La desgarradora pérdida de Andalucía no la ha matado, pero la ha hecho envejecer políticamente diez años.

Como el protagonista de la vieja canción de Jethro Tull ‘Demasiado viejo para el rock, demasiado joven para morir’, muchos socialistas creen que Susana Díaz tiene a sus espaldas demasiados pecados como para volver a ganar, pero la adornan suficientes virtudes como para haberse ganado el derecho a intentarlo. Demasiado herida para combatir, demasiado sana para no intentarlo.

Los escudos

Como el Dante del primer verso de la Comedia, Díaz está ‘a mitad del camino de la vida’ y a las puertas del infierno. Tras haber perdido la joya de la corona del socialismo español, su supervivencia política pende de un hilo, pero la espada de Pedro Sánchez que tanto desea cortar ese hilo tendrá que esperar. Demasiado pronto para el acero, demasiado tarde para el beso.

De los tres escudos con que Susana Díaz venía contando para proteger a su partido y a ella misma de Pedro Sánchez –su Junta de Andalucía, su PSOE andaluz y su indómito temple personal–, el primero está a tres días justos de saltar por los aires, el segundo aguanta firme aun con alguna grieta que puede ir a más y el tercero apenas presenta ciertos rasguños, dolorosos pero no profundos.

No obstante, la pérdida o fractura de cada uno de los escudos debilita la fortaleza del siguiente. Si el escudo del partido la abandona, de poco le servirá su casta inconfundible de política de raza.

Movimientos en la banda

Ha habido un voto, o mejor dicho un no voto, al PSOE en las elecciones andaluzas que será difícil que no se repita en las generales si éstas se convocan ya o en las municipales, autonómicas y europeas de mayo.

Las crónicas madrileñas –que a veces parecen tener mejor información que los propios protagonistas de los que hablan– conjeturan que el entrenador Sánchez planea poner a su ministra María Jesús Montero a calentar en la banda, con vistas a sustituir a Susana Díaz como capitana del equipo socialista andaluz.

Podría ser, desde luego, pero nunca antes de la próxima cita electoral. Ciertamente, sería una jugada de alto riesgo pero a Pedro no le acobardan precisamente esa clase de jugadas.

Sangre poco fácil

Salvo que quienes se lo exigan sean sus compañeros andaluces, si según Ferraz Díaz tiene que irse por haber perdido el poder ganando las elecciones, ¿se irá Sánchez si le sucede a él lo mismo en las generales? ¿Deberán irse alcaldes y presidentes autonómicos amigos si sufren el mismo contratiempo? ¿Hay en el PSOE una vara para imponer penitencias oficialmente homologada? ¿La doctrina vale para todos o solo para Díaz?

Más allá de las evidentes dificultades estatutarias para llevarla a cabo sin ponerlo todo perdido de sangre, para que una virtual operación orgánica contra Díaz fuera medianamente equitativa y ajena a toda sospecha de revanchismo personal debería ir acompañada del compromiso solemne de Sánchez de aplicarse a sí mismo la amarga medicina que desea hacerle tomar a su adversaria.

Diciembre 2015/diciembre 2018

¡Pero es que no es lo mismo!, se apresuraría a replicar el sanchismo. La política es, por antonomasia, el reino del ‘No es lo mismo’ o del ‘Cómo vas a comparar’, de manera que pocos están dispuestos a aplicarse en carne propia las recetas que reclaman para los demás.

La argumentación de Díaz en diciembre de 2015 para que se fuera Pedro debería valer ahora para ella, pero la de Pedro entonces para no irse debería valer ahora para la aún presidenta.

El comodín argumental de Pedro a la hora de escribir el relato de su salvación fue entonces la excepcionalidad de Podemos, como el de Susana es hoy la excepcionalidad de Vox.

La irrupción de los morados explicaba en parte los malos resultados del PSOE en 2015 y 2016, pero Sánchez logró salvarse apelando a que sí, estaban ahí, pero no hubo sorpasso. La irrupción de Vox explica en parte la pérdida de la Junta en 2018, pero Díaz apela para salvarse a su victoria electoral tras 36 años de socialismo no precisamente impoluto.

