Pocas veces unas elecciones estuvieron tan polarizadas como las del domingo que viene. Para hallar un paralelismo con este enconado escenario electoral hay que retrotraerse a los comicios de 1993, aquellos que Felipe González ganó por la mínima pero que tendrían su ‘segunda vuelta’ tres años después con la victoria de José María Aznar; las elecciones de 2004 también fueron a cara de perro, pero la razón inmediata de aquella polarización no fue la política en general, sino las escandalosas mentiras del Gobierno sobre el atentado yihadista de tres días antes.

Ciertamente, Pedro Sánchez no es Felipe González, pero tampoco Casado es Aznar ni Iglesias es Anguita. El precedente de Albert Rivera sería el Adolfo Suárez que funda el CDS, pero el líder naranja se está equivocando en lo mismo que se equivocó Suárez: en no conformarse con ser un partido bisagra capaz de abrir las puertas del gobierno tanto hacia la izquierda como hacia la derecha.

Para encontrar, en fin, un precedente de Santiago Abascal habría que retrotraerse tal vez a Blas Piñar, así que mejor no pensar en ello.

La paradoja del PSOE

El PSOE figura en todas las encuestas como claro ganador, pero se da en él una peculiarísima paradoja: ha mejorado sus perspectivas electorales gracias a Pedro Sánchez, pero no acaba de dar el gran salto… por culpa de Pedro Sánchez.

El líder socialista es a un tiempo la manguera y el tapón. El partido ha salido del hoyo de los 84 diputados merced a la audacia, la tenacidad y la ‘baraka’ de su líder, pero al mismo tiempo su tacticismo, volubilidad y falta de sinceridad política impiden que muchos votantes lo consideren un hombre de Estado, que es lo que con más urgencia necesita el país.

Ganó con autoridad las primarias socialistas, pero luego no supo como secretario general estar a la altura de su heroica victoria. Ganó con atrevimiento y sentido de la oportunidad la moción de censura, pero luego como presidente no convocó elecciones de inmediato como había prometido e hizo depender el Gobierno de España de unos aliados que sembraban tanta intranquilidad entre los españoles que ese sentimiento se ha convertido en el principal argumento de campaña de las tres derechas.

Se lo están pensando

Un numero significativo de votantes se lo están pensando. No les gusta Pedro, pero les aterra un Gobierno al que la extrema derecha le marque el paso, como ya se lo viene marcando en la campaña a PP y Ciudadanos. No les gusta Pedro, pero les parece la opción menos mala. No les gusta, pero están a punto de votarlo.

Tal vez no se merezca personalmente su voto, y de hecho así lo ha dado a entender él mismo en varios mítines, pero la alternativa andaluza podría suponer un severísimo retroceso para el país. “No lo hagáis por mí, hacedlo por España”, parece proclamar tácitamente.

Parte de esos votantes indecisos están en la izquierda, decepcionados con el Podemos de Pablo Iglesias, pero poco convencidos de regresar al PSOE de Sánchez.

Pero el grueso de los votantes que necesita desesperadamente Sánchez para deshacer a su favor el empate entre los dos bloques simpatizan con Ciudadanos o con la abstención, pues los que el PSOE le arrebate a Podemos operan como suma cero en el bloque de la izquierda.

Un pequeño empujón

Todos esos votantes necesitan un pequeño empujón que tal vez Sánchez sea capaz de darles si hace buen papel en los debates televisivos del lunes y el martes. Desde luego, si vuelve a las andadas de mostrarse faltón, como cuando en 2015 llamó indecente a Mariano Rajoy, conseguirá el efecto contrario.

Ahora bien, para reconquistar a los votantes perdidos por su flanco derecho o arrumbados en la cuneta de la abstención, intranquilos todos ellos por la ambigüedad terrirtorial del PSOE, para ello Pedro Sánchez necesitaría hacer menos de sí mismo y más de Susana Díaz en los debates televisivos de mañana y pasado. 

En realidad, ya lo está haciendo en los últimos mítines, donde viene exhibiendo a propósito de Cataluña un vocabulario mucho más cercano al susanismo que al pedrismo, lo cual tiene a su vez la contraindicación de visibilizar demasiado a ese Pedro tacticista e insincero que espanta a tantos votantes.

Pablo contra Pablo

Pero esos debates también pueden ser decisivos para Podemos. Hay una porción de votantes indecisos de la izquierda que dudan entre el PSOE y Podemos, y ahí será crucial el papel televisivo que desempeñe Pablo Iglesias. No lo tiene fácil: tendrá que hacer menos de sí mismo y más de Íñigo Errejón.

Aunque, al fin y al cabo, nadie puede dejar de ser quien es por mucho que le vaya en ello y aunque los asesores pueden pulir a un candidato pero no hacer milagros con él, no hay que descartar que el doble debate televisivo sea a la postre determinante para impedir que las derechas sumen como sumaron en Andalucía. Pedro tendrá que tirar de 'baraka' para conseguirlo.