La causa de la causa (dice mi altocargo) es el jefe de gabinete. Una vez el gran Jerónimo Páez, que hizo el tesoro de Sierra Nevada/Cetursa en una servilleta de papel de una pizzería, tomó la palabra en los Reales Alcázares ante la sevillanía profunda, ya se sabe, esa mezcla de pijos, capillitas y rojos ilustrados y vino a decir: el mundo iría mejor, los alcaldes serían más accesibles, los consejeros menos estirados y los presidentes verosímiles si no dependieran enfermizamente de sus jefes de gabinete.                      

Y debe ser cierto porque un amigo común, brillante y limpio como la poesía de Machado se hizo político de ringorrango y en vez de decir, por ejemplo, “ esto va razonablemente bien”,  lo que nos regalaba era “tengo la firme convicción de que estamos trabajando para mejorar de forma sostenible el futuro de nuestros conciudadanos”. Ha quedado irrecuperable.

Yo misma tuve un director general que a las dos semanas de jefarnos, cuando todavía no se había aprendido el camino de su despacho, tuvo la chamba de unos números (puntuales) espléndidos de la compañía. Pensé que se lo tomaría como un buen augurio, tal vez con algo de ironía (no me gustan los buenos principios, es decir), pero no: reunió al comité de dirección, nos miró desde esas atalayas del vértigo del poder y vino a decir o creo que dijo exactamente: “cómo se nota que estoy al mando”. Su jefe de gabinete sonreía a su espalda henchido de satisfacción.

Es tentador volver sobre Zoido y su incompetencia. Las yemas de los dedos encuentran en el teclado una larga ristra de adjetivos despectivos que las periodistas llevamos en el equipaje de mano para políticos con tan poco enjundia. Después de la cagada de Catalunya, regalando al independentismo la única baza con la que argumentar su delirio, vino un tiempo razonable de expiación y silencio.

Hasta que detuvieron al presunto (léase presunto) asesino de Diana Quer y (doy en pensar) su jefe de gabinete en comandita con su jefe de prensa y su mismidad decidieron que había llegado el momento de mitigar los malos ratos de referéndum y de sacar rédito político al cadáver de la joven blanca y guapa de buena familia asesinada. Y allí que escuchamos de nuevo la voz de Zoido en trance de exaltación de las fuerzas de seguridad del Estado y tomando en persona el mando de las últimas apariciones.

Otro devorador de exquisitos cadáveres, dijo mi altocargo mientras cambiaba con no poca rabia el dial y abjuraba de esta mierda morbosa con la que los zoidos y los medios de comunicación, especialmente televisados, se dan un nuevo festín. Como le siga la racha, vomitó unos tacos, lo veremos de jefe de buzos dirigiendo nuevas inmersiones en el Guadalquivir en busca de los restos de Marta del Castillo.

Fue después cuando vino la gran nevada y ya no estaba Magdalena para pedirle la dimisión. Fueron después cuando los nuevos episodios de sublime incompetencia saludaron el año nuevo de Zoido y su compadre Serrano. Fue después cuando la caída libre de su partido en las encuestas. Con ministros como Zoido, le dije después de la metroscopia de turno, pronto gobernará Rivera.

Algún día, amore, me respondió con cierta pesadumbre, me toparé con Zoido por Sevilla, le invitaré a unas cañas, le miraré a los ojos y le preguntaré por el nombre del capullo de jefe de gabinete que le ha terminado de arruinar la existencia. Seguro que me dirá que (su jefe de gabinete) se levantaba a las primeras luces del alba. Y como escribe el gran Faludy, esa clase de tipos nunca auguran nada bueno.