Todos los partidos andaluces están ya calentando en la banda, prestos a saltar al terreno de juego:

  1. El PP tiene perfilado y a punto su relato para culpar a Vox y a la izquierda del adelanto electoral.
  2. El PSOE trabaja a toda máquina para recuperar una moral de victoria sin la cual no movilizará a su electorado.
  3.  Vox endurece su discurso anti PP con Macarena Olona quitándole el polvo a su armadura para salir a campo abierto.
  4. Unidas Podemos por Andalucía sigue a la expectativa, como sin atreverse a elegir su cabeza de cartel.
  5. Adelante lo fía todo al tirón electoral de Teresa Rodríguez.
  6. Andaluces Levantaos, con la templada Esperanza Gómez al frente, deshoja la margarita imposible preguntándose si acudir solos o (mal) acompañados.
  7. ¿Y Cs? A Cs solo le cabe rezar. El partido naranja se encomienda a San Juan y Santa Inés a la espera de un milagro.

La tragedia del Partido Socialista ante las próximas elecciones andaluzas es que su principal adversario le ha perdido el miedo; todavía no el respeto, pero sí el miedo. Cuando, un poco de carambola, Moreno alcanzó el poder en 2018, le costó algún tiempo llegar a creerse que aquello podía dar para más de un mandato o incluso para más de dos.

El 2-D Moreno protagonizó un milagro: el 1 de diciembre le tomaban las medidas para el féretro y el 2 había resucitado tan ricamente. Era para no creérselo. Dos años después de aquello, las encuestas son demasiado contundentes como para sospechar que yerran o están manipuladas: el PP de Juan Manuel Moreno aventaja como en unos 10 puntos al PSOE de Juan Espadas; tampoco le inquieta la posibilidad de que las izquierdas puedan llegar a sumar más escaños que las derechas.

La última encuesta publicada sobre Andalucía, de Sigma Dos, auguraba a las izquierdas cuarenta y pocos escuálidos escaños, muy lejos de los 55 que necesitaría para gobernar. ¿La convocatoria de elecciones y la propia campaña pueden cambiar un escenario demoscópico tan poco propicio para la izquierda? Es poco probable, pero quién sabe.

Juan Espadas ha heredado el cetro que ostentaba Susana Díaz, pero también la cruz de los ERE, los clavos de la Faffe y el vinagre de los recortes al sistema público de salud. Con la Secretaría General del partido, Espadas ha heredado las facturas impagadas de sus antecesores. El PSOE andaluz es hoy un partido sumido en la melancolía de esos deudores que echan cuentas una y otra vez para, una y otra vez, constatar con desolación la magnitud devastadora de sus números rojos.

El nuevo líder socialista necesitará mucho temple personal y mucha imaginación política para sobreponerse a una encrucijada tan adversa: ¿cómo recuperar la esperanza en la victoria, la fe de los combatientes en el filo de sus espadas? ¿Con qué armas doblegar la amarga sensación de que el partido va a una derrota segura? Los alcaldes pueden ayudar, y de hecho lo están haciendo, pero su ayuda no es bastante para salir del hoyo.

Si es cierto que las elecciones no las gana la oposición sino que las pierde el Gobierno, el que preside Moreno Bonilla no las está perdiendo. Su mayor lastre era la dependencia de Vox, pero con su espantada los de Abascal le han servido en bandeja al PP la campaña electoral; los estrategas de San Telmo no tendrán que estrujarse mucho el cerebro para santificar a su Juanma en los altares de la moderación: Vox les ha hecho la mitad del trabajo.

Aun así, el verdadero temor del PP es Vox. Su más que probable candidata Macarena Olona puede dar mucha guerra en campaña: su perfil deslenguado y pendenciero va a resultar muy atractivo para cierto votante no propiamente antisistema, pero sí desencantado de que la política convencional haya embarrancado en las arenas hostiles de la globalización.

La proyección que hace Electomania este domingo, y de la que presume Vox Andalucía en sus redes sociales aunque el sondeo verse sobre generales y no sobre autonómicas, pone los pelos de punta: en unas legislativas, los ultras serían hoy el partido más votado en ¡Huelva, Cádiz, Málaga, Almería y Granada!

Macarena Olona y Vox son un poco el GIL de Jesús Gil de nuestros días: aquel Gil que decía que él arreglaba los problemas de Marbella en dos patadas, sin tanto miramiento urbanístico ni tanta mariconada legalista; como Vox, el GIL de Gil era partido de al pan, pan y al vino, vino, aunque el resultado final fue que robó el pan, el vino y hasta el mantel donde comían los ilusos vecinos de Marbella que durante años lo habían votado masivamente.

Moreno solo podrá librarse de Olona si el resultado del PP se asemeja al conseguido por Isabel Díaz Ayuso en mayo pasado en Madrid, donde quedó a solo cuatro escaños de la mayoría absoluta. Es lo que ansía también Alfonso Fernández Mañueco en Castilla y León el 13 de febrero. El presidente andaluz tiene buenos motivos para mirar de reojo a Castilla y León mientras acaricia el botón electoral preguntándose en qué momento exacto pulsarlo para que Vox no le amargue la jornada.

Si el 13-F Vox consigue suficiente presencia en las Cortes de Valladolid para imponer su entrada en el Gobierno de Mañueco, será una mala noticia para Moreno, que tendrá que afrontar una campaña electoral donde el principal argumento de la izquierda para atacar al presidente y movilizar a su electorado será el espantajo de una Macarena Olona vicepresidenta de la Junta.

Y si, por otra parte, su resultado no legitima a Vox para entrar en el Gobierno autonómico, en San Telmo saben bien que el precio que Abascal ponga a la investidura de Moreno será mucho más oneroso que en 2109. Juan Marín no es, pues, el único que reza; Moreno comparte la oración favorita de su vicepresidente: ¡Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy!