamos de atraer a quienes no lo son.

Sean estrictamente o no mérito propio, Susana Díaz apela racionalmente a los logros de su gobierno –libros, matrículas, dependencia, hospitales, exportaciones, oposiciones…– pero el público parece estar ya en otra cosa, como si la defensa ilustrada y el blindaje político del Estado del bienestar, donde la hoja de servicios del Partido Socialista no es intachable pero si bastante distinguida, ya no fuese motivación suficiente para atraer y conservar votantes.

Lo importante no son las promesas fundadas en la razón sino los memes cargados de emoción. Se entiende lo exasperantemente cautelosos que se muestran los candidatos en los debates televisivos; saben lo que se hacen: una audacia mal medida, un tic descontrolado, una reacción fea, un gesto hosco… cualquier insignificante minucia puede convertirse en viral y arruinar en minutos el trabajo de años de mucha gente.

Lectura desganada

Lo decisivo no son los farragosos y aburridos programas, sino los veloces y ocurrentes tuits. Los dirigentes y militantes de los partidos se leen, cuando lo hacen, los programas electorales de su formación con la desgana con que esos curas cuya fe ha perdido la frescura de antaño leen a sus fieles el evangelio del domingo.

La súbita sentimentalización de la política y la digitalización acelerada de la vida moderna han desalojado a los programas electorales del imaginario no ya popular, sino incluso periodístico.

No se trata de sugerir que en el pasado los periodistas sí se leían los programas y ahora no lo hacen; en realidad, nunca se los leyeron. La diferencia radica en que antes los tenían en cuenta o en mente a la hora de hacer su trabajo y ahora ni siquiera eso.

140, 224, 412

Pocos deben de ser los cronistas de esta campaña electoral andaluza de 2018 que se hayan leído las 140 páginas del programa del PSOE o las 224 del de Adelante Andalucía, y no digamos los ¡412 folios! del programa del PP.

Nadie juzga ya a los partidos por la audacia o la calidad sus promesas; ni siquiera se les juzga con severidad cuando las incumplen, tal vez porque los ciudadanos sospechan que si se trata de compromisos radicales capaces de mejorar significativamente la vida de la gente, no podrán cumplirlos, y si se trata de vaguedades, nunca se sabrá bien del todo si las cumplen o no. Tener un programa es importante pero principalmente porque no tenerlo es temerario.

Verbos que no comprometen

Apostar, instar, impulsar, mejorar, priorizar, visibilizar, potenciar, fortalecer, reformar, aumentar, modular, garantizar, racionalizar, mantener, combatir… Los programas de los partidos políticos están llenos de verbos que no comprometen a nada.

La concreción de los compromisos programáticos es inversamente proporcional a las posibilidades efectivas de formar gobierno. El PP promete mucho, pero concreta poco, y cuando concreta, su concreción tiene mucho de brindis al sol pues rara vez cuantifica el coste del sus promesas.

Adelante Andalucía concreta mucho pero cuantifica poco. El punto fuerte del PSOE es más el pasado que el futuro y el punto fuerte de Ciudadanos es más la decadencia del PP que la consistencia del propio Ciudadanos. El cielo de las cifras puede esperar.

La clamorosa ausencia de cuantificación económica de las promesas electorales es uno de los factores que alimentan el escepticismo ciudadano sobre la sinceridad de las mismas. Aun así, es improbable que la actitud de los votantes fuera distinta si los partidos fueran más exigentes a la hora de hacer números. La emoción no entiende de números.