Desde que el virus cambió nuestras vidas llevo publicados 106 artículos de contenido variopinto y esta mañana me he despertado con la frase que titula este artículo y sinceramente no sabía de dónde la había sacado, como no me gusta plagiar y menos por ignorancia salvable, antes de empezar a escribir la he buscado en Google entrecomillada e instantáneamente me informa que forma parte de “Network, un mundo implacable”, excelente película dirigida por Sidney Lumet de 1976 y con guión firmado por  Paddy Chayetsky, dramaturgo y él único cineasta que comparte con Woody Allen el honor de poseer tres Óscar  como guionista, por tanto a él le atribuyo la autoría del monólogo contra el abuso del escándalo en la televisión que acaba con esa frase. Lo interpretó contundentemente Peter Finch en su papel del locutor de televisión Ned Beatty que desequilibrado dice al fin lo que piensa y que le valió un Óscar a título póstumo.

El despertar con esa frase  es la expresión de mis sentimientos actuales en relación con la vida pública y con las declaraciones y el comportamiento de muchos políticos, periodistas, voceros de toda calaña e incluso amigos que a veces sin ningún respeto a la verdad, a la educación e incluso al sentido de supervivencia  de nuestra especie “vomitan” opiniones destructivas, algunos incesantemente, como si les fuera la vida en acabar con el sistema político que con tanta sangre, sudor y lágrimas construimos hace ya algunos años, como si fueran unos niños que rompen el juguete que no saben usar. El colmo ha sido el desacuerdo en la gestión de la pandemia en Madrid en la que  tanto nos jugamos y por si fuera poco  la guinda del incidente a propósito de la decisión del gobierno de no permitir al rey asistir a la toma de posesión de los nuevos jueces  en Barcelona, que ha sido aprovechada  escandalosamente en la campaña permanente contra Pedro Sánchez, desde que tuvo la osadía de presentar una  necesaria moción de censura contra Rajoy  hace ya 28 meses y 2 días y ganarla con los apoyos de la “antiEspaña”.

El gobierno está en su derecho a decirle al rey adánde puede ir, con quién y qué puede decir, faltaría más en una monarquía constitucional donde la soberanía reside en el pueblo español, pero debería de haberlo explicado bien y pronto; el rey no debería de haber llamado a Lesmes “en privado”, porque el rey no tiene conversaciones privadas sobre temas que competen al gobierno, Lesmes no debería de haber hecho pública la conversación, porque preside interinamente una institución clave en el poder judicial y se le supone independencia, la derecha no debería de haber utilizado esta bala contra el presidente y los medios monárquicos no deberían de haber dado portadas al hecho porque la monarquía con los errores que acumula no va a necesitar enemigos con estos amigos tan solícitos y para completar el vodevil,  la inestimable ayuda de los “revolucionarios republicanos a la violeta” que aprovechan cualquier cosa en sus ansias por instaurar una república soñada, por ellos, en un debate ridículo hoy, con las urgencias que tenemos, y que quedó resuelto democráticamente con la Constitución Española de 1978, que a lo que parece es lo que estorba. 

Ya sé que todos estos actores son una ínfima minoría, pero ocupan mucho tiempo  cacareando y han conseguido hartarme, me han obligado a dejar de seguirlos en los medios de comunicación, en las redes sociales y seguramente en el ámbito privado para no perder mi tiempo  y restablecer mi equilibrio emocional dedicándome a vivir la vida y las cosas corrientes que me interesan mucho más que los exabruptos y gracietas con las que nos sepultan ya estén en el gobierno o la oposición, o sean opinadores o comunicadores varios, se llamen Javier, Carlos, Iñaki, Angels, Pepa… o Juan José.

Decía Finch, en la película, dirigiéndose a los espectadores como si fuera un loco y yo lo parafraseo, seguramente como otro loco, aunque más del 90% estaba en el original que se escribió hace casi 50 años: 

”No tengo que decirles que las cosas están mal, porque todo el mundo lo sabe, estamos en medio de una pandemia muy grave, hay una crisis sin precedentes. Mucha gente está sin empleo o con miedo a perder el que tienen, los  ancianos mueren sin cuidados médicos en las residencias, el virus avanza sin control por las calles de Madrid y otras ciudades. Nadie sabe que hacer y lo que es peor no se ve una solución. Nos sentamos delante del televisor o la tablet o nuestro móvil mientras nos cuentan que ya hay un millón de muertos por esta pandemia, pero que miles de personas se ahogan en el mar escapando de países donde la pandemia es la guerra o el hambre, como si todo eso fuera lo más normal del mundo. Sabemos que las cosas están mal, peor que mal, están locas. Todo en todas partes se vuelve loco y no queremos salir a la calle. Nos quedamos en casa y lentamente el mundo en que vivimos se empequeñece y solo decimos: ¡por favor, dejadme vivir tranquilo en mi sala, dejadme con mis cosas y no diré nada!, ¡dejadme en paz!. Quiero que se irriten conmigo, no que protesten y hagan manifestaciones, ni que escriban a su diputado, porque yo, ya, no sabría  decirles qué es lo que deben escribir a quienes han demostrado que no saben comportarse. Yo no sé qué hacer con la crisis sanitaria, ni económica, ni social en la que vivimos, lo único que sé es que todos tenemos que montar en cólera y decir: ¡soy un  ser humano, maldita sea, mi vida tiene un valor!. Quiero que ahora se levanten todos de sus sillones, quiero que se levanten todos y vayan a sus ventanas o a sus redes sociales, que las abran y que saquen la cabeza gritando: 

"¡ESTOY MÁS QUE HARTO Y NO QUIERO SEGUIR SOPORTÁNDOLO!”

(*) Juan María Casado es profesor jubilado de la Universidad de Córdoba.