Diez años después de aquel aciago mes de marzo en que Javier Arenas se quedó a las puertas de San Telmo como Moisés a las de la tierra prometida, el PP andaluz vuelve a ser favorito para gobernar, ya sea solo, ya en compañía de otros. Según la encuesta para El Plural de Electomanía, que ya dio en el clavo en las elecciones de Castilla y León al otorgar a Vo]x una representación que le hurtaban otras casas de encuestas en favor del PP, Moreno necesitará a Vox para ser de nuevo presidente: el PP y los ultras sumarían 63 escaños (36 más 27). Otros sondeos auguran una victoria llamativamente holgada del PP con hasta ¡53 diputados!

De entrada, pues, la escalofriante novedad del 19-J es ésta: por primera vez en su historia, la Andalucía históricamente roja decide si otorga el poder en solitario a la derecha azulada del PP ('ayusazo') o acompañada por la derecha parda de Vox ('mañuecazo').

La paradoja a la que se enfrentan las izquierdas es endiablada: si Vox entra en el Gobierno de la comunidad, será bueno para ellas pero malo Andalucía; y si Macarena de Graná se queda fuera de San Telmo, significará que tendremos PP para rato. No es raro que al votante de izquierdas le falten incentivos para votar.  

Y tampoco es poca novedad la decisión de los estrategas de San Telmo de focalizar la campaña en la persona de Juan Manuel Moreno Bonilla y no en las siglas del PP. Parece que así se lo aconsejan sus encuestas. Si al presidente le hubieran dicho hace apenas cuatro años que iba a suceder algo así, se le habría escapado una amarga carcajada, convencido de que le estaban tomando el pelo. ¿Él un superlíder? ¿Él glorificado por su partido? ¿Él catalizador de las derechas? ¿Él talismán de las masas? ¡Venga ya!

Pese a su apariencia de hombre modesto y perfectamente consciente de sus limitaciones, no es imposible que Moreno-llámame-Juanma se haya creído su propia propaganda. Es raro el presidente al que no le acaba pasando, aunque suelen tardar algo más de tiempo. Moreno Bonilla es un político que, sin haber levantado hasta ahora grandes pasiones -en realidad, ni grandes ni pequeñas- tampoco suscita grandes antipatías entre los votantes de izquierda.

Es un tipo al que cuesta tenerle ojeriza: en eso se parece mucho a Manuel Chaves; a la derecha le costó años maldecir como es debido al expresidente socialista. El proyecto último de Moreno es fácil de enunciar: lo que él quiere es ser Chaves, que quienes en el pasado hablaban del ‘bueno de Manolo’ en el futuro hablen del 'bueno de Juanma’.

Ahora bien, una cosa es que el votante del PSOE no vea con malos ojos a Moreno y otra muy distinta -dicho sea con todas las precauciones a que obligan estos tiempos- que vaya a votarlo. Y lo mismo vale para el simpatizante de Vox: una cosa es no tenerle manía al presidente y otra muy distinta votarlo.

El milagro de Moreno consiste en haber afianzado una imagen de político moderado sin renegar de la extrema derecha. Él no dice que no vaya a gobernar con Vox: lo más que dice es que preferiría no hacerlo. Llegado el caso, si la aritmética parlamentaria así lo exige, Moreno gobernará con los ultras y seguirá presumiendo de político templado, contenido y transversal. ¿Acaso es un hipócrita el presidente? No necesariamente. Es solo un hombre práctico, flexible, sin anteojeras ideológicas, de convicciones más bien volátiles, un hombre de poder más que un hombre de partido. Un político de nuestro tiempo.

Singularmente, a Moreno no le pasa factura su alianza con la extrema derecha, como sí se la pasa, en cambio, a Sánchez la suya con el independentismo. Es el signo de estos desconcertantes años veinte: los ultras ya no dan miedo en ningún país del mundo. A nadie le avergüenza que le llamen fascista o que lo tomen por franquista: puede que le incomode, que le disguste o hasta que le indigne, pero ya no le avergüenza. El facherío se ha venido arriba. Ya no se esconde. Pronto veremos al moderado Moreno-llámame-Juanma presumiendo de tener amigos fachas.