"A la política no se viene a gastarse el dinero público y los impuestos de todos en prostitutas y cocaína, como los cargos socialistas en Andalucía". Aunque la autoría de la frase corresponde al portavoz de Ciudadanos en la Asamblea de Madrid, Ignacio Aguado, es muy improbable que la suscribiera el flemático portavoz de Ciudadanos en el Parlamento andaluz, y no solo porque su grupo ha sostenido al Gobierno socialista andaluz durante tres años, sino porque Juan Marín no comparte ese estilo faltón que dirigentes del partido naranja han incorporado a su discurso político para marcar distancias con el PSOE con el fin de desalojar al PP de su posición hegemónica en el centro derecha.

Las dos orillas

La abrupta ruptura de Ciudadanos con los socialistas de Susana Díaz en Andalucía no obedecería tanto al previsible enfriamiento de relaciones entre socios de gobierno siempre que se acercan las elecciones como a la urgencia de Albert Rivera de acelerar la convocatoria autonómica para derrotar al Partido Popular en un territorio donde éste nunca tuvo rival en el espectro ideológico del centro derecha.

Quien ha roto el pacto de investidura ha sido Ciudadanos, no el PSOE. Si Marín se ha esforzado en airear los incumplimientos de Díaz que habrían obligado a los naranjas a romper, a Rivera apenas parece molestarle que la opinión pública culpe a Ciudadanos de la ruptura: la dirección naranja ya no mira de reojo a su orilla izquierda para pescar votos en ella; ha decidido lanzar todas sus redes a la orilla derecha.

Las encuestas

Rivera ha activado la derechización sin disimulos de un partido originariamente de centro reformista y hasta con sus gotitas incluso de socialdemocracia. ¿La razón de ello? Las encuestas.

Desde enero de este año, la mayoría de ellas sitúan a Ciudadanos por delante, emparejado o en el peor de los casos unas décimas por detrás del PP. El ‘sorpsasso’ al PP, vienen a decir los estudios demoscópicos, no solo es posible, sino que está al alcance de la mano.

Encuestas de El País y El Español de enero pasado ya situaban a Ciudadanos en primer lugar o empatado con PSOE y PP. Un mes después, el diario de Prisa le daba la primera plaza a los de Rivera y nada menos que seis puntos de ventaja sobre el PP.

A finales de ese mismo mes de febrero se conocía el Estudio General de Opinión Pública de Andalucía (Egopa), de referencia en la Comunidad, con resultados igualmente tentadores para Cs: aunque se quedaba a 14 puntos del POSOE, aventajaba en un punto y medio al PP.

La última encuesta conocida la publicaba ayer El Confidencial: “El PSOE se consolida como primera fuerza y el PP no remonta y sigue por detrás de Cs”, titulaba el digital, según el cual los naranjas le pisaban los talones a los socialistas: 23,9 frente a 26,5 por ciento, mientras el PP apenas superaba el 20. El sondeo también certificaba que Rivera ha dejado de sumar por su izquierda y solo puede crecer por su derecha.

Pronósticos errados

El hecho de que las buenas noticias demoscópicas sean la única razón de Ciudadanos para haber virado a su derecha de modo tan visible no deja de tener sus riesgos, pues los encuestadores ya se equivocaron en 2015 en sus pronósticos sobre el partido naranja: en las legislativas de diciembre obtuvo un 13,9 por ciento de los votos, entre cinco y diez puntos menos de los que le asignaban los sondeos.

Ciudadanos no fue la única víctima de los errores cometidos por las firmas de sondeos: también los sufrió Podemos, a quienes casi todos ellos situaban por delante del PSOE. Y es que a los expertos les está costando afinar su estimación de voto con partidos con poco pasado y por tanto con poco recuerdo de voto.

La codicia es mala consejera

Si las encuestas desataron en 2015 la codicia electoral de Pablo Iglesias y los suyos, convencidos de que el ‘sorpasso’ sobre el PSOE estaba al caer, esa misma codicia parece haberse apoderado de Rivera y los suyos, convencidos de que el ‘sorpasso’ al PP es la estación término que les espera en las generales tras irrumpir triunfalmente en el apeadero de las andaluzas. En los cálculos del sanedrín naranja, Andalucía haría las veces del Bautista anunciador del nuevo Mesías de las derechas españolas, de nombre Albert para más señas.

Rivera renuncia así a afianzar su marca como partido bisagra con capacidad para pactar tanto hacia su izquierda como hacia su derecha, lo que a su vez arroja no poca incertidumbre sobre la estabilidad andaluza si la aritmética parlamentaria de 2015 vuelve a repetirse.

El hecho es que la conquista del centro es un clásico nunca materializado de nuestra democracia: lo intentó el CDS de Adolfo Suárez, el Partido Reformista de Miquel Roca, la UPyD de Rosa Díez y el Cs de Albert Rivera.

El CDS llegó a sumar 19 diputados en 1986, pero el intercambio de alcaldías con la Alianza Popular de Manuel Fraga tras las municipales del año siguiente marcó el inicio de su declive: a la postre, el acercamiento al PP resultó letal para aquel CDS que tantos puntos en común tenía con el primer Ciudadanos.

Todo a estribor

Sea como fuere, Rivera ya no puede volver atrás. Ha quemado las naves de regreso a las costas del centro reformista; toda su armada navega como un solo buque hacia el continente conservador que el PP ha colonizado sin sobresaltos y cometiendo toda clase de barrabasadas durante las últimas décadas.

Los estrategas de Cs calculan que el de Pablo Casado es un partido cansado, sin ideas y con un pesado lastre de corrupción que dará trabajo a los tribunales todavía durante varios años. ¿Aciertan en su arriesgado diagnóstico? Las elecciones andaluzas, previstas para finales de noviembre o primeros de diciembre, dirán si el rumbo marcado por el almirante Rivera era el correcto.