Y aun con todos los paralelismos, ciertamente no es lo mismo, en política las cosas nunca son exactamente lo mismo: esa es la gatera por la que, antes o después, todos intentan escaparse.

El producto y los factores

Diga lo que diga, Díaz ganó, sí, pero ganar ganar, lo que se dice ganar, no ganó. Para explicar esa derrota en forma de victoria no basta el factor catalán, pero sin él no es posible una explicación verosímil del 2-D.

Por supuesto, el sanchismo no quiere ni oír hablar de ese factor territorial. Como el susanismo, por cierto, no quiere ni oír hablar del factor andaluz, como si el macrojuicio de los ERE, el caso de los puticlubs o la guerra de las primarias hubieran sido hechos ajenos a la altísima tasa de abstención socialista.

Tras la batalla

La batalla interna fue tan encarnizada que Susana quedó estigmatizada por su derrota y Pedro obnubilado por su victoria. Ni los vencidos han perdonado a los vencedores su victoria ni los vencedores duermen tranquilos con tanto vencido suelto por ahí.

Un año y medio después de su triunfo en las primarias, Sánchez todavía no es el secretario general de todos los militantes ni, desde luego, de todos los votantes socialistas.

El problema no es tanto que quienes aborrecían a Susana sigan aborreciéndola o de que quienes abominaban de Pedro sigan haciéndolo con igual o mayor intensidad que dos años atrás: el problema de fondo es que el hecho de que el sostén material del Gobierno del Estado sea el separatismo antiestatal está desangrando al PSOE y transfiriendo su base social a otros partidos o a la abstención.

Juego de patriotas

Ferraz no quiere acabar con Díaz porque ésta haya perdido San Telmo, sino porque considera una afrenta su longevidad política y la ve un estorbo para culminar el proyecto de ese prometido nuevo PSOE que no acaba de tomar forma ni sabe nadie muy bien qué es, pero cuyo epítome sería el acercamiento a Podemos y a los independentistas, alianza esta última que tras las elecciones diciembre de 2015 encendió la mecha de la discordia interna.

El problema de la arriesgada pero necesaria estrategia de apaciguamiento ensayada por Pedro Sánchez con Quim Torra es que, siendo aparentemente virtuosa, resulta políticamente sospechosa.

Al depender la supervivencia del Gobierno español de diputados antiespañoles, la desinflamación catalana promovida por Pedro con el apoyo leal del PSC es interpretada como un acto no tanto de generoso patriotismo constitucional, que lo es, como de interesada supervivencia gubernamental, que también lo es.

Y como en política las malas intenciones siempre se imponen en el juicio de la gente, la sentencia sobre Pedro es devastadora: culpable de lesa españolidad.

Escudos, ideas, personas

Así pues, ni la Junta es solo la Junta, ni el PSOE-A es solo el PSOE-A, ni Susana es solo Susana, aunque la derrota andaluza haya hecho aflorar la profundidad de las heridas políticas y el alcance del resentimiento personal que el cuerpo a cuerpo de Sánchez y Díaz dejó en el Partido Socialista.

Contra lo que gustan de creer muchos sanchistas, el escudo de la Junta era mucho más que el escudo personal de Díaz. Orgánica y electoralmente, su pérdida se hará sentir más allá de Despeñaperros.

Además de las dolorosamente personales, Díaz tiene buenas razones estrictamente políticas para seguir en la brecha: piensa que Sánchez está llevando al PSOE al abismo y se siente con el derecho –y aun el deber– de intentar impedirlo.

Bienvenida al infierno

Por eso es tan importante para la presidenta desahuciada conservar intacto y bien engrasado ese segundo escudo que es el PSOE andaluz. Importante no para intentar de nuevo en el futuro la conquista de Ferraz –el planteamiento, nudo y desenlace del dramón de las primarias la inhabilitaron para ello–, sino importante para preservar una cierta idea del PSOE que Sánchez no comparte.

En cuanto al tercer escudo –su temple personal, su resiliencia, su pertenencia a una estirpe de políticos cuyas lágrimas son engañosas porque en realidad nunca se dan por vencidos– le será imprescindible tenerlo siempre a punto para, ‘nell mezzo del cammin di nostra vita’, combatir en el infierno que le espera